"Como escritora lucho contra la abrumadora in­fluencia del discurso dominante masculino para tratar de liberar los tabúes de la experiencia personal de las mujeres suprimidos de la memoria colectiva."

Lin Bai



El llamado de un ave

Un ave. Su canto se quebró
como el sonido de un bambú consumido
que de súbito se parte en dos.
Sesenta noches consecutivas
entre las once y la una, ese chirrido
endeble
nítido
emitía una luz tenue
Un ave solitaria
cantó hasta que sus chirridos
se volvieron un bosque de bambú
que derramaba incontenibles lágrimas
en el susurro del viento…
De las ramillas del bambú se alzó una marea
En ese instante, la luz era silente,
ondas solemnes recorrían el aire
cenizas se disolvían en medio de cenizas.
Oleajes de calma manaron del cielo,
el azul del cielo infundía tristeza
y el sol quemaba sin piedad.

Lin Bai


Manzana

La manzana en mi escritorio es la última.
Nunca tuve un lazo tan fuerte con una manzana,
desde enero hasta febrero
y luego hasta el 20 de marzo.
Su leve fragancia me tranquiliza.
Comprendo los signos de decadencia.
A una distancia fluctuante
tu puño coloreado se abre
y logro ver la poesía:
ese núcleo pardo.
Mi corazón se lanza en tus colores:
amarillo pálido, cúrcuma y anaranjado.
Tu jugo contiene la creación entera
y yo, impetuoso, me supero a mí mismo.
Pienso, surrealmente, en Cézanne,
en sus manzanas y sus bandejas de fruta,
en la sonoridad de esos colores
y en la respuesta tan apagada.
No puedo evitar pensar
en la carta de Rilke sobre Cézanne:
“Mi alma se ha estremecido,
se alza y luego se desploma.
Qué difícil apegarse a la realidad.”

Lin Bai



Primavera partida

Esta primavera realmente fue partida en dos.
La mitad quedó en el año viejo
y la otra
de este lado, detrás del cubrebocas.
Tanto quiero cantarles a las flores pasadas
y sobre todo a la canola.
Quiero recoger sus flores
donde el lago Mulan en Hubei,
pero en este instante
su amarillo dorado se esfuma deprisa.
Carne y piel se tornan polvo.
Quedan tres días hasta el equinoccio primaveral.
Este año afiló su hoja
para herirme de antemano.

Lin Bai


Regresando a casa para el Año Nuevo

Testimonio: Li Muzhen, mujer, 39 años
Lugar de residencia: callejón número 10 del distrito de Dongsi, Beijing
Fecha: marzo de 2004
Me comentó que fuera del pueblo no le faltaba nunca el dinero, aunque estuviese prohibido explicar lo que hacía para ganarlo. Le había comprado un anillo de oro y un collar a su madre, y le dije que yo no estaba al corriente de lo que hacía.
Tomando el tren 

Tras pasar unos días en el pueblo, tomé el tren para regresar de nuevo a Beijing y celebrar, en el que ya era mi hogar definitivo, las tan esperadas fiestas del Año Nuevo. El tren no tenía agua potable y se paraba a menudo durante mucho tiempo en otras estaciones, ya que ese trayecto no era directo. Todo el mundo llevaba, en cambio, Coca-Cola, y yo no era una excepción: la bebida embotellada, que era más barata que el agua purificada, la habíamos comprado en un puesto miserable junto a la estación de Dishui, en las montañas de la provincia de Hunan, al sur de China, y a mi hermano pequeño, que fue quien me la compró, la botellita le costó, creo recordar ahora, nada más y nada menos que cinco yuanes. Y yo como una desagradecida, y a pesar de que me moría de sed en ese tren, ni siquiera me la bebí entera. En total, en ese departamento del tren había unas siete personas entre carpinteros, pintores de brocha gorda y sastres que se ganaban la vida haciendo remiendos baratos. Viajaba también una mujer de un pueblo llamado Wangzha, en la misma provincia de Hubei, cuyo hijo había abierto un taller de confección en Beijing y se había especializado en hacer prendas rellenas de plumas que pasaban por ser el último grito de moda en China. Esa mujer y su hijo vivían en Macheng que, al igual que el cun (el pueblo) de Wangzha, estaba situado al este de la provincia de Hubei, y habían tomado juntos el tren. Ella llevaba puesto con orgullo uno de esos abrigos acolchados rellenos de plumas, que, seguramente, provenía de la fábrica de su hijo. La chaqueta no era de buena calidad y se encontraba ya en todas partes a un precio muy asequible. Toda hija de vecino, de no muchos recursos, la llevaba puesta y daba la misma apariencia triste y monótona. Las costuras se abrían rápidamente porque estaban cosidas de cualquier manera y por ellas salían las plumas blancas. Acompañaba a la hija de su hermana hasta la fábrica de su hijo para que trabajase ahí y así asegurarse una manera decente de ganarse la vida, aunque desconocía el sueldo que le esperaba.

Lin Bai
Habladurías de mujeres 















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