"Aprendí que el terror no me aterra. Estaba embarazada de mi hijo Mariano y estudiaba con un compañero que pasaba a buscarme dos horas antes de las clases para explicarme lo que yo no entendía. Era una persona mayor, un ser de esos únicos e irrepetibles en este mundo, que tenía un cargo - no sé cuán alto o lo olvidé ex profeso- en el ferrocarril. Lo ametrallaron en la puerta de su casa un amanecer cuando salía hacia su trabajo. Pero lo pudieron haber hecho cuando viajábamos en su auto rumbo a las aulas. Que yo sepa, no estaba en nada que no fuera el amor por su familia y su deseo de crecer intelectualmente. Fui la única de sus compañeros que estuvo en el velatorio, casi no había gente velándolo. Y lo recuerdo cada día de mi vida. Su serenidad y paciencia me edificaban. No enterré ni quemé ningún libro, ni los escondí. Sí rompí mis poemas, y me arrepiento de eso cada día de mi vida. Ser poeta durante esos años, era una especie de libertad soterrada que nos reunía en torno a las lecturas de poemas y las charlas en el bar. Un día lluvioso leíamos en la galería de arte de Armando Santillán, que estaba en el subsuelo del Pasaje Pam, había poca gente, pero estaba Beatriz Vallejos y su esposo Domingo Rigatuso -un ser que yo adoraba-, Ada Donato, seguramente Francisco Gandolfo y Eve, su esposa: jamás los vi al uno sin el otro. Francisco le decía a ella que era mi novio y a Eve la iluminaba una gran sonrisa llena de ternura. Estaba Santillán y no recuerdo muy bien quienes más. Entonces fui a Trilce, la librería de Jorge Isaías y Carlos Berrini, que estaba a unos pasos del subsuelo y busqué algunos libros: Pessoa, Vallejo, Cavafis, Drummod de Andrade, Cardenal… Y en lugar de leer mi poesía leí la de ellos: “La flor y la nausea”, de Drummond; “El poema en línea recta”, de Pessoa; “España aparta de mi este cáliz”, de Vallejo, “Itaca” de Cavafis, algunos epigramas de Cardenal. Y cuando terminé y levanté los ojos, estaban todos lagrimeando emocionados. No me voy a olvidar de eso nunca, y tampoco lo que decía mi amigo entrañable y gran poeta, Raúl García Brarda: si hubiese habido un buzón en cada esquina (para botonear a destajo y al voleo) hubiéramos desaparecido todos. Vivíamos en una cultura de catacumbas, pero nunca nos amedrentamos, sostenidos en esa vieja amistad que todavía nos reúne como en Trilce."

Concepción Bertone


Ars poética

A Graciela Cariello y Roberto Retamoso.

Escribo de cigarrillo en cigarrillo.
Toda mi vida pasa
por el retardo en vilo de esa brasa
ínfima. Mortal,
dulce, pequeño vicio
que acaricia los humos
del recuerdo (el mundo indivisible
al que me aferro): mi padre, mis abuelos, mis tíos,
envueltos en el velo del humo, vivos,
más vivos que los vivos
en los gestos familiares del hábito,
como la veta en la madera,
lo que queda grabado en ella.
Las huellas del placer o del tajo.
El amor, el dolor,
el trabajo de las muertes y nacimientos mas
el humo del cigarrillo. Mi yo
descentrado más el humo del cigarrillo. Humo
sumado a toda emoción. No en presente. En pasado.

Los vahos ascienden
hacia el techo de este cuarto
donde fumo y escribo (entremano
las palabras y el humo). Aguzo
el delicado filo, la hoja
de tabaco molido, blanca arma letal
envainada en el humo. Afuera
la violencia es ligera,
menos sutil. Tersa, bien cuidada
la piel
de los asesinos.

Concepción Bertone



Caballos

A mi padre Francisco Antonio Aversa, en memoria.

Yo solo veía del caballo oscuro
el lucero de blanco pelo
que le dividía la frente, la crin
tusada por la parcial visión, por el hecho
de no tener más ojos
que para ver esa estrella. Él
veía la majestuosa genealogía del pedigree,
el pelaje enjoyado por el “masaje”, el
cuidado amoroso, antes y después
de la carrera, el paso airoso,
la apuesta de la corazonada, la gesta, y
lo que yo puedo ver ahora
en el remedo, la copia -ex profeso inexacta-
que queda en la memoria: el juego
por el juego, por la lúdica
vida, la vana gloria, la herida
siempre enconada del recuerdo. Mi padre.
Un pura sangre, un quemante resuello
de hazañas y rodadas,
un destello de hielo
en los claros ojos. Siempre será
ese modo lejano de amar. La luna,
en un eclipse total, esta noche
que la tierra no la deja mirarse
en los ojos del sol, es fija
 de ese amor que me entenebra.

