El poder domador de los cambios pequeños

Cada semilla comienza preguntando
Como si abriera puertas en la tierra.
Es bueno perder el paso en equilibrio
Un pequeño cambio de hábito
Repentinamente sin pensarlo tanto despierta
Ritmos antiguos desde el más allá
Y es como copos de nieve
Cayendo
Invocando los vientos de la tormenta
A unirse a ellos
Es como fragmentos de rocas
Cambiando el peso de los ríos
Para crear más corriente
El poder curativo vive en remolinos.
Es bueno sentirse fuera de rutina
Con lo mismo
Lo mismo
Lo mismo
Con un cambio pequeño
Puedes sentir nueva luz solar
Latiendo a través de ti
Y todo lo que amas.

Roberta Hill Whiteman



LA TIERRA Y YO SOMOS UNO

I.

Desde las capas estelares
un astro, cuya fragancia llena el vacío,
viene bailando,
Desde las capas de aire
vuela el sol, hermano nuestro.
Estamos envueltos en sus alas.
Su mirada dorada nos echa a girar
por el espacio,
por el tiempo,
por la oscuridad.
En la luz del amanecer caminamos agradecidos
en un mundo vivo.
El mundo vivo nos respira,
entra y sale,
da vueltas y sube
por espacios celestes,
por espacios donde las estrellas moribundas todavía tiritan.
Las sombras se alargan y se vuelven osadas.
El día se suelta el cabello
y emprende un viaje por el camino abierto.
Cada día, una nueva visión,
nubes y barrancos,
vientos azules y retoños.

II.

Ahora yerbas azules, yerbas verdes
nos dan un sobresalto por su alcance,
impulsadas a temblar por las hojas descompuestas
con la energía urgente
de sus cantos suaves
y tiesos.
Estas yerbas seducen a los gansos
hacia el norte, hacia el norte.
Ahora, descansemos en su tacto difuso.
Que su deleite brille sobre nosotros
hasta que nos desperecemos también
en este mundo vivo.

Bajo una llamarada de arces,
bajo abedules que sacuden sus amentos,
bajo la firmeza masiva del pino blanco,
sobre fresas maduras,
sobre cerros que resuenan
con ráfagas lluviosas y retoños,
caminemos agradecidos en este mundo
vivo otra vez.

Roberta Hill Whiteman



LAS 3:15 DE LA MAÑANA

Otra vez, no te puedes dormir cuando la luna en la ventana,
agarra las persianas y corta la luz en rebanadas
que son letras. Sus palabras llegan sobre las paredes
y el techo. En la oscuridad violeta y verde
No te preocupes, escribe la luna.
Lo que hay debajo de ti
es un enorme corazón cálido
plegando tus deseos y tu alegría
en flores nuevas.

Roberta Hill Whiteman



LINEAS PARA SEÑALAR EL TIEMPO 

Las mujeres saben cómo esperar aquí.
Ellas huelen el polvo en el viento y saben que tú no has llegado todavía.
Crecí flaca, caminando por caminos de tierra,
bajo un sol de vidrio, murmurando con mis pasos.
Veinte años de vivir en la ruina. Cuando escapé,
ellos te enterraron. Todo lo que queda es un radio
con su banda dorada. Huele al calor,
a juegos viejos de béisbol, a una ciudad que tiembla adentro.
La puerta del frente ha dejado de golpearse y el árbol de manzanas
sostiene una llanta vieja donde niños desconocidos se mecen.

Esta casa con luz entrecortada me ha perdido,
ahora que la hierba dulce comienza a secarse. Su aroma
viaja por la sala entre la costura y los zapatos viejos.
En tu silencio yo crecí visiones, y recibí
un nombre difícil de vivir con él. La sangre se eleva
con el aire caliente del verano, pétalos de rosas caen despacio
pasan la madera áspera y solemne. ¿Puedes escuchar a la distancia quejándose?
Una India que tiene miedo de las lágrimas. Ella alegra sus ojos
y sonríe, espera por la nueva estrella azul. Las respuestas nunca llegan tarde. 

Mira al oeste el tiempo suficiente, la luna crecerá
dentro de ti. El coyote escucha su canción. Él te enseñará ahora
Los espejos siguen caminos de sangre y relámpagos.
Mamá necesita el coraje de alguien como tú. Deja que la sangre
se seque, pero mide el relámpago, sostenlo como tu madre
hace con los árboles, en tu miedo mira el camino, respira profundo.
Los Indígenas saben cómo esperar.

Roberta Hill Whiteman



Una nación envuelta en piedras

Para Susan Iron Shell

Cuando las sombras de la noche se deslizaron por la planicie,
vi a un hombre junto a su caballo,
durmiendo donde ningún hombre o ningún caballo lo han hecho.
He rezado a una estrella que mintió. Los espíritus cerca del techo
de tu cuarto, ¿salieron a caballo convirtiendo en hilos el rocío
por el brillo de la luna?
En la prolongación salvaje de los días, no temiste las cenizas o llorar.
Nosotros, los abandonados
no podemos calentar la luz solar.
Isaac, te fuiste con el viento.

El árbol de moras crece lento. Sostuve a tu esposa que se estremecía y las ventanas de tu casa se sacudieron en los cuartos del norte.
El arroyo carcome los restos de la nieve. Nuestra sangre corre pálida.
Nos enseñaste a ser buenos con los demás. Ahora, despertamos cuestionándonos nuestros sueños.
Halcones de la noche en la neblina caliente.
Una nación envuelta en piedras.

¿Qué saben las enfermeras sobre la hierba,
de aromas que flotan rotos entre cañones,
del coraje en una cara enrojecida?
Sollozas amor, no muerte.
Había búhos alrededor de tu cama.

Los vientos del norte nos persiguen con su música,
suficiente dolor para encender
las viejas praderas.
Los vientos del Este gruñen alrededor de Parmeele.
Las desiguales y oscuras colinas serán propicias para las heladas.
A diferencia del polvo, no podemos morir por llorar.
Descansarás en una colina tranquila. Ojos cubiertos
por los matorrales nos dan la razón para sostener esta pesada
corteza.
Nos dejan con pena y tiempo para mirar la lluvia
empapando los árboles

Roberta Hill Whiteman






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