El comienzo de la escritura

una composición

Empezar a escribir. Continuar finalmente para escribir.
Escribir finalmente para continuamente empezar.

Para superar el comienzo. Para superar la urgencia. Para
superar el escribir escribiendo.

Sin nunca superar el comienzo. Ahora escribir escribir. No superar el comienzo.

*

El amor es a veces adelantar e incluir. El amor es a veces superar y no comenzar. El amor como una parte constante de algunas composiciones es imaginar la expansión del amor para incluir el comienzo como continuación.

Deseo : no en el escribir. Urgencia : en el no escribir. Mentir en la espera no escribir. El deseo es lo anterior no el comienzo del principio. La urgencia es un no sentir que finalmente comienza.

*

Cuando me imagino el no superar sino el incluir, el amar toma el lugar del deseo. Cuando diariamente me imagino comenzando continuamente, ser no es más
re-formar sino repetir.

Un gigante del día se despierta.
Un gigante de la noche se duerme.

¡Ser un universo! ¡Ser un universo!
Absorto en su continuo hablar.
Ser regresado al sueño.

Cuando me imagino a mí mismo como amante
el Amor está otra vez aquí, aquí digo,
hace su aparición durante el Día una vez más
desde el simple anhelo, pertenecer
al decir.
La mañana se transforma
silenciosa como las palabras al hablar:
un soliloquio de silencios audibles.

*

¡Un soliloquio! ¡Un soliloquio!
tanta frivolidad al hablar con los diferentes colores de luz, con las tretas
de personas imaginadas, en persona.

El gran Funcionario engreído rueda su eterna existencia como rueda
un bidón
sobre las medidas de un sueño desordenado.
Un habla desordenada.

Robert Duncan




El segador 

Creado por los poetas para cantar mi canción,
o creado por mi canción para cantar. 

La fuente de la canción debe extinguirse. 

Durante todo el día, la noche de la música se cierne
sobre el abeto, se balancea y brilla.
Oh, muéveme a que no cante
porque mi deseo es permanecer en silencio con mi primer Señor. 

La fuente de la canción se extinguirá.

Glorioso es el sol ardiente.
En su juventud el segador tala el grano vivo.
Vemos el brillo de la curva ardiente de su guadaña.
Su extenuante labor nos abate
aún en vida. 

La fuente de la canción se extinguirá. 

No arrases las cuerdas de mi oscura lira,
mi cuerpo, música. Acalla
el árbol de tu corazón, pues deseo
ir hacia mi Señor invalorable.
La Tumba de las Musas en el mármol de la piel
es como un monumento a la canción,

La fuente de la canción se extinguirá.

Toda la noche el pestilente segador asesina.,
Desaparecemos bajo el filo de su guadaña.
Nuestra juventud se siega a diario como el trigo
de los campos de nuestro primer Señor. 

La fuente de la canción se extinguirá. 

Pero mira, glorioso es el sol ardiente.
El Segador derriba mi ardiente juventud.
Me arranca de mi primer Señor
mientras aún vivo. 

La fuente de la canción se extinguirá.

Robert Duncan




"El séptimo sello" de Ingmar Bergman

He aquí cómo es. Vemos
tres edades en una: el niño Jesús
inocente de Jerusalén y Roma
-mágicamente a su gusto en la alegría-;
este es el año del cual
nuestra sustancia interior extrae su fuerza.

La segunda, que Bergman nos muestra,
lleva imágenes tras imágenes
de angustia, del Cristo crucificado
y emana de las llagas abiertas de la peste
(mostradas como heridas en su cadáver)
de laceraciones en la ruta del amor
(la corona de cuyo reino desgarra la carne)

¡... Hay tanto sufrimiento!
¿Qué puede protegernos
del vacío, el llanto desamparado,
la total dependencia, el vértigo?
¿Por qué llegan tantos a los márgenes del amor
sólo para quedar varados allí?

El segundo rostro de Cristo, su
mal, su Otro extenuado, dolor y pecado.
¡Cristo, qué contagio!
¡Qué hedor difunde en torno

de nuestra edad! ¡Es nuestra edad!
Y la furia de la tormenta está afuera.
La perversa estupidez de los hombres de estado reina.
Los viejos caballeros corren a través de los bosques
     gritando: ¡el viento! ¡el viento!
Ahora el negro horror vuelve nuevamente.

