El poema que nos reduce

El juego se desnuda
el tiempo vive consumado,
ameno, terrible, limitado, angosto.
Y, así, recordándolo, el tiempo digo,
la vida se agosta, un minuto son dos
minutos, el pasado que nos muerde,
el recuerdo se nos acumula.

Eynard Menéndez



¿Podemos elegir no ser felices?

En el mundo entero parece que vivimos en guerra y tristeza constante. Todos los días y a todas horas, tal como viene sucediendo desde que el territorio es territorio (a lo mucho nos salvamos por unos cien años de paz). Guatemala no es la excepción: el país de la Eterna Primavera y de la Eterna Tiranía. Sin embargo, sin ánimos de aludir a algún avistamiento de alegría espontánea, estamos siendo víctimas del optimismo, el regocijo y una manifestación de buenos modales y buenas costumbres con una de las peores cargas de cinismo e hipocresía desde tiempos inusitados. A lo mejor es porque con esto de las redes sociales estamos tan a la vista de todo el mundo, que ya andamos con la presión de la moralidad, que nos juzgará en cualquier medio en el que nos movamos. Es cierto que todo esto ha existido desde que el mundo es mundo, desde los instantes más remotos de la existencia humana, pues es parte de los impulsos y de las bajas pasiones de esta nuestra especie tan linda, repulsiva y destructora de la que somos parte, pero en este instante preciso sí creo que estamos viendo el Dos Caras de todos nosotros en su mejor expresión, peor que con Scarface.

Esto en parte me recuerda a algo que dijo José Millás sobre la lectura, son como puntos de vista similares después de todo: estamos viviendo una época en donde tenemos libre acceso a casi todo tipo de información —libros, en este caso específico— y seguramente estamos viviendo una época en donde han de haber menos lectores directamente proporcionales con la producción de material de lectura habida y por haber, y más si agregamos una promoción sobre la lectura nunca vista con anterioridad, porque esta es buena (aunque por alguna extraña razón que me hormiguea el cuerpo, sospecho que los que la promocionan no han de ser los mejores lectores). ¿Por qué sucederá esto?, se pregunta, y se remonta a su adolescencia y recuerda que en su momento todo lo que podía estar relacionado con el mundo libresco estaba terminantemente prohibido, y esa prohibición era mucho más llamativa para unos jóvenes anhelantes de mundos desconocidos. En cambio, ahora leer es un placer, leer es algo bueno que nos recomiendan nuestros padres, maestros, demás familia, fulanos y fulanas que representan la autoridad frente a nosotros, simples pequeños seres tan mortales que están iniciando la ruptura del cascarón para emprender el arduo camino hacia el mar, hacia más allá del horizonte. Quizás esa es la respuesta por la que ya a muchas personas no les interesa leer, es tan bien visto, está tan bien establecido, es tan chic.

Digo, ahora debemos presentar una mirada de agradecimiento, de permiso, de risueñidad, de complacencia frente a cualquier ojo avizor que nos observa desde cualquier plano de realidad [in]existente. ¿Por qué? Porque de fijo cualquier revista de salud nos dice que así viviremos cinco años más, porque de fijo nos dijeron que reírnos produce dopamina y esto hará que empecemos el día con mayor motivación y con buena energía, porque de fijo les deseo un feliz inicio de semana cada domingo durante la tarde-noche o cada lunes por la mañana. Veo los grupos de WhatsApp y los perfiles de Facebook repletos de mensajes de este falso júbilo, y no puedo dejar de preguntarme si de verdad la gente habla en serio, si de verdad estas palabras las quieren decir —escribir, más bien— desde lo más profundo de su corazón —no descarto la idea de que algún pobre infeliz de verdad viva en un estado de felicidad engañosa— y de verdad sienten tanto amor y buenas intenciones para prodigar en una sociedad disfuncional con más de 20 asesinatos al día, con un sistema que se cae a pedazos día a día bajo nuestras indefensas cabezas, con un sistema económico en declive a la velocidad de la luz, en los albores de las faldas de una Tercera Guerra Mundial que incluye unas cuantas guerras intermedias a su alrededor. ¿Es en serio que lo mejor que pueden desear es una buena semana con algún emoticón mucho más cursi?

No es que el espíritu del mal se esté apoderando de mí ni nada por el estilo —aunque he de confesar que nunca descarto la posibilidad—, pero en serio que enferma tanta falsedad. El mundo debe ser bueno, la gente debe ser feliz y alegre, pero que sea en serio, que no te acuchillen por detrás en menos de cinco segundos después de haberte deseado un lindo día, una linda semana, un lindo porvenir, un gusto en verlo/a, o que no te lo deseen solo porque deben hacerlo o como parte de un optimismo inocente y absurdo. A esto incluso le dicen optimismo emocionalmente inteligente, pero qué jodido es eso, el mecanismo de defensa más patético en 4,000 años de civilización humana.

