Café de los angelitos

Yo te evoco, perdido en la vida,
y enredado en los hilos del humo,
frente a un grato recuerdo que fumo
y a esta negra porción de café.

¡Rivadavia y Rincón!... Vieja esquina
de la antigua amistad que regresa,
coqueteando su gris en la mesa que está
meditando en sus noches de ayer.

¡Café de los Angelitos!
¡Bar de Gabino y Cazón!
Yo te alegré con mis gritos
en los tiempos de Carlitos
por Rivadavia y Rincón.

¿Tras de qué sueños volaron?
¿En qué estrellas andarán?
Las voces que ayer llegaron
y pasaron, y callaron,
¿dónde están?
¿Por qué calle volverán?

Cuando llueven las noches su frió
vuelvo al mismo lugar del pasado,
y de nuevo se sienta a mi lado
Betinoti, templando la voz.

Y en el dulce rincón que era mío
su cansancio la vida bosteza,
porque nadie me llama a la mesa de ayer,
porque todo es ausencia y adiós.

Ovidio Cátulo González Castillo


Caserón de tejas

¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Te acordás, hermana,
de las tibias noches
sobre la vereda?
¿Cuando un tren cercano
nos dejaba viejas,
raras añoranzas
bajo la templanza
suave del rosal?

¡Todo fue tan simple!
¡Claro como el cielo!
¡Bueno como el cuento
que en las dulces siestas
nos contó el abuelo!
Cuando en el pianito
de la sala oscura
sangraba la pura
ternura de un vals.

¡Revivió! ¡Revivió!
En las voces dormidas del piano,
y al conjuro sutil de tu mano
el faldón del abuelo vendrá...
¡Llamalo! ¡Llamalo!
Viviremos el cuento lejano
que en aquel caserón de Belgrano
venciendo al arcano nos llama mamá...

¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Dónde está el aljibe,
dónde están tus patios,
dónde están tus rejas?
Volverás al piano,
mi hermanita vieja,
y en las melodías
vivirán los días
claros del hogar.

Tu sonrisa, hermana,
cobijó mi duelo,
y como en el cuento
que en las dulces siestas
nos contó el abuelo,
tornará el pianito
de la sala oscura
a sangrar la pura
ternura del vals...

Cátulo Castillo



“El águila y el gusano llegaron a la cima de una montaña. El gusano se ufanaba de ello. El águila aclaró: `Vos llegaste trepando, yo volando´. ¿Pájaros o gusanos? He aquí una pregunta clave.”

Cátulo Castillo




El último café

Llega tu recuerdo en torbellino,
vuelve en el otoño a atardecer
miro la garúa, y mientras miro,
gira la cuchara de café.

Del último café
que tus labios con frío,
pidieron esa vez
con la voz de un suspiro.

Recuerdo tu desdén,
te evoco sin razón,
te escucho sin que estés.
"Lo nuestro terminó",
dijiste en un adiós
de azúcar y de hiel...

¡Lo mismo que el café,
que el amor, que el olvido!
Que el vértigo final
de un rencor sin porqué...

Y allí, con tu impiedad,
me vi morir de pie,
medí tu vanidad
y entonces comprendí mi soledad
sin para qué...

Llovía y te ofrecí, ¡el último café!

Cátulo Castillo



La última curda

Lastima, bandoneón,
mi corazón
tu ronca maldición maleva...
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
mi confesión.
Contame tu condena,
decime tu fracaso,
¿no ves la pena
que me ha herido?
Y hablame simplemente
de aquel amor ausente
tras un retazo del olvido.
¡Ya sé que te lastimo!
¡Ya sé que te hago daño
llorando mi sermón de vino!

Pero es el viejo amor
que tiembla, bandoneón,
y busca en el licor que aturde,
la curda que al final
termine la función
corriéndole un telón al corazón.
Un poco de recuerdo y sinsabor
gotea tu rezongo lerdo.
Marea tu licor y arrea
la tropilla de la zurda
al volcar la última curda.
Cerrame el ventanal
que quema el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras el alcohol?...

Cátulo Castillo


Tinta roja

Paredón, 
tinta roja en el gris del ayer; 
tu emoción de ladrillo, feliz 
sobre mi callejón, 
con un borrón 
pintó la esquina 
y al botón 
que en el ancho de la noche 
puso al filo de la ronda 
como un broche... 
Y aquel buzón carmín 
y aquel fondín, 
donde lloraba el tano 
su rubio amor lejano 
que mojaba con bon vin...

¿Dónde estará mi arrabal? 
¿Quién se robó mi niñez? 
¿En qué rincón, luna mía, 
volcás, como entonces, 
tu clara alegría? 
Veredas que yo pisé... 
Malevos que ya no son.
Bajo tu cielo de raso 
trasnocha un pedazo 
de mi corazón.

Paredón, 
tinta roja en el gris ayer; 
borbotón de mi sangre infeliz, 
que vertí en el malvón 
de aquel balcón 
que la escondía. 
Yo no sé 
si fue el negro de mis penas 
o fue el rojo de tus venas 
mi sangría... 
¿Por qué llegó y se fue 
tras del carmín 
y el gris fondín lejano, 
donde lloraba el tano 
sus nostalgias de bon vin?

Cátulo Castillo










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