En los baños del Maes Carafanau

No nos vemos los unos a los otros aquí, en nuestra hilera
de retretes, sino que sólo escuchamos lo de la noche anterior 
–como el eco de una fiesta despiadada en la carpa de al lado–
en exclamaciones mutuas, en la queja
y en el suspiro de alivio. Se puede adivinar,
por resoplidos, que anoche hubo cerveza y hubo curry, 
o apenas 
una ensalada modesta y congelada de la casa rodante.
Nos regañamos a nosotros mismos, todos juntos,
cuando escuchamos las primeras voces malvadas del Maes B  4 
venir a meterse a nuestros baños inmaculados. No importa.
Por ahora, miramos las paredes blancas con carteles,
y escuchamos por un momento otra vez
la respiración grosera de los otros cubículos,
sentimos el esfuerzo conjunto antes de sonreír,
terminamos de limpiar, echamos un vistazo al papel y apretamos el botón
y sonreímos: porque qué es el eisteddfod sino acostumbrarse
a compartir la experiencia vital sin vergüenza, 
y dejar ir nuestras trabas y nuestro miedo al tanque séptico
en el campo,
¿dónde hay una ducha fría?

Guto Dafydd



Libro Rojo de Hergest

Exhibición de los Cuatro Libros, Biblioteca Nacional de Gales,
15/02/2014

¿Podemos ir a la Biblioteca, amor, a respirar sobre el vidrio,
a apoyar nuestras narices en los cristales limpios
que hay entre nosotros y la magnificencia del rojo?
Ven, amor, a intentar contar las páginas,
a aprobar discretamente la elegancia de la tapa
y a contarnos historias sobre el tumulto negro de la tinta.

Pero, para que el libro te robe el aliento
entre el zumbido de los aires acondicionados, 
cuidado con creer que esto es lo que iba a suceder.
A causa de las cosas que no llegan a pasar
podemos detenernos a contemplar acá
la lengua purificada en elegías y relatos 
por nuestro mero coqueteo:
un sirviente lanza su luz al suelo;
la moda amanerada del noble mueve su manga   6
después de la caza pobre; pongamos el libro en el armario.

Cuidado con creer que nosotros mismos somos inevitables;
nuestros besos no han sucedido todavía: 
no hay nada entre nosotros. Nuestros relatos no se crearán
a sí mismos; los poemas de nuestro amor no se compondrán
en armonía7 a partir del aire sin que nosotros rompamos el silencio.

Entonces, amor, ¿podemos hablar de vino blanco seco,
amar una tarde de domingo y chorizo en las playas?
¿Podemos susurrarnos al oído
y dejar que la historia se vuelva tradición para los dos?
¿Podemos murmurar odas descuidadas en alabanza bajo las luces de la calle,
y envolver todo entre espléndidos lienzos rojos?

Guto Dafydd


Ruiseñor

Señoría, ¿por qué no ponías bajo el sello
de la Ley de Hywel a tu Ruiseñor?
Dafydd ab Edmwnd

Nuestros arpistas 
no están dispuestos a pelear en pubs,
ahora.

No son como Siôn,
que hirvió en una esquina de una taberna
pegajosa con olor a sudor, aserrín y cerveza,
sus dedos tropezando torpemente
sobre las cuerdas tensas de su temperamento.

Ellos no
arrojan banquetas
ni se lanzan a pelear como hombres locos;
sus manos de música de cuerdas  2
no se cierran en puños
para golpear salvajemente. Ellos no
deben mirar, ni por un segundo,
el cuerpo que se enfría rápidamente, demasiado ensangrentado.

Siôn fue ahorcado
en una parte de la tierra entre dos órdenes,
donde se enfrentaban dos leyes,
dos pueblos como el agua y el aceite
que amenazaban fundirse en uno.

Fue ahorcado
según una ley no comprendida;
y nuestros arpistas conocen de que hablamos,
ahora.

Guto Dafydd









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