Antecedentes familiares 

Mi padre es un absurdo,
ladrón y asesino a corta edad
sin ningún logro en su edad adulta.

Ahora que crezco, la forma en que me mira
me recuerda cómo miraba a
su primera mujer.

A mi madre le gusta usar gardenias
en el pelo. No sabe,
antes de apresurarse hacia el mercado, si es que está vestida.

Si alguien tocase su pecho derecho,
ella ofrecería el izquierdo.

Mis hermanos y hermanas están cada uno más hambriento que el anterior.
Cada año nuevo o en cualquier festividad,
siempre pelean por las ofrendas
en el altar de nuestros ancestros,
las frutas cubiertas de pesticidas.

Mi hermano mayor se unió al ejército
sólo para derrocar a nuestro padre
y murió con gloria en el campo de batalla.
Mi hermana mayor ama la música, el ajedrez, la caligrafía
y pintar pero se ha fugado con un ermitaño.

Mi hermano menor, un violador,
escapó de la cárcel y se volvió un bandido.
Compró a una estrella de tercera para hacerla su esposa.
Mi hermana más joven murió de SIDA
con muchas catarinas decorando su cuerpo.

Sólo yo me he convertido en alguien sobresaliente y de buen corazón.
Y he tirado la colilla de un cigarrillo de Hongtashan
hacia mi casa y le he prendido fuego a todas las historias.

Yang Biwei



El sentido de estar en otra parte

Ella olvidó el camino de llegada,
ya no estaba segura: fue el pasaje o la cuerda
que sujetó su cabeza y la trajo apresada
a Galilea, a Gólgota, al más allá de los espejismos,
a la tierra que mana leche y miel;
ya no estaba segura si fue complaciente o pasiva
cuando de prisa siguió la corriente.

No es más que estar angustiada pero en otra parte
—aquí el ocaso es más imponente que el del terruño,
la vastedad es más grande que el corazón—

y además seguir pastoreando las propias obsesiones onerosas
que combaten, se separan, sin tregua reabren las heridas;
cada una tiene razones de sobra para clamar su inocencia,
por eso no cesan —dentro de los límites de Ella—
de engendrarse y masacrarse mutuamente.

Nunca queda nada más que el desastre;
 el asedio y la supresión del ego nunca acaban,
Nunca ha existido la patria;
 uno nace para huir cargando la corona de espinas.
Cada día al amanecer,
Ella abre de par en par sus vacíos brazos,
retoma su vida taciturna, y es una vasta escena de crimen.

Vislumbrando la nada en la lejanía, Ella decide rendirse
ante el objeto desconocido. Con el destino en su contra,
Cielo y Tierra alzan ante Ella inmensas barras de hierro,
un murciélago de espléndido atavío cierra firmemente el cepo.

De repente Ella viene en sí sobresaltada.
 Su cuerpo permanece en plácida calma.
A su alrededor: un hormiguero humano.
 Linternas como soles alumbran el mercado de flores.

Yang Biwei








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