Y yo me arrojaré por tierra
como el payaso del Séptimo Sello de Bergman,
encogido como si durmiera con la mujer y el hijo,
oculto en el carro bajo la tempestad.

Deja pasar al Ángel de la Cólera.
Deja que llegue el fin.
Guerra, estupidez y miedo son poderosos.
Somos solamente niños. ¡A la cama! ¡A la cama!
     ¡A jugar al reparo!

A arrojarnos por tierra
indefensos, en la felicidad,
         en una edad nuestra, en
         nuestros propios días.

Allí donde la Peste ruge,
donde van los vacíos caballeros del horror.

Robert Duncan



La poesía, algo natural

Ni nuestros vicios ni nuestras virtudes
harán que el poema prospere. “Surgieron
            y murieron
simplemente como lo hacen todos los años
            sobre las rocas.”

            El poema
se alimenta  en el pensamiento, sentimiento, impulso,
            para engendrarse      por sí mismo,
una urgencia espiritual saltando en las oscuras escaleras.

Esta belleza es una persistencia interior
            hacia el origen
esforzándose contra (dentro)  la corriente del río
            un llamado que escuchamos y contestamos
en lo tardío del mundo
            bramidos primordiales
de los que el mundo más joven podría nacer

en el aljibe donde caen las avellanas
            no hay salmones
están batallando la corriente y las cascadas, dificultosamente,
            ciegamente lográndolo.

Esta es una imagen apta para la mente.

Una segunda: un alce retratado por Stubbs*,
donde la extravagante cornamenta del pasado año 
            yace sobre el suelo.
El solitario poema con rostro de alce luce
            nuevas cuernas,
            iguales,

“un poquito pesadas, un poquito artificiales”,

su única belleza el ser
            todo alce.

Robert Duncan



Los albigenses 

Nos movemos como dragones aletargados.
El espíritu de nuestro Señor se mueve por el universo
que nos habló de cosas diabólicas.
Oímos crujir la luminosidad de una serpiente. 

Mira cómo se inflama el esplendor mundano.
La oscuridad de nuestro Señor es de odio vegetal. 

Los espíritus de la Luz se mueven en la oscuridad.
Se esfuerzan para poder tocar. Tenemos algunas noticias,
tenues memorias, de su castidad. 

Sé de una serpiente sabiduría de la sangre,
del sufrimiento, de la magia coital.
La luz de nuestro espíritu se vacía
en la piel. El útero,
el sol rojo-sangre, el universo,
brilla con presencias malignas,
ángeles de un fuego leproso. 

El espíritu del deseo se mueve en todas las cosas animadas,
una belleza que brilla en las hojas de los árboles. 

El Papa de Roma admirable por sus masacres
es Lucifer. Él se repite, se repite en nosotros, crea
su imagen diabólica. La novia entrega la lacra
de su forma diabólica y quiere conocer
la diabólica masculinidad de su novio.
Comen el cuerpo de nuestro Señor.
Gólgota cabalga con la mirada fija en ese paraíso. 

Los amantes del poeta mientras copulan saben
que el dragón surge de todas las cosas.
Se consumen en la cólera de un Dios colérico.
Negro es el momento más bello del día más brillante. 

Oh déjame morir, pero si me amas, déjame morir.
Tu agonía y tu furia hieren mi segunda vida. 

Iré al origen de la luz olvidada.
Los Dorados se mueven en reinos invisibles.
Si pudiéramos conocer su castidad. Nos esforzamos para tocar.
El consuelo de Dios se extingue con la vida.
Nos estiramos, nos estiramos para detenerlos.
Se vuelven invisibles para nuestro deseo. 

Oh déjame morir, pero si me amas, déjame morir.

Robert Duncan



Origen 

O: Trabajo el idioma como un salto de agua trabaja la roca, para encontrar un curso, y así, ciegamente. En esto no soy un creador de las cosas, pero si fuera un creador, creador de un camino. Por el camino en sí mismo. Está muy bien hablar de que el agua tiene su destino en el mar, y así imaginarse llegar casi a conocer el curso; pero el mar es solo el fin de los caminos, si pudiese la corriente encontrar un curso más lejano, continuaría. Y vasto como es el idioma, no es el final sino la resistencia por la cual el poema puede moverse, mientras fluye o baila o se embarra en el tiempo, inventándolo en la marcha y no obstante solo continuar hasta donde se rompe la resistencia del idioma.

