Demasiado café

Juntas en infinita sombra
Desafían la invencible aurora,
La Medida que nunca se hizo,
La Línea que nunca se trazó.

Edwin Arlington Robinson



El don de Dios

Bendita como un gozo que ella sola
entre todos los vivos sentirá,
lleva un halo de humildad orgullosa
por aquello que quiso que esto fuera.
Porque fuera tan alto el rango de ella,
entre las predilectas del Señor,
que apenas puede sostener el peso
de su desconcertante galardón.

Tal como un ser aparte, inmune, solo,
predestinado a los seres radiantes,
cual ningún otro de los que ella ha visto
de las otras mujeres otros hijos.
Firme fruición de su materno anhelo
él brilla ungido; y tal deslumbramiento
le causa su visión que le parece
sacrilegio llamarle suyo de ella.

Teme un poco que nunca sea mucho
lo que hay de bueno, y apenas se atreve
a pensar de él como ser vulnerable
a dolores, miserias y cuidados;
ella lo ve más bien como en la meta,
brillando siempre; y su sueño predice
el natural resplandecer de un alma
en que nada ordinario habita nunca.

Quizá un registro a la ciudad, le hallara
lejos de las banderas y los vítores,
y le dejara solamente un nombre
seguido de sonrisas y de dudas;
quizá la lengua cruda y callejera
causara extraño estrago a su valer,
pero ella, en su inocencia inquebrantada,
leerá su nombre en torno de la tierra.

Y otros, que saben cómo este mancebo
brillara si el amor lo hiciera grande,
presos por la verdad y torturados,
sólo se retorcieran y dudaran;
mientras ella, arreglándole a sus días
lo que los siglos no podrán colmarle,
lo transfigura con su fe y su elogio
y lo pone a brillar donde ella quiere.

Con su agradecimiento lo corona
y otra voz dice que la vida es buena:
y si es el don de Dios menor acaso
en él que en su feliz maternidad,
su fama de él, si vaga, será grande,
mientras ascienda por el sueño de ella,
semivelado en arrojada lluvia
de rojas rosas en marmórea escala.

Edwin Arlington Robinson





El holandés volador

Inquebrantable y orgulloso del desafío
a la deriva, sin nadie a quien servir o a quien mandar,
al fin dueño de si mismo, y todo por la Ciencia,
busca la tierra perdida.

Solo, siguiendo la única luz de su único pensamiento,
timonea para encontrar la costa de donde vinimos, —
sin temor a que un torbellino lo atrape
en los mares sin nombre.

Navega hacia la noche; y después de la noche
llega el amanecer, aunque el sol no esté;
entonces, sin nada más a la vista que sí mismo,
sin objetivo, navega.

Al final se despeja la nube
entre la inundación que tiene delante y el cielo;
y luego —aunque maldiga en voz alta el Poder
que no tiene poder para morir—

se aleja del tormento del viejo fantasma
de lo que antes estuvo allí—
abandonando una vez más, impertérrito
como siempre, otra isla cercada por la niebla.

Edwin Arlington Robinson



El jardín

Hay un jardín sin cerca muy crecido
Con semillas y flores y todo tipo de hojas;
Y una vez, entre las rosas y las poleas acanaladas,
El jardinero y yo estuvimos solos.
El me guió hasta la figura donde yo había lanzado
El hinojo de mis días en tierra infértil,
Y en la anarquía de malas hierbas afligidas encontré
El fruto de una vida que era mi propia existencia.

Mi vida! Ah, sí, ahí estaba mi vida, sin duda!
Y ahí estaban todas las vidas de la humanidad;
Y era como un libro que podía leer,
Con cada hoja, milagrosamente suscrita,
Volteándose a sí misma de la semilla eterna del pensamiento,
Arraigada por el amor en el jardín de la mente de Dios.

Edwin Arlington Robinson




La casa en la montaña

Todos han partido
La casa está clausurada
No hay ya nada más que decir.

A través de las paredes partidas y las tejas
El viento sopla helado y penetrante;
Todos se ha alejado.

No hay allí un solo día
Para hablarles si están bien o enfermos;
Ya no hay nada más que decir.

¿Por qué entonces andamos perdidos
Alrededor de ese dintel hundido?
Todos se han alejado.

Y nuestro pobre drama-imaginativo
Para ellos es arte gastado:
No hay nada más que decir.

Edwin Arlington Robinson


"La juventud ve demasiado para poder ver lo cerca que está de ver más lejos."

Edwin Arlington Robinson



Los clérigos

No creí que podría encontrarlos allí
Cuando retornara; pero estaban en ese lugar
Al igual que en los días en que soñaban con la sangre
Joven que tenían en los pómulos y en las mujeres
Que los consideraban hermosos.

Me recibieron con un aire de ancianos -
Y en verdad, existía en el viejo taller una hermandad
Alrededor de ellos, y los hombres eran tan buenos
Y tan humanos como siempre lo fueron.

Tú que has tratado tanto de ser sublime,
Y ustedes que se alimentan con el propio linaje,
¿A qué se reducen sus ilusiones y temores?
Poetas y reyes pasan, pero los clérigos del Tiempo
Siempre están hilando el mismo opaco paño del descontento
Abrazando el mismo triste encaje de los años.

Edwin Arlington Robinson


Queridos amigos

Queridos amigos, no me reprochen por lo que hago,
ni me aconsejen, ni me compadezcan; ni me digan
que estoy malgastando la mitad de mi vida
en un trabajo inestable que sólo los tontos realizan.

Y si mis burbujas son muy pequeñas para ustedes,
inflen  las suyas más aún: los juegos que jugamos
para llenar los minutos que derrochamos a diario,
son buenas lentes para leer el espíritu a través.

Y a él sus lecturas le otorguen una hábil destreza;
y resigne un poco de improductivo desdén
para alabar todo aquello que detesta;
entonces, amigos (queridos amigos), recuerden, si pueden,
que la vergüenza que gano por cantar es toda mía,
el oro que perdí por soñar es de ustedes.

Edwin Arlington Robinson


Richard Cory

Siempre que Richard Cory bajaba a la ciudad
nosotros lo mirábamos pasar desde la acera:
él era un caballero de pies a coronilla,
gustoso de lo limpio y regiamente enjuto.

Y él estaba siempre compuesto con sosiego,
y era siempre humano cuando hablaba;
mas agitaba pulsos al decir los buenos días
y resplandecía cuando andaba.

Y sí que era rico, más rico que los reyes,
y admirablemente triunfaba en cada gracia.
En fin, nosotros nos creímos que era todo
para soñar que estábamos viviendo en su lugar.

Seguimos trabajando y esperando alguna luz,
vivíamos sin carne y maldecíamos el pan,
y en una calma noche de verano, Richard Cory
fue a casa y se metió un balazo en la cabeza.

Edwin Arlington Robinson


"Si no fuera por el amor, la vida sería un navío que no valdría la pena botarlo."

Edwin Arlington Robinson






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