El exterminio, 1978
(Fragmento)

Estos hombros del Amorcillo, núbiles,
su cuerpo que piensa, concertante, opreso.

Una gota de sangre se mueve en las nubes
y demoradas chimeneas apaisan los mármoles sombríos.

La ciudad aparece rosada. Los jóvenes bailan.
El mudo emblema del sacrificio está en las fosas
suburbanas no visitadas por vileza -

debería haber bajado con los amigos
de mi padre, los sastres retirados y absortos
en el veinte, padres a su vez de hijos
de rostros larvados y áfricos. Debería
haber bajado con los hijos hacia el mal
de nuestra propia generación, el mal
no diferente de otros males.

Y los patios de agua son el desorden de la muerte,
pingajos de pastores acuchillados,
cabezas entre luces de bengala,
horribles hormigas voladoras,
la mano del hombre sobre el muchacho español,
las águilas, en el pedestal de balila.

Ah, si tuviéramos tu arrogancia, ángel.
Si los quejidos no se oyeran ya,
y los documentos hubieran muerto con ellos,
vanos dialectos sobre la tabla común.
Si sólo tuviéramos la inteligencia de la pasión,
heréticamente turbia, como las rosas
que siguen asomando al costado de los lager...
Si el miedo hiciera humanos a quienes
creen gozar la eternidad del poderío...

Pero las catástrofes fueron inútiles,
las victorias nos silenciaron,
obras frescas avivaron la ilusión de los sirvientes:

gravemente mediocre eres, Amor.

Tu pequeña boca de niño viejo aguarda,
profana de milagros - y es tanta la sazón
exterior, tanto el íntimo desastre.

Oh ángel, el llanto en las calles
no puede ser ya llanto del intelecto,
sino llanto de todo el cuerpo,
de toda la historia revelada.

Roberto Raschella


El silencio era cuatro muchachos

El silencio era cuatro muchachos que pasaban.
Había un pozo de creta delante de la iglesia.
La madre decía el pesar sobre la sangre
del hijo herido o el animal callado,
después arrojaba la desnuda madeja a la cama
que ya estaba excavada.
Temía los signos del perro de cobre puro,
el perro entre martillos de verano y hambres,
el perro que surgía de sus ojos vivo.
"¿De dónde ha llegado esa nube?".
"Ha llegado de otro mar: pasó
por la ventana y arrancó el lunario".
"Llórame, madre, entonces. Llórame
en vida, llórame".
"No. Hago votos por ti,
con toda el alma.
Pero no bailes.
Te dará vuelta la cabeza.

Oh, amargo hijo:
tú que no tienes sufrimiento
todavía, tú que heredas mi mal,
tú que has nacido con los pies de fuego...
Búscate una mujer.
Búscate un hermano, te pido.
Búscate otra tierra".
Ella era la forma mía,
la terrible pared.

Roberto Raschella



"No hay revolución sin transformación de las conciencias."

Roberto Raschella




No temas: no es otro pensamiento...

No temas: no es otro pensamiento
de ti, es el pensamiento de mí mismo.

Todavía estoy caminando
bajo las lluvias del cincuenta
-lluvias de absoluto invierno
ya sin el ojo del padre contra mi cabeza-
cuando llevaba la imagen del poeta altísima
contra las paredes
con algo del San Sebastián entre saetas:

y es una gran mesticia,
que no puedo olvidar.

Y ahora es mesticia
el grito no respondido,
es mesticia la antigua rebeldía.
es mesticia este pensamiento en mí mismo,

el pensamiento de la vejez.

Roberto Raschella



Sólo los barones llevaban pistola.
El leñador levantaba eternamente el hacha.
Se abría la puerta de la roca,
sangraba la Límina. Ya los pastores
no daban su vida por las ovejas.
Odre de hambres, nacimientos llorados.
Había largos viajes y pequeñas verdades,
[Es cierto que no es cierto,
y quien ultraja no será ultrajado,
y el mal no sigue al mal,
ni el bien, al bien.
Que no se muere porque no se vive;
que pueden perderse todos los sentidos,
nunca el ojo,
el ojo de la guerra,
el ojo del pensamiento]
un padre abofeteado y sin garganta,
las tiendas, las lámparas,
ofensas naturales, ofensas humanas.
El pan cristiano, el pan repartido y cuadrado.
Ladrillos viejos entre la nieve de memoria igual.
Medidas intuitivas con lunario de santos.
Hablábamos siglos de estrellas, de soles,
vencidos,
fatales espejos, mármoles penitentes.

Roberto Raschella
de Poema de la servidumbre





Y la pala, el oro sutil, no cesan

Y la pala, el oro sutil, no cesan:
bajo una luz de Rembrandt,
flacos, miserables,
sin venas, sin banderas,
avanzan como un río revelado;
el músculo de la noche a la deriva
es un amor misterioso,
círculo al que hemos sido arrojados,
pozo de los cerezos negros
donde descrubrí
el abandono,
yesos soplados, barro de rosas,
pies de los arbustos salvajes,
cantorías lúgubres y togadas.
Lo negro no es negro,
lo blanco no es blanco.
Hay animales desolados de rabia,
meditaciones sobre la sal,
misas sajadas, una miel servil.
En los límites de la agonía,
mujeres muy blancas
y con la única profundidad religiosa del sexo,
seudónimos de asesinos,
una resbalada lentitud,
viscosos laberintos, el delirio duro
de los puros, la niebla, la carne.

Roberto Raschella

















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