Cuando tenía unos doce años, supongo que sería aproximadamente la edad de Narciso, me enamoré del arroyo de una montaña. Allí, de lo más intenso durante todo el verano, me quedé mirando a su límpido correr frío, conocí el pleno dolor del anhelo. Ser de ello, enteramente estar fuera de mi ser y entrar en el Otro claro elemento imposible. La imaginación, vieja tergiversadora de la forma, se expande dolorosamente para concebir la forma amada.

Entonces todo serpentea y hace un fondo común, se apresura, constante inconstancia, no sabemos de dónde sale como torrente del arroyo, todo precipitación de los sentidos y del insecto a través del tiempo del ser —me estimula; como si el pulso de mi piel sangrienta, del boqueo de un aliento a otro aliento (como un pez fuera del agua) hubiera otro continuum, un arroyo como un murmullo regular, claro y hondo, allí abajo, un fluir de aguas. Escribo esto solo para explicar alguno de los viejos dolores que el anhelo revive cuando otra vez aprehendo la corriente del lenguaje, se precipita sobre la ruta o sobre los estanques, las energías vacantes debajo del significado, se esconde de nuestros propósitos. A menudo, mientras leo o escribo, regresa el más pleno dolor, y veo u oigo o casi conozco el más puro elemento de la claridad, un movimiento pronunciado, una precipitación absoluta en el curso de su propio camino, que hace que aún desde las mismas palabras de mi bolígrafo un elemento extranjero que ansío —como reino o salvación o libertad— pero nunca se sabe.

Robert Duncan



Poesía desordenada

No un desarreglo de los sentidos pero sí, hay otro sentido oculto del significado en todo des-orden. Des en su orden significa. ¿Qué me imaginé que sería el idioma? No un mito, excepto por la verdadera tarde mítica, un ambiente o preconcepción en el mejor de los casos la oscuridad de una noche verdadera. Ningún visionario excepto cuando la visión es real en su intensidad —esta es una escena en el sentido de las palabras—. Pero una choza de palabras primitiva para nuestra naturaleza. El idioma en su desorden natural.

Al no estar en la historia parecemos vivir en y ya no encima de la tierra. Y el lector como un viajante preocupado tal vez vea “esa tenue luz en la vasta oscuridad del bosque” y venga a nuestra puerta, a indagar adentro y se siente por una noche al titilar de nuestras oraciones, oyéndonos contar un relato en algún lugar del que no quiero acordarme hacia un así era una vez que relatamos. Y sería parte de ese reino de la historia al que él tal vez nunca pueda volver a regresar otra vez. Regresar para encontrar el lugar, ya no puede reconocer su entorno. 

Lo que me imagino es una poesía hilada por una tarde como un todo hilado con la malla de una lana gastada. Y alejada, en esa eterna cabaña en el lugar más profundo del bosque de esos relatos que se cuentan alrededor de una hoguera. Lo que me imagino es un viejo chal gastado, sin ninguna importancia terrenal, una poesía otra vez reducida a sus hilos. El entretenimiento de una tarde sin gran importancia. Habla en un cuarto vamos hacia donde venimos. Una interrogación aislada. El discurso que si fuera oído no le hubiera molestado al oyente no haberlo oído.

Ahí no podría haber tiempo para el deseo o para la ambición estructural, uno solo escucharía las posiciones relativas, lapsos y divisiones, amontonadas, entretejidas y decisiones.

Un poeta que se sienta a la luz de las palabras como un gato a la luz moteada del sol en una ventana. Donde está él en la oración es ahí. Y escucha mientras su poesía dibuja su escuchar.

Robert Duncan



Sol de agosto

Dios del calor ocioso, en este deslumbrante camino
                todo lo dominas.
Y sobre los verdes campos marchitados
                por tu alma, estas
sedientas, indóciles plantas desarrollan una doméstica jungla
                para proteger sus frutos.
Canto a todas las cosas ocultas, esperando
                la gracia de la noche.

Robert Edward Duncan
















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