El trabajo del poeta

Toda la noche, el fuego ruge
en la fragua.
La sombra dibuja un remolino con sus brazos
y —pulgada tras pulgada— a golpes incrusta
al herrero en el silencio del yunque. 

Lan Lan



Gobi. Canto en la noche

En tu canto hay un sueño dorado que estoy
predestinada a perder, y labios como sellados por un beso,
y un llanto de épocas pasadas
que gime en tu transcurso lento.
Seguro hay una soledad más grande,
 por eso existe el cielo estrellado.
Qué distante tu mirada cuando pronuncias “triste”
esa palabra, una llama débil
 refulge en medio del rocío.
En su hondo y radiante seno, el alba teje la negrura
de mis años, y ésta se despliega como un campo abierto,
todo surcado de versos; burros y gallos despiertan
y erigen un nuevo amanecer para alguien.
Seguro hay un amor más doloroso,
 por eso brotan plantas en el árido desierto.
Un viento va brincando cordilleras; su soplo abre de par en par mis ojos,
pero la tierra que ha galopado todo el día le impone
la calma. Oh, en la negra noche de repente se alza un canto.
Tú casi fuiste la razón de un accidente de tráfico. En todos mis difuntos días,
tú casi eres un recordatorio de dicha.

Lan Lan


Santo

Un santo no se acostaría con nadie.
Se despoja de su cuerpo
y así —desnudo y trémulo—
se lanza hacia su Dios…
Oh, pero acicalado de pies a cabeza,
se hunde en su trono,
se petrifica en una ausencia profunda.

Lan Lan



Sin título

Desnuda, regresas a los lugares donde siempre estuviste.
Al nogal. A la ortiga en flor volando bajo.
A la rosa que exuda nubarrones de humo plúmbeo.
Estuviste delante de sus formas jóvenes. Ahora
estás detrás, totalmente desnuda, para encontrar
aquellos labios que se hundieron entre los matorrales espinosos
y hacer… que te pronuncien.

Lan Lan














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