Abril

Pronto será la temporada de lluvias, de nuevo me posee la zozobra.
En la remota antigüedad, la lluvia era un pájaro;
a veces volaba más allá del cielo y cuanto más lejos iba,
 más vasto se hacía el firmamento y se perdía en el infinito,
pero el pájaro siempre regresaba a tiempo, además en la misma época.
Mil, dos mil, tres mil años;
 un pájaro voló hasta convertirse en una lluvia primaveral.
Madre, cada noche duermo volteada en dirección hacia ti;
una, dos, tres noches; durmiendo me transformo en una planta hibernante.
Mi copia y yo estamos perpendiculares a los rayos de luna; la luz
ilumina mis recuerdos multiformes
que cuelgan de mi cuerpo, lo hacen parecer un mar de plancton.
Me duermo y empieza un sueño de mil años, desde la civilización agrícola,
siguiendo el ciclo de los veinticuatro términos solares;
durmiendo convierto el sueño en una religión donde la respiración es rezo…
Al abrir los ojos veo la lluvia, como pájaros en vuelo:
revolotea entre el cielo y la tierra,
 entre mi línea de visión y la de mi madre.

Ming Di


Chinchorro 

1983, los arqueólogos encontraron momias de la cultura Chinchorro en el norte de Chile, tenían más de 7000 años de antigüedad, las más antiguas de la tierra, incluso 2000 años más antiguas que las momias egipcias. 

La muerte es un viaje
de hibernación.
Un largo viaje para encontrar
el alma propia,
como una flor seca
aguardando retoñar
cuando cambie el clima.
Pero los humanos han perdido el arte
de preservar sus cuerpos. 

Chinchorro, Chinchorro
sueño con estar en tu cuerpo,
despertada por una tormenta.
Abro mis ojos –estoy a siete mil millas de distancia, 
en mi pueblo natal.
Pablo Neruda se pone de pie en Machu Picchu
al lado del río Yangtze.
Habla una lengua de flores y árboles.
Todas las llamas y los renos lo comprenden. 

Después se acerca de un brinco Roberto Bolaño,
sus ojos de detective destellando como dos linternas voladoras.
Me susurra al oído,
“He descubierto los secretos de China.
Cincuenta y dos lenguas han muerto, solo cuatro sobreviven,
una en formas cuadradas, una en líneas cursivas,
una en cuerdas como el Quipu del Imperio Inca,
y una revolotea como pájaros”.
Agito mis brazos y le pregunto: “¿Puedes oírme?”
Responde: “No. Te has convertido en una momia.                          
Has perdido tu lengua.”
¿Que? ¿Me habré quedado dormida por demasiado tiempo en Chile?
¿Tienen que ser tangibles las lenguas?
¿No se encuentra acaso mi lengua en mi piel?
¿No revela mi piel quién soy yo? 

Empiezo a tallar palabras en la piedra 
para preservar mi lengua antigua.
Pero, ¿y si las piedras se sumergen
en el océano? ¿Y por qué necesitamos una
lengua? Dentro de siete mil años, la Tierra tendrá 
una nueva lengua, hablada y escrita,
entendida por todos los seres humanos y animales y árboles.
Pero, él dice, necesitas conservar tu identidad.
Así que tallo mis palabras en el viento
y dejo que sople a través de siete mil años
para que mis hijos observen mis alas. 

Nota: Antes de que el Emperador Qin unificara todos los reinos e idiomas en China (221-207 a. C.), mi ancestral ciudad natal, el Reino Chu, tenía una escritura de aves.

Ming Di





Isadora Duncan

Volar, volar como la luz, no hacen falta alas:
así pensaba en mi sueño, pero tan pronto levanté la mano,
la luz del firmamento quedó destrozada.
Estoy sentada en medio de la luz, cual isla de una sola ave;
me rodea el agua marina que yo misma engendré.
Alzo la mano y no hay reflejo ni refracción;
levanto la cabeza, te veo en el espejo retrovisor:
¡allí va el pasajero que esculpí en soledad!
Me siento en la cabina del conductor, como si fuera la esposa de la luz
o una pieza de su ajedrez.
Me usas para seducir tu última oscuridad, te uso para clonar
mi primera alegría —caléndulas de junio
que se proyectan en julio, llenan la tierra de sombras florales—
Dios dijo “Sea la luz”, sólo si hay luz se puede alargar el tiempo;
aves en vuelo se abalanzan embravecidas contra el agua,
mejor con un leve gesto te escondo al lado contrario de la sombra–
en realidad soy tantos círculos, rayos y manchas de luz,
amo cada uno de estos yo-mismos, uno de ellos dijo “me hiciste daño”,
entre tantísimos yo, a cuál de todos he herido—
despierto y apenas entonces descubro que apuñalé los ojos de la luna.

