Cinco maneras de matar a un hombre

Hay múltiples y complicadas maneras de matar a un hombre.
Se lo puede obligar a cargar un madero
hasta la cima de un monte y entonces clavarlo en él.
Para hacerlo apropiadamente es necesaria una muchedumbre
en sandalias, un gallo que cante, un manto
para disecarlo, una esponja, algo de vinagre y un
hombre que martille los clavos en su sitio.

O es posible tomar un trozo de acero
modelado y montado a la manera tradicional
y tratar de agujerear la jaula metálica que él viste.
Pero en este caso, hacen falta cabellos blancos,
árboles ingleses, hombres con arcos y flechas,
al menos dos banderas, un príncipe y un
castillo donde celebrar el banquete.

Dejando a un lado los escrúpulos, también puedes, si el viento
lo permite, asfixiarlo con gas. Pero entonces necesitas
una milla de fango tallada entre trincheras,
sin olvidar las botas negras, los cráteres de bombas,
más fango, una plaga de ratas, docenas de canciones
y algunos cascos de acero.

En la era de la aviación, puedes volar
millas por encima de tu víctima y liquidarla
con sólo apretar un botoncito. Todo lo que se requiere,
en este caso, es un océano que te separe, dos
sistemas de gobierno, los científicos de una nación,
algunas fábricas, un psicópata y un pedazo de
tierra que, durante años, nadie va a necesitar

Estos son, como dije antes, métodos complicados para matar a un hombre.
Más sencillo, directo, e impecable es asegurarse
de que vive en algún lugar a mitad
del siglo veinte, y dejarlo ahí.

Edwin Brock






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