A quién dedicar los poemas

Al que se levanta antes del sol y por los otros barre la nieve del camino
A la madre que se voltea y queda de espaldas ante el lecho del enfermo
Al montañero que capta una enseñanza insólita del aleteo de la mariposa
Al vagabundo que —apoyado en un árbol lluvia de oro—
súbitamente recuerda la voz de la cítara de su terruño
Al otro que te ayuda a apretar las cuerdas en la tala de árboles en invierno
A la exquisita e incomparable artesanía
que a unos árboles convierte en barcos
y a otros llena de guisados, agua de pozo y cenizas humanas
Al asesino de sangre fría, sobornado con unas cuantas monedas de oro
que de pronto es poseído por un titubeo muy parecido al amor

Feng Na



Como una fábula o algo.
Otras personas son como yo
quieren saber su paradero
como pararse en la salida
buscando la entrada de esta historia.

Feng Na


Estatua de piedra

La parte más difícil ya fue esculpida
Su enigmática sonrisa es de piedra
Sus labios y mangas son de piedra
Su mudez y su latido son de piedra
Si alguien alza la mano, el calor de su cuerpo es de piedra
Del interior de la piedra ella consigue el tiempo
de las miradas y los toques de los otros toma la vida
y —si la gente sigue creyendo que las deidades moran en la piedra—
muchas épocas después aún cosecha plegarias frescas
En sus ojos pétreos
la vida y la muerte son la misma ave
que alza el vuelo antes del alba y esconde sus huellas en el ocaso
Su compasión y su olvido son de piedra
Su aliento es de piedra
Su nombre indeterminado es de piedra

La parte más difícil ya fue esculpida

Feng Na




Pequeña estación en un literal desconocido

Una pequeña estación desconocida
Sombras de árboles vacilan en medio del jadeo tropical
Las cosas que había visto al amanecer regresaron al cielo
Rocas, esparcidas cual semillas, yacen en la costa blanca
Trabajo de noches y noches enteras:
los navíos laminaban los rastros oxidados
Aquí las manos del viajero son superfluas
Las alas de la gaviota son superfluas
El viento apresa todos los rayos del sol
y los alza hasta el domo de la iglesia
El rocío no vacila ni por un instante
La luna tampoco es una devota del día:
ocultando su propio cuerpo
ellos juntaron fuerzas con la tierra cobriza
y escupieron el océano entero

Feng Na









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