Esos bares en De Wallen

Vibra una copa.
 Así el Sol mayor fue desarticulado.
Aflora el sudor, campo visual desplegado por una palabra.

Vibra un trabajador por horas.
 Recoge las notas destiladas de Ámsterdam
y con jabón líquido las deja pulcras y resplandecientes.

Vibra un fajo de billetes.
 Entre un pelotón de hombres y una nación
emerge esa virtud tan dadivosa, ¡vaya idiotez!

Vibran las trizas de una estrella.
 Por un vaso de Lucas Bols
hoy un omóplato se infla, la infla a ella

Vibra un par de senos,
 los ojos abren en ellos cavidades, nadie entona
salmodias como “vida eterna” o “resurrección venidera”

Sin piedad, vibra una mano,
 desolla las prendas atezadas de la noche
Vibra un relámpago, espacio en blanco
se dispersa dentro de mi cuerpo.
¡Salud! ¡Salud! ¡Salud!, grito, Happy
Happy hasta que del ojo de un huracán brotan
molinos de viento, tulipanes, marihuana,
 también el percutido vaivén de una batería
Hoy, en cada hora, no existen las oraciones vespertinas,
 las ferias y los amantes; todos ellos procrastinan
esa algarabía que bulle arriba de las cuatro piernas 
delgaditas, renquean torpemente
Qué complicación, y la otra mitad
desde el bulto gélido de cosas bellamente arropadas
clava sus ojos
en mí, que llevo los verbos de adjetivos republicanos
con soltura amaestrada
 a la procesión de vómitos y ronquidos

Yang Muzi



Y así, 180°

Heme aquí, serena dentro de un espejo gigantesco.
Sopla el viento; asteres y rosas multifloras
se mecen sin parar; en el alambre eléctrico, un gorrión
se mece sin parar; en el columpio, una niña
grita desesperada bajo el crepúsculo inminente:
“¡Papá, quiero bajar, rápido, detenlo!”
Quién sabe por qué, pienso en la bufonada.
Si uno asume el papel de chivo expiatorio
—sin ocurrencias ingeniosas y dobles sentidos—
¿podrá tomar ese fallo de identidad como un rol?
En la peluquería, las tijeras hacen muecas desdeñosas.
Escucho a alguien cantar: “¿Habrá amores que regresen?”
Desciendo en las fauces de la muerte; luego
en amoríos, bolsas de valores, compras de casas; ahora
en carnes ahumadas, verduras sazonadas, y otro asunto más:
“¿Entonces, que pasó con la sal y la salsa de soya?
pregunta la tía Li en voz alta y aguda.
No desisto de la riña.
De pronto, alguien entra y como una ráfaga se va.
La chica lavacabellos no logra contener su grito:
“¡Xiaoduo, Xiaoduo, aquí estoy!”
Pero el peluquero está ausente de la escena.
Si no, diría: “¡No te muevas, ey, no muevas tu cabeza!”
El peluquero, su mano, sus tijeras
resplandecen, abren flores en tu cráneo,
revisten tus sensaciones
con miríada de enzimas, azúcares, sales inorgánicas
y agua: eso también es digno de resaltar y encomiar.

Yang Muzi





























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