El vértigo

La noche ha construido un equilibrio simple. Cualquier mínimo
cambio en el ritmo del aire o de la sangre retumba en el orden
de las cosas.
Abro los ojos, cae una piedra.

Soledad Castresana




GnR en CDMX

(o divertimento poético fallido donde se retoma el tempus fugit)

Ay, tal vez no fui, querido Axl,
porque no quería verte así:
gordo y sentado: rey vencido.
Habiendo perdonado a tu enemigo,
O fue tal vez porque no quise
que me vieras a mí, así: tan bien
casada, madre, adaptadita,
ama de casa, aburguesada.

¿A dónde fueron a parar, querido Axl,
la bandana roja y negra que ceñía mi muñeca,
las remeras, los pósters, los collares de cadena?
Los aros los conservo. Guardados.
No queda bien una señora que en la oreja
lleva una bala, un colmillo, un esqueleto.

Hoy, heme aquí, a cincuenta en Insurgentes
escuchando por la radio emocionada
la crónica de anoche, del concierto,
(parece que llovía, yo dormía, Greta
va a la escuela –privada, por supuesto-
a la mañana).

¡Ay, Axl! Debería haberte visto entonces
cuando tocaron en Baires, cuando todas
éramos jóvenes y bellas, en la gloria,
en la década más rara de la historia.

Vivía en La Pampa todavía y me negaron
el dinero, el permiso. ¡¿Por qué a mí?!
¡No es justo! ¡No me entienden! Pataleaba,
lloraba, como ahora.

El tiempo huye, Axl, de nosotros.
Ya no podemos mezclar armas con rosas
(ni vino con cerveza u otras cosas).

Soledad Castresana


 La certeza

Como cuando en la oscuridad los ojos se adaptan a ver en las sombras el contraste de grises y texturas para adivinar los filos y las puntas de las cosas, así nosotras, envueltas en la noche de nuestro cabello, nos entregamos a los hijos siempre hambrientos con la certeza de que un día va a pasar un hilo de luz que volverá la casa a su antiguo espesor.

Soledad Castresana



La noche en que se nos inundó la casa

Decorando la casa que yo no quería que fuera nuestra casa,
pinchamos con el taladro un tubo de agua. El chorro
nos golpeó con la fuerza de una yegua. Era de noche,
sábado y afuera también llovía.

Hasta que encontramos la llave, se inundaron
los cuartos, los placares, el pasillo.
Hacía frío. Empezábamos a hundirnos. La pintura
de los muros se rajaba. Se curvaban las tablas en el piso.

Enseguida, el marido empuñó la escoba:
era una especie de caballero con su lanza.
Quién sabe cuáles monstruos despiadados
enfrentaba en el cuerpo de esas aguas.

También estaba la hija. Seria. Empapada.
Iba de un lado al otro llevando zapatos
y lápices y cajas hasta arriba de las camas.
Parecía un gigante tratando de salvar el mundo.

Yo me hubiera dejado ahogar ahí mismo.
Habrían quedado tres libros, unas pocas fotos
y un montón de notas sueltas. Suficiente
para alimentar el mito de la poeta joven que se fue
justo antes de empezar a escribir sobre sus muertos.

Soledad Castresana



La Virgen en el mercado

Adherida a la columna, una lámina
en papel satinado de la Virgen
con su raro disfraz de Guadalupe.
Quien imprimió esta imagen le agregó
un poco de su fe, de su alegría.
Los colores se alejan del gris santo,
alzan vuelo y se encienden y compiten
con las piñatas que cuelgan rabiosas
del techo del mercado en Coyoacán.
Y porque tal vez la acumulación
funciona en ciertos casos, le pusieron
un marco de un millón de rosas rojas
y un diluvio universal de purpurina.
Pero es curioso observar que nada
le ha cambiado en el gesto a la señora:
sigue quieta, los ojos hacia abajo
y las manos unidas sobre el pecho.
¡Qué poca vanidad!, me digo y miro
mi perfil de reojo en la vitrina
sucia de un puestito de tostadas.
Cualquier diosa, yo misma, si tuviera
tales brillos y flores, alzaría
la vista sonriendo. Aunque en el fondo
supiera que no soy más que otra mosca
sobre la carne cruda y las guayabas.

Soledad Castresana


No es un juego

Es como si cada pulso de la materia hubiera encontrado su sonido,
la cuerda única que vibra con la sombra del aire.
Es la madera que cruje, me decían cuando era hija. Pero ahora sé que
hay más entre el ruido y lo que escucho. Me aferro a este trance. Ya no
voy a dormir hasta encontrar las correspondencias.

Soledad Castresana




“No es un cuerpo de mujer en edad fértil, lo que está en juego sobre esta mesa.”

Soledad Castresana



Nuestra casa 

Ella tiene miedo de que ese señor triste con los brazos estirados clavado en la pared se le caiga en la cabeza mientras duerme.
Esta nunca fue nuestra casa, le digo. Estos miedos no son nuestros.

Soledad Castresana




Sombra

una oruga de fardos de alfalfa
resiste el afán incendiario
de la siesta 

nos refugiamos
en el tanque australiano
flotamos
en el sordo hechizo
de las abejas 

a veces la sed desespera la piel
nos quema el alivio

cuando baje la fiebre del aire
perfumados de higos
subiremos la tarde
hasta los árboles 

esperaremos
mareados y calientes
que la noche detenga
la sangre de las ví­boras 

cuando acabe la luz
nos quedaremos sin agua

Soledad Castresana











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