"Cazaron, comieron, hicieron el amor, bailaron, mataron. Por donde caminaban dejaron un sendero de música. Envolvieron todo el mundo en una canción, y por fin, al terminar la canción, se cansaron. El sus miembros sintieron el frío de las épocas, algunos volvieron a la tierra ahí donde estaban parados y otros fueron a las cuevas, se fueron a su hogar eterno, a la tierra de sus antepasados que los habían dado la vida. Todos volvieron."

Bruce Chatwin


"El cambio es la única cosa por la que merece la pena vivir. Nunca aparques tu vida en un escritorio. Lo que sigue son las úlceras y los problemas cardíacos."

Bruce Charles Chatwin


"El verdadero domicilio del hombre no es una casa, sino la calle, y la vida es un viaje para hacer a pie."

Bruce Chatwin


"En Australia todo es espinoso. Incluso la iguana tiene la boca llena de espinas."

Bruce Chatwin


"En teoría, por lo menos, toda Australia se podía leer como una partitura musical."

Bruce Chatwin


"Entusiasmado, Harry se olvidó de su clase. Se sentó en el borde de la cama, a los pies de Jewel, exhibiendo la curiosidad de un veterinario ante un animalito enfermo. Movido por la alegría del momento, confesó que era coleccionista desde que tenía uso de razón.
-Poseer cosas es mi vicio solitario-, dijo, -ahora que soy un hombre de 19 años ya no me interesan los juguetes-.
Estaba hastiado de secuestrar pájaros carnívoros, canicas antiguas, volantines sagrados, libros escritos en lenguas muertas. Coleccionaría personas, o más bien, los trazos de sus canciones. La gente de carne y sangre en nada inflamaba su ánimo de secuestrador benevolente, pero suponía que cada cual era un hilo tramado en la red de un universo respetable y caótico, una línea melódica que discurre afinada en la frecuencia de las líneas de sus semejantes, ancestros, y descendientes. Los aborígenes australianos rehacen a diario el mundo volviendo sobre los trazos de la canción de sus antepasados, y así mantienen siempre fresca la creación de las montañas, los valles, los desiertos y los ríos secretos. En esta ciudad americana, sin mitos ni ceremoniales colectivos, algunas vidas se agotan en un escaso pentagrama de relaciones vivenciales. Otras, sin ser infinitas, rematan en la gloria de una vasta sinfonía de trazos melódicos. "

Bruce Chatwin
Los trazos de la canción

"¡La Patagonia! Es una amante exigente. Te embruja. ¡Es una hechicera! Te atrapa en sus brazos y nunca te suelta."

Bruce Chatwin




“Lo que me encantan son las frases claras, de ritmo fuerte, con una floritura fantástica al final.” 

Bruce Chatwin



“Los bosquimanos, que recorren inmensas distancias por el Kalahari, no imaginan la supervivencia del alma en otro mundo. Cuando morimos, morimos -–dicen--. El viento borra la huella de nuestras pisadas, y ése es nuestro final.”

Bruce Chatwin



"Los crímenes de guerra no existen... La guerra es el crimen."

Bruce Chatwin




"Los pingüinos son monógamos, fieles hasta la muerte. Cada pareja ocupa una parcela mínima de territorio y expulsa a los intrusos."

Bruce Chatwin



“Me voy a la Patagonia.” 

Bruce Chatwin



“Mi mochila está tomando la más bella pátina.”

Bruce Chatwin



"Mis libros parecen vagabundear por la memoria."

Bruce Chatwin



"Para crear algo nuevo siempre debí buscar inspiración en la realidad."

Bruce Chatwin



“Quienes de nosotros presumen de escribir libros caen al parecer en dos categorías: los estables y los itinerantes. Hay escritores que sólo funcionan a domicilio con la silla adecuada, los estantes de diccionarios u enciclopedias, y ahora tal vez, con el ordenador. Y luego están estos otros, como yo, que quedan paralizados por el domicilio. Para quienes el domicilio es sinónimo del proverbial bloqueo del escritor, u que ingenuamente creen que todo estaría bien con que sólo se hallaran en alguna parte. Incluso entre los muy grandes se encuentra la misma dicotomía: Flaubert y Tolstói, que trabajaban en sus bibliotecas; Zola, con una armadura junto a su escritorio; Poe, en su cabaña; Proust, en la habitación tapizada de corcho.
Por otra parte, entre los itinerantes está Melville, a quien afincarse como un caballero en Massachusetts lo echó a perder, o Hemingway, Gogol o Dostoievski en vidas, por elección o por necesidad, fueron un permanente e impetuoso ir de un hotel a otro, de una habitación de alquiler a otra, y el último en una prisión en Siberia.
Por lo que me atañe (y por lo que me valga), he intentado escribir en lugares tan variados como una choza de barro africana (con una toalla mojada en la cabeza), un monasterio del Monte Athos, una colonia de escritores, una casucha en el páramo y hasta una tienda. Pero no bien llega la tormenta de arena, o comienza la estación lluviosa o un martillo pilón destruye toda esperanza de concentrarme, me maldigo y pregunto ¿qué estoy haciendo aquí, por qué no estoy en mi torre?”

Bruce Chatwin
Una torre en la Toscana






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