Ming Di


Sandouping, mi pueblo natal perdido en el río 

1992, se solicitó a todos los residentes de Sandouping que migraran. Catorce años después, se construyó la Presa de las Tres Gargantas en ese lugar, la presa y central eléctrica más grande del mundo. La ciudad entera de Sandouping fue engullida por el río Yangtze, aunque los arqueólogos se empeñaron arduamente en rescatar las reliquias, habiendo descubierto en 1998 una Piedra de Sol que data del 5800-4700 a. C.
 

¿Con quién en la Tierra puedo hablar 
cuando mi ancestral tumba se ha ido?
¿Estás en el río, abuelo?
¿O has sido arrastrado hacia el Océano Pacífico?
No tuve la oportunidad de arrodillarme
frente a tu tumba y decir adiós
antes de la migración masiva,
antes de que te volviera a enterrar el agua.
El viento me dice que no te fuiste muy lejos.
Proteges las ruinas de tu pueblo natal. 

Un pueblo natal es siempre un pueblo natal
ya sea que esté lleno de gente
o vacío, en el fondo de un río.
El fondo de un río nunca tendrá oscuridad
si sostienes tu Piedra de Sol,
la Piedra de Sol de 7000 años, del abuelo
del abuelo del abuelo del abuelo… 

En 7000 años, te encontraré, abuelo.
Yo, una nueva arqueóloga. A ti, el mismo granjero de naranjas.
Moriste a los 47, sin esperar nunca que tu pueblo
fuera reemplazado por una presa. Tu cuerpo
dragado hacia una fría inundación,
atrapado por una roca quebrada al instante.
Y ese momento instantáneo te hizo inmortal. 

Uno debe morir dos veces para vivir de nuevo.
La segunda muerte anula a la primera muerte.
Qu Yuan se exilió dos veces y saltó al río
dos veces. Ahora vive dentro de su estatua
en su templo.
Te rehusaste el exilio o la migración, te aferraste
a tu lugar de nacimiento.
Te alzas en la hendidura de una roca
aguardando ser redescubierto como un fósil.
Tus dientes brillando, tus huesos firmes,
tu cuerpo recubierto por algas. 

El clima ha cambiado y vuelto a cambiar.
Las placas de tierra han migrado,
las estrellas migraron, las montañas migraron,
el río Yangtzé se secó
y volvió a fluir como un Pequeño Pacífico.
La Edad de Piedra vino y se fue.
La Edad de Bronce vino y se fue.
La Edad de Hierro vino y se fue.
Has pasado por la caza, la pesca, la agricultura,
y cazado, pescado y cultivado otra vez.
Ahora estás en los naranjales de nuestro pueblo
donde naciste,
viéndote más joven que yo.
Levantas tu Piedra de Sol, tan antigua como los Aztecas,
las pirámides, o Machu Picchu. 

Te yergues sobre Sandouping—
el océano ha retrocedido, tres gargantas se están alzando de nuevo
y reflejan las tres estrellas en la constelación de Orión. 

Nota: Mi pueblo natal, Sandouping, es la entrada de las Tres Gargantas en el río Yangtze. Tiene una enorme losa de granito sobre la cual se construyó la presa de las Tres Gargantas. ¿De dónde viene el granito? ¿Qué hay debajo? ¿Una pirámide enterrada? Sandouping, literalmente “tres, estrella, tierra plana”, debe guardar alguna relación con las tres estrellas más brillantes del Cinturón de Orión, una mitología que se ha perdido. (También hay una gran piedra con peces tallados enterrada en las aguas más profundas. Los antiguos pobladores de mi ciudad natal registraban eventos hidrológicos y hallazgos astrológicos en la piedra).

Ming Di



Zimbabue

No pegué ojo en toda la noche
 para no perderme la caída de una estrella.
El cielo estaba tan bajo, tan claro y pulcro,
 ¿quién lo habrá limpiado?
Sé que a cada persona le corresponde una estrella;
la que no te pertenece caerá en el desierto
y aquella que sí es tuya te mirará directo a los ojos
justo cuando los abras. Harare, Harare,
¿qué estrella eres tú? No me atrevo a dormir,
por vez primera el firmamento está tan bajo, tan cerca.
Sólo el cielo de Zimbabue posee tal proximidad
y nitidez, me permite ver muy claro la marca
de mi propia sombra en la tierra, desde el sur hasta el norte,
sobre esta única autopista.
De día atravesamos el puente Limpopo; en ambos extremos,
 militares armados interrogan y revisan.
Abajo el río Limpopo, arriba el cielo,
ni dónde esconder mi nerviosismo.
 Adelante Zimbabue, Sudáfrica atrás,
el camino sólo lleva hacia delante, no hay paso atrás.
Atravesar la línea fronteriza, subir de un brinco
 a un bus de larga distancia, dirigirse al norte,
Harare, Harare, allá voy.
Al anochecer, de pronto el cielo desciende,
 con sus estrellas grandes como frutas,
la gente de Zimbabue siembra frutas en el cielo,
la felicidad tal vez caiga en la noche.

Ming Di
















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