Concepción Bertone


El altillo

Llevaba a aquel altillo
una escalera
de peldaños de mármol. Un sentimiento
y olores que lo exhuman
con el tiempo. Golpes de olores
óseos
vertebrados.
Llevaba ya
la urna
del pasado que no eludió el tamiz
de la memoria
la obviedad de la «carne pasajera»
y octubre
aunque es posible primavera
en la estación más gris
de cualquier año.
Pero llevaba ―y lleva―
a aquel altillo
la atemporalidad que dan las muertes
a libertades ―Ars― que nunca duran
porque dura lo duro. Lo que pasa.
No es extraño habitar en cierta casa
que se tornó habitable, demolida.

Concepción Bertone


"El dolor no te hace peor, te hace mejor. Con muy pocas personas ocurre lo contrario. Si fuiste amado de pequeño, ese amor te salva para toda la vida. Y todos los dolores que te puedan tocar los podés sobrellevar. Es más, yo me pongo más fuerte cuando alguien de mi familia se enferma y tengo que cuidarlo."

Concepción Bertone


El puente

De carne pasajera y de silencio
es el puente que tiendes. Tanta noche
para cruzarlo en vano y no alcanzarte.
No ser la flecha ―su ápice―
y el arte del que acierta en los blancos
que no existen.

Botando ese aire ausente. Sé. Los tristes
buscan su eternidad ―que es más cercana―
y olvidan qué han soñado, en la mañana…

Sin el texto del sueño.
Sin la línea
original del sueño, se despiertan.

Son aquellos que intuyen que las puertas
de par en par abiertas. Están cerradas.

Concepción Bertone



"Hay gente que inventa mundos, yo no puedo. No puedo inventar, no puedo mentir, no puedo decir nada que no sea cierto. Además no escribo para los demás sino lo que tengo que escribir, lo que hay adentro mío. Lo que sí tengo es el sentido de cómo se mueven los versos: cómo bajan, dónde terminan, cómo siguen, cómo se puntúan. Todo eso hace a la música del poema. No uso la rima común y corriente. Por ahí alitero alguna cosa, pero lo que me importa del poema es la música."

Concepción Bertone



Invierno

La mujer de la bata gastada
barre las hojas de la vereda
ajena a la mirada que la desnuda. Barre
una llamarada de hojas de fresno
y enciende un fósforo
para que el fuego la apague.

Concepción Bertone


"La poesía es una manera de vivir aceptando que no podemos vivir de ella sino con ella y jamás sin ella. Como dijo alguna vez Juan Manuel Inchauspe y César Actis Bru, o podría decir Jorge Conti o Estela Figueroa: como haber nacido con los ojos negros y no de un color otro. Yo los tengo como mi abuela Concepción y mi padre, de un verde claro que vira al dorado, según la claridad del día. Y no importa cómo vire ese color, yo veo el mundo con estos ojos que heredé. Y esa herencia incluye una visión del mundo que sólo se puede expresar a través de la poesía. “La poesía es un monstruo”, dijo Montale. Un monstruo que no asusta a casi nadie, pero debería, vaya si… Muchos han querido matarla, pasarla por la guillotina, ponerla en el fuego de los inquisidores, ahogarla en la cámara de gas, arrojarla desde los aviones al río; la han torturado y desaparecido, la han obligado al suicidio y sin embargo no la han podido callar… ¿Cómo se define eso?"

Concepción Bertone


"Las cosas que uno ama son sagradas. Que la gente haya perdido el sentido de lo sagrado hace que el mundo sea la porquería que es. Hoy a nadie le importa el otro. Yo he cuidado a todos los enfermos de mi familia y a enfermos que no eran de mi familia también."

Concepción Bertone



Viola de Amor

El trémolo del cristal. Otra vez
en la noche lo escucho temblar. Y sé
que bastaría buscar en la vitrina
para que su respuesta de amor acabara
siendo solo un fenómeno acústico.
Para mí que te busco, todavía,
en la caja donde resuena muriente
y me corto los dedos con la triza. Para mí,
que conozco el sonido de la mutua
atracción de dos cuerpos
capaces de vibrar al unísono. Breve
será. “Afuera llueve”. Y una copa
               se ha quebrado.

Concepción Bertone



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