Mediodía

Pleno verano. Plentitud. El lomo de granito
atraviesa la tierra gris en la cresta de la colina. Sequía:
la primavera está hecha. Me pongo en cuclillas
sobre la calavera seca de New Hampshire. Púas de pasto reseco
emergen por el hormiguero que tengo a mis pies, y el campo entero
chirría con pequeños oráculos que las cigarras
raspan entre muslo y ala. ¿Qué mantengo
a distancia? La idea de la cosecha, días que rezuman…
Desde el valle sube el ronroneo de la autopista,
los zumbidos de los motores desde el lago, la voz de un niño
que riñe. El martillo de alguien golpea el aire
a dúo con su propio eco. Aquí está
el preciso corazón muerto del día viviente, el centro hueco,
la fosa alrededor de la cual la luz se pone espesa, y comemos.

Rosanna Warren


Wreckers: costa de Northumberland
(J.M.W. Turner)

Indistinto lo que del naufragio rescatan,
y el mar sobre la arena resplendente
sería de igual forma cielo. O, quizá, tres
elementos, tierra, agua, y aire, que acatan

las propiedades de bruma, y así disolverse.
Los hombres mismos, mientras jalan restos desde el oleaje,
lucen como una oscura especie de hierbajo bíblico
destinado, como las varas que tantean, a revolverse

sin cesar en mareas que se les vuelven en contra.
Si sedujeron al barco, a la vez a ellos los remolcan
a través de la espuma los bultos que salvan.
Se les abalanza el mar desde las lejanas plataformas

ensanchándose para el saqueo, tirándose a la costa
como corona de novia. Una nube
abre su mandíbula sobre el barco
que a pique se va en el horizonte. Nada más

se puede rescatar de esta escena. Toda facción
está perdida ya, apenas vista,
amortajada, el lúcido pincel que mezcla,
igual que los borrosos saqueadores, posesión y conmemoración.

Rosanna Warren








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