Antártica

(a Richard Ryan)

“Ahora voy a salir y quizá esté fuera por un tiempo”.
Los otros asienten, fingiendo ignorancia.
En el corazón de lo ridículo, de lo sublime.
Él los deja leyendo y comienza a escalar,
empujando su fantasma entre el aullido de la nieve;
ahora va a salir y quizá esté fuera por un tiempo.
La tienda se desvanece bajo su corteza de escarcha
y el aterimiento es remplazado por el vértigo:
en el corazón de lo ridículo, de lo sublime.
¿Debemos considerar una especie de crimen
el entumido auto-sacrificio del más débil? No,
ahora va a salir y quizá esté fuera por un tiempo:
de hecho, por siempre. Enzima solitaria, aunque
la noche no ceda destello alguno, habrá resplandor
en el corazón de lo ridículo, de lo sublime.
Él se aparta de la pantomima terrenal
serenamente, consciente de que es hora de partir.
“Ahora voy a salir y quizá esté fuera por un tiempo”.
En el corazón de lo ridículo, de lo sublime.

Derek Mahon



Cocina de campo

Caminando por la eternidad
a lo largo de la playa que respira
hay esa modalidad
al inmediato alcance de la mano –
desove, ruinas, mar asombroso
y Cabo Howth más allá.

Así es como comienza,
devoción a las cosas reales
de una mañana límpida:
hoja goteando y canto de pájaro,
sonidos de faena, el rico
aire de una cocina de campo.

Jugamos con el ritmo y la rima
junto a un fogón recién encendido:
desde abajo de una manta cerrada
de neblina la tierra
se abre a una corriente de nubes
hacia el oeste en el Atlántico.

El mundo de lo simple
brilla con el agua, cede
al arado. Un vuelo de gaviota
sigue al tractor que trabaja.
Quidditas: los campos usados
de Ulster y la antigua Grecia;
y siempre el mismo río,
el oráculo y el universo
sin circunferencia, ese infinito recurso.
Si una cosa sucede una vez
sucede una vez para siempre.

Derek Mahon


Datos

Una vez más vuelvo a advertir las cosas peculiares
que advertí cuando era niño: las primaveras ocultas,
el sonido del silencio, pelusa en los manteles,
el sabor a sal del yodo, los aromas de la ropa,
las ásperas vetas de la madera, una cifrada interfaz
de marea menguante y la carrera de la marea entrante.
La luz, cálida sobre la “fanática existencia”
del mobiliario y los pulidos acabados de las cocinas,
sobre el taller rural, el corral de las gallinas y el heno podado,
ilumina todo, incluso en el día más lluvioso,
con el fulgor reflejado o intrínseco
de un mundo intencionado que creemos conocer:
la fuerza inerte y potencial de las cosas materiales.
Nuestro conocimiento es instrumental, nuestros hechos, irreales
porque no son vividos, ni sentidos, ¿qué podemos emplear
como sabiduría sino estas feroces realidades?
No necesitamos telescopios para apreciar
la música silenciosa del cielo en la noche;
tampoco necesitamos computadoras para contemplar
la resonancia mórfica donde los vencejos migran
en cerrada formación desde la boca de un río,
sabiendo por instinto cuando viajar hacia el sur
y, también por instinto, desandando el vuelo
cuando el espino echa hojas y su flor se ilumina.

Derek Mahon



Deyección

Inactivos los huesos, recostado escucho la lluvia,
Sin tragedia ahora, ni en temerario frenesí.
¿Debo avanzar nuevamente hacia la tormenta de truenos
Que han venido desde el frío por segunda vez?

Derek Mahon



La fiesta de nieve

Cuando Basho llega
A la ciudad de Nagoya,
Lo invitan a una fiesta de nieve.

Hay tintineo de porcelana
Y té en la porcelana;
Hay presentaciones.

Entonces todos
Se amontonan en la ventana
Para ver la nieve que cae.

La nieve está cayendo en Nagoya
Y más al sur
Sobre las tejas de Kioto;

Hacia el este, más allá de Irago,
Cae
Como hojas en el mar frío.

En otros lugares queman
Brujas y herejes
En las plazas hirvientes,

Miles murieron desde el amanecer
Al servicio
De reyes bárbaros;

Pero hay silencio
En las casas de Nagoya
Y en las colinas de Ise.

