El asunto de la lengua

Deposito mi esperanza a bordo
de una barquichuela de palabras
igual que se deja una criatura sobre una cesta
entretejida
con hojas de lirio
reforzada en la base
con betún y pez
luego la dejo entre los juncos
sobre el angosto cauce que abre la banshee
a la orilla del río
mira a ver
por dónde la lleva la corriente,
Moisés, mira tú, invidente,
¿quién salvará a la Hija del faraón?

Eiléan Ní Chuilleanáin


El peinado fiel de Marianne

Habiéndose lavado las manos de agua para siempre,
ya no pueden ni siquiera volver a ducharse.
Restriegan los recipientes de la casa
con un Fairy concentrado de ceniza y orina,
más una pizca de arena,
y ponen tanto ahínco
que convencen tanto o más
que los anuncios de la tele.
Se exfolian con esencia de rosas
y se frotan el cuero cabelludo con champú seco
para hombres de la marca Boots,
o con meros polvos de talco.
De ciento en viento,
cuando se humedecen el cabello,
lo hacen con agua tibia del grifo,
que debe ser aplicada antes del atardecer
por la siguiente razón de peso:
Hace algún tiempo, una vecina
estaba trillando lino junto con sus dos aprendizas,
a quienes sólo les permitía lavarse el cabello
una vez finalizado el turno de tarde.
La faena se alargó hasta bien entrada la noche,
y como no hubiere señal alguna de descanso,
una de las muchachas se metió un copo de ceniza en la boca,
la otra una brizna de broza.
En torno a la medianoche se oyó un golpe en la puerta,
Y una voz gritó: “¡Al infierno
el vientre de ceniza! Pero quédese
el vientre de brezo – y lárguese por la puerta
el vientre que esté vacío!”
La mujer de la casa y la cenicienta
se esfumaron,
quedando la muchacha de brezo
para contar el cuento:
el cual ha llegado hasta nuestros días
para sobresalto
de sirenas adolescentes.

Eiléan Ní Chuilleanáin


Hábito calendario

Está por todas partes, derramando
sobre las piedras al sol, cada año en este momento. El color se atenúa durante
un minuto mientras la línea de
polvo sigue la fuerte camioneta blanca cuesta arriba, y justo ahora las chicas en el bar me ofrecen un vaso de agua.

¿Qué es ese olor
suave que hay en todas partes, el agua apestando a alquitrán?

y mientras
la nube se hincha y la

lluvia comienza, el hombre de pie en el patio exterior inhala la media hora húmeda.
El rojo se está desvaneciendo de nuevo a un beige rosado;
Las plantas se agachan como gatos mientras se vierte. El olor es más áspero, los
paneles deformados ligeros no hacen nada bueno, las persianas fragmentadas no pueden mantenerlo fuera.

Luego, a medida que su

uniforme se seca a un azul completo,
y la mitad de la ventana
se ilumina, la chica alta lanza la puerta de par en par, y el hombre y el aire pueden equivocarse dentro por almohadas. Ella

desgarra dos páginas del calendario. Todos los
colores ahora brillantes como un
espejo ahogan las pequeñas flores babeando en la suave brisa a medida que su fecha se acerca.

Eiléan Ní Chuilleanáin


La cura

Han dejado a la sirvienta despierta;
es tarde otra
vez, el fuego ardiendo tan
fuerte que

abierto en una puerta, y
desde su
cuarto Ella la escucha dirimiendo los grandes interrogadores: ¿Cómo tratar un caso de clorosis o tal vez de amor no correspondido?
El fuego se

consume, Cierran la puerta. Ella le era escribiendo
a su madre, diciendo: No piensas
en consultar a esa impostora. Su hermana,
la que murió, tenía el don.

… Comprendo que debe ser
difícil para ella,
Hasta ahora, ninguna novedad,
pero seguro, en el fondo, le alivia el corazón que la niña mejore.

Las voces resuenan otra vez, la puerta es ancha, ella escucha la campana, aparece con su vela, lista para guiar a un huésped a la cama, luego regresa a su carta.
La señora de
la casa permanece en su cuarto.
El señor suspira cuando cierra la pesada puerta de la calle.
No hay cura.

Eiléan Ní Chuilleanáin


LAS PALABRAS COLISIONAN 

Las palabras chocan
El escriba se resiste: No puedes ponerlo así,
no puedo escribir eso. Pero la cliente
es una mujer pequeña y dura de cuarenta años.
Ella insiste. Ella exige su carta
para abrirla entre ondulante seda plisada
y para los suaves lóbulos de sus orejas
donde hace alarde de esos finos hilos de plata. 

Ella quiere contarle su sueño al único
que podrá registrar su desvarío. Cómo vio a sus hijos mintiendo,
cada uno vestido con sus temores más simples. Ellos refulgían,
la forma de sus frases esbozada en verde mar.
Entre estos amados exilios,
ella suspiraba feliz, como una cortina
iluminada y la gramática era otra, y la pared
exhibía un blanco puro en forma de ala de pájaro. 

Pero cuando ella le susurra esto al escriba, este frunce el ceño
y ella ve que se ha equivocado, ha venido
a un lugar donde todos hablan un solo idioma:
se alza ante ella como la pared de un muelle
cubierta de maleza negra. Él dice:
No puedes poner esas palabras en tu carta.
Pesará demasiado, costará demasiado,
al cartero se le romperá la correa de su bolsa,
se le romperá la clavícula. Los puentes
ahora están en muy mal estado, con ese gran peso a cargar
estará destinado a tropezar. Él nunca lo logrará mientras viva.

Eiléan Ní Chuilleanáin


Lavado

Lava al hombre de la tierra; quita
la costra  humana.
Veinte pasteles más abajo hay tierra fría e íntima
tan limpia.

Lava el hombre de la mujer:
el sudor ajeno de su piel, las cenizas de su cabello.
Ponla un secar al sol
las marcas azules en su pecho se borrarán.

Mujer y mundo, aún no
bronceado limpios como la gata
que saltan alféizar con un pescado entre sus dientes;
sus ojos fijos y  curiosos reflejan la habitación mugrienta,
ella comienza a lavar el agua del pescado.

Eiléan Ní Chuilleanáin










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