Elemental

El sueño todo agua, un viaje
Dios sabe dónde, una partida
a través de los barrotes de esta clara ventana
más allá de la que parpadea una mezcla
de tránsito a la hora pico, gansos charlatanes, cielo deslucido.
Esta mañana después, luego, alcanzas a ver
elevándose desde el agua turbia,
a una garza de color barro levantándose
entre dos elementos y convirtiéndose con alas extendidas
en un tercero, dejando una pequeña huella
del fuego que la alimenta
en el resplandor del humo que fue
su aliento. Lo que deseas, contemplativo,
es una vida justa entre los elementos:
para estar allí en ese presente perfecto
absoluto, arrojarte a ti mismo imprudente
hacia el futuro, rememorando el pasado—
convirtiéndote sencillamente en el mundo
mientras este se vuelve tú,
siendo cualquier cosa que haya sido llevada
hasta este momento tal como es
sobre un ala extendida: un equilibrio aconteciendo.

Eamon Grennan



Los pintores de cavernas

Sosteniendo sólo un manojo de luz
ellos se apretujaban en la oscuridad, en cuclillas
hasta que la gran cámara de piedra
florecía a su alrededor y se paraban
en un enorme vientre de
luz parpadeante y penumbra, un lugar 
para comenzar. Manos alzadas proyectaban sombras
sobre las formas más elegantes del resplandor.

Dejaron atrás el mundo de clima y pánico
y siguieron, dibujando la oscuridad 
en su estela, pulsando como una sola vibración
hacia el centro de la piedra. Los pigmentos
mezclados en grandes caparazones
minerales molidos, pétalos y pólenes, bayas
y los jugos astringentes que destilaban
de las cortezas elegidas. Las bestias

comenzaban a formarse desde manos y matas de hojas
(empapados en ocre, manganeso, garanza, blanco
malva)
trazando sobre la roca agreste, permitiendo a
cuestas y contornos
moldear aquellas formas por azar, convenciendo
a inclinaciones rigurosas, pliegues y bultos
prestarse para ser cuellos, vientres, ancas
hinchadas
una frente o un giro de cuerno, colas y melenas
encrespándose en un loco galope.

Propósito y humanidad, ellos atan
al mineral, vegetal, animal
reino de sí mismos, inscribiendo
la única línea continua
todo depende de, desde 
ese centro impenetrable
hacia los espacios intangibles de luz y aire, hasta
la velocidad del caballo, el miedo del bisonte, el
arco
de ternura que esta vaca panzona
curva sobre su ternero-eje, o el ritual
de muerte con lanzas
que se eriza en la ijada golpeada
del ciervo. En esta línea ellos dejan
una figura humana hecha con palos, cabeza de pico
y una pequeña mano calcárea.

Nunca sabremos si trabajaron en silencio
como gente rezando- la forma en que nuestros monjes
Iluminaron sus propias eras oscuras
en sombreados claustros de roca,
donde ideaban un conectado
laberinto de encendidas afinidades
para discernir en el encaje y fábula de la
naturaleza
su consciente, deslumbrante sexto sentido
de un dios de las sombras- o si (como pájaros
trazando su gran linaje alrededor del globo)
sostuvieron un constante rumor
de alabanza, estímulo, reclamo.

No importa: sabemos
ellos fueron con canales de luz
hacia la oscuridad; acordaron
con el mundo dado; debieran haber tenido
-cuando sus manos se movían incesantemente
a la luz de la telaraña- un deseo que 
reconoceríamos: ellos -antes de seguir
más allá de la zona limítrofe, ese ningún lugar
que está ahora aquí- dejarían detrás algo
erguido y brillante, en la oscuridad.

Eamon Grennan



"Tengo, es una cualidad de dolor de muelas, una especie de dolor: la ambición de hacer una oración que sea completa, que no se haya debilitado, que no se haya detenido mientras todavía tenga algo de elasticidad."

Eamon Grennan


Visión en la cocina

Aquí en la cocina
donde preparamos el desayuno
hallo que mi propia visión de las cosas
sale finalmente a luz: Vislumbro, enormes
manos pecosas, en la panza
de la pava de aluminio. Ahí dentro
la heladera verde-lima, la formación militar
de los tarros de especias y la ventana transfigurada
donde el sol irrumpe flagrante,
todos deben retroceder, retirarse y añadir
el pequeño rostro doliente
de la Venus de Botticelli
colgado encima de una puerta liliputiense. Allí dentro
todos nuestros utensilios de cocina
se achican rigurosamente, se reducen
a brillantes miniaturas
de sí mismos – el diario
e ineluctable desorden de nuestras vidas
está contenido, clarificado, fijado en su lugar
y luminoso bajo una luz normal
como si visto de una vez para siempre
por Jan Steen o Vermeer. Y fuera de allí
en la distancia gris la bebita
me mira fijo desde su silla alta
durante un minuto de silencio
y tú – a una milla
revolviendo los huevos – te das vuelta
para verme
contemplando mi propia
persona deformada
en la pava
que está justo empezando a cantar,
su respiración caliente echando humo.

Eamon Grennan



























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