Derek Mahon



La lluvia de la tormenta

El parpadeo de un relámpago, luego
un rumor, un rugido de lluvia blanca
que aumenta su volumen, crujiendo sobre la tierra,
inundando la grava con un oleaje de sonido.
Las gotas tañen como timbales o brillan
como corcheas en un renglón.
Repica sobre la hojalata expuesta,
una suite para el agua, el viento y el cesto,
un Poulenc tintineante o las cuerdas de lluvia intensamente
quejumbrosas de Brahms, una sección completa de cuerdas
que describe las formas del pensamiento en cálidas
vibraciones auto-referenciales
y en ondas que se dispersan. Pronto
el rugido susurrante es un recital.
Multitudes de lluvia se atropellan, clamorosas y vitales,
batallan en arroyos atravesando la tarde.
El ritmo deviene un latido regular;
el vapor se levanta, calidez corporal:
y ahora hay ruido de ciudad,
fragmentos grabados de pop y rock,
las percusiones, el estridente shock electrónico,
una vasta polifonía, el denso estribillo
del lamento de la sirena, la troca y el tren
y gritos incoherentes.
Toda la vida humana se encuentra
en lo ilimitado, estruendo continuo
cuyas lentas y difusas implosiones congregan
radios y alarmas de autos, bocinazos y pitidos,
y en una crèche voces diminutas
que penetran el aire húmedo.
Suciedad y decadencia,
el raquítico ajetreo de la franquicia global,
guerras por el petróleo y guerras por el agua, el crescendo
diatónico de una economía mundial en cascada
se escuchan en el frenético golpeteo
de esta suntuosa cadencia.
La voz de Baal explota,
rabiando y retumbando alrededor de las nubes,
desesperado por destruir los espacios autosuficientes
y restaurar su fallida hegemonía
en Canaán antes de mudarse
a lugares más ordinarios.
Después de un rato los enlazados acordes
se atenúan, un sol acuoso resplandece,
el aluvión cesa lentamente, el canto gutural
se sosiega; un tordo canta y terceros discordantes
se disipan como un concierto que se agota
en el subdominante.
La multitud del furioso aguacero se aleja
gruñendo hacia campos y granjas distantes.
Los desagües siguen vivos con el chorreo del agua,
unas últimas gotas escurren de una alcantarilla rota;
pero la tormenta que creó tanto escándalo
ha dejado de interesarse en nosotros.

Derek Mahon


Primavera en Belfast

Caminando a solas en esta mañana de viento
bajo una marea de luz solar entre lluvia y lluvia,
reanudo mi vieja conspiración con la piedra
húmeda y las complejas imágenes del estrábico corazón.
Una vez más, como antes, recuerdo no olvidar.
Hay un perverso orgullo en estar del lado
de los ángeles caídos y no querer levantarse.
Podríamos salvarnos con poner la mirada en la colina
en lo alto de cada calle, pues ahí está,
eternamente, aunque sin relevancia, a la vista…
pero en lugar de eso cedemos a las fórmulas del humor,
al misterio ilegítimo del guiño de reconocimiento;
o guardamos un lúgubre silencio en la luz y la sombra,
ensayando nuestras astutas salvaciones bajo
la mirada fría de un Dios mojigato.
Una parte de mi mente debe aprender a conocer su lugar.
Las cosas que suceden en las cocinas
y en los resonantes callejones de esta desesperada ciudad
deberían ocupar más que mi casual interés,
exigir más interés que mi casual compasión.

Derek Mahon


Todo va a salir bien

¿Cómo podría no sentirme feliz al contemplar
las nubes aclarándose tras la ventana del dormitorio
y la marea alta reflejándose en el techo?
Habrá muertes, habrá muertes,
pero no tenemos la necesidad de hablar de ellas.
Los poemas afloran desde una mano no demandada
naciendo, escondidos, en el seno de un corazón vigilante.
El sol se alza a pesar de todo
y las lejanas ciudades se conservan bellas y luminosas.
Descanso aquí, en un alboroto de luz solar
observando el amanecer y el vuelo de las nubes.
Todo va a salir bien.

Derek Mahon


Vidas después de la muerte

(a James Simmons)

1

Despierto en un oscuro piso
al suave rugido del mundo.
Las palomas se hacinan sobre los blancos
techos mientras corro las cortinas
y veo caer sobre Londres
la lluvia fresca a la luz de la mañana.
Este es nuestro elemento, la brillante
razón en que confiamos
para las soluciones a largo plazo.
Los oradores parlotean y las armas
llegan a un callejón;
pero no perdemos la fe
en que los asuntos de ahora
sorprenderán a los niños educados
en sus escuelas no sectarias
y los lugares oscuros
refulgirán de amor y poesía
cuando el poder del bien prevalezca.
Qué clase de mierda burguesa somos
para imaginar por un segundo
que nuestros ideales privilegiados
son sabiduría divina, y que las tenues
formas que se arrodillan a mediodía
en la ciudad no somos nosotros mismos.

2

Viajo en barco para ir a casa
por primera vez en años.
Alguien toca una guitarra
en la oscura cubierta mientras
una gaviota sueña en el mástil,
las olas salpicadas de luna se regodean.
El barco tiembla al amanecer, entra
formando un amplio arco
para regresar vibrando al lago gris
más allá del buque faro y la boya,
de las gradas y el árido muelle
donde arde un foco desnudo;
desciendo en la costa bajo una fina lluvia
y camino a una ciudad tan cambiada
por cinco años de guerra
que apenas reconozco
los lugares donde crecí,
los rostros que tratan de explicar.
Pero las colinas conservan el mismo
gris azul en el cielo de Belfast.
Quizá si me hubiera quedado
a vivir los bombardeos
al fin podría haber madurado
y aprendido lo que significa hogar.

Derek Mahon









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