Este es el mundo de los ultra motivados, aquí está prohibido estar triste y decaído. Está prohibido odiar y despreciar, solo queremos ver el lado bueno de las cosas porque el otro es feo, lo escondemos, lo ignoramos porque no nos dará buenas energías, obstruye nuestro crecimiento personal, nuestra oportunidad para salir adelante.

Definitivamente nunca puedo olvidar las palabras de Saramago cuando decía que Jesús se equivocó al decir amaos los unos a los otros, por qué no dijo respetaos los unos a los otros, quizás esta última fórmula sí hubiera funcionado mejor, con solo un poquito nos conformaríamos y, ahí sí, tal vez podríamos ser un poco más felices.

***

P.D.: ¿Saben que hay grupos de optimismo en las redes sociales? No sé cada uno de ustedes, pero a mí me dan asco.

Eynard Menéndez




Poema de la fragilidad

La ciudad está vacía,
el mundo está vacío
y yo, ser humano,
parado en esta tierra
con miedo a que me roben,
con miedo a que me maten,
con miedo a vos,
con miedo a mí,
mi miedo que se avecina
precipitadamente sin darme cuenta:
miedo de lucero,
miedo de cuento,
miedo de sueño….

¡!

Ah destino en vilo.

Eynard Menéndez



Poema del precipicio

Escribir poemas y perderlos creo que es mi movimiento,
mi situación frente a lo inevitable, el giro de mi mundo:
la perdición: encontrarme perdido, recostado en el
vacío que es mi propio vacío, mi desgana: recostarme
sobre al aire desvencijado con mis huesos desvencijados
que rechinan sobre el ruido y bajo el constante repicar
de lo inevitable que se torna, frente a los ojos todos,
como lo inasible e insaciable, aquella certidumbre
destructora del haz de luz inmarcesible, la oleada ma-
rítima que nos esfuma el horizonte, nos difumina la
visión del cielo con la tierra, esa unión continua que se
fragmenta sin decisión alguna, así como así, asá como asá
como cuando el silencio se nos atora en la garganta y, claro,
la perdición ahí permanece en donde las cosas se pierden,
en donde el mundo se nos presenta redondo,
ovoide como teta dijo don cristóbal
o que se alimenta sobre una tortuga,
sobre un gigante, sobre el huevo eterno de todos los huevos,
etcétera y etcétera y etcétera. En fin, a las palabras
se las lleva el viento para que regresen a su orden habitual:
la nada del vacío que nos inunda y/o el recuerdo de lo que existió
y/o la ventura de la sinventura en el universo casual:
más o menos lo mismo da, menos o más quién lo sabe:
el extravío de la resonancia frente al espíritu demudado.

Eynard Menéndez


Poema del renacimiento

Después de que el tiempo es tiempo vos estás aquí,
aquí estoy yo, allá están todos, ninguno por aquí,
cualquiera en el remaje eterno de la brisa desigual:
el lago, el río, el mar, la laguna que nunca vemos
porque es el agua sempiterna, colada, sucia,
negra, ahora, contaminada, muerta aunque estamos
en medio de esta tierra que nos ve a los ojos
como cuando nuestros ojos también ahí están
uno frente a uno, dos frente a dos, enfrente
cada uno en el sonido, el ruido inmejorable
del silencio voraz en medio de dos corazones
y el agua que pasa en medio de nuestras manos entonces
y el sol que pasa en medio de nuestra cara entonces
y el tiempo que pasa en medio de nuestro tiempo entonces:
la dimensión reconfortante de cuando estamos
en medio de nosotros, de nuestra estadía, de los
cuerpos efímeros que se manifiestan en nuestra eternidad,
digo, vos y yo somos uno quizás, dos por momentos y
las realidades se bifurcan, se multiplican en contrapesos
por linajes de racismo, de odio, de muerte y vida
que resucita, que se marchita, que se incita a sí misma,
que se ama, que se perdura, que se invisibiliza.
La vida, la idea, el corazón, la cabeza, vos y yo,
yo y vos es el lugar, ese espacio infinito de la
constancia en la permanencia de la tierra, del
sentimiento invaluable, del constreñimiento de
nuestras costillas por vivir, por amarnos, por inventarnos,
por respirar, por renacer, por caer y morir y construir
y destruir y más por más de más en la inabarcabilidad
de las cosas que seremos, somos, fuimos.
Aquí estaremos de algún modo encontrándonos en el
jardín, la calle inquieta, la resolución desafinada,
el momento crucial, esa corazonada de coincidir.

Eynard Menéndez


Poema para el olvido

Desconocer el pasado y arruinarnos en el futuro,
el presente ya está jodido así que a nadie le importa:
ignoramos y ya, olvidamos y ya: vamos a trabajar,
vamos a dormir, vamos a comer insaciablemente,
nos bañamos en nuestros desperdicios,
destruimos lo que nos rodea: nuestros hermanos
humanos, nuestros hermanos animales, nuestra
hermana naturaleza: no importa, nada sabemos,
todo ignoramos: perdón y olvido hasta que al fin moriremos.

Eynard Menéndez




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