Lugar de salida: Estación central

El viaje comienza con una sacudida
el reloj de la estación central se estremece

…………………………………–primera señal del fin de la solidez–

Si lo sólido se disipa
…………………………………si lo sólido se funde
vamos directo a una cifrada oscuridad

Al otro lado del vidrio todo se desdibuja, se derrite
gotean los rieles
……………gotean las rocas
al otro lado el mundo se derrama

Me dices que lo sólido no se desborda
que las cosas saben guardar la compostura

Es el vidrio –dices– el vidrio y su superficie irregular
es el sol pegando en esa superficie
(pero la herida no está ahí, la herida es el afuera)

Tendrías que estar en el tren
tendrías que ver
los tallos sobrepasando sus límites

la madera, crujir, romperse dolorosa
en su pobre alma de madera

Sentir el sol del mediodía:

condición sine qua non para saber
que sólo él desborda las montañas
derrama la tierra negra
que se funde
con la nieve
………………………con el tren
………………………………………………conmigo

Carolina Dávila



Mora na filosofía

En tres palabras
maki, nigiri y sashimi
se concentra todo su conocimiento de la lengua japonesa
De portugués sabe menos
aunque la cadencia le resulte familiar

En la mesa –servida para dos–
las piezas perfectamente dispuestas en el plato
suman veintiséis

Mientras suena la música de fondo
desaparecerán
una a una
después de pasar
por la soya, el jengibre y el wasabi
………….del plato a los palillos y a la boca
…………………………de Mavin Gaye a Caetano y al silencio

propio de la filosofía
y de las ceremonias
como el púrpura
símbolo de la muerte
y también de la victoria

como el púrpura o
el morado
punto de partida de una madeja de pensamiento
que no la llevará
directo al portugués
y menos
–ahora que lo busca–
al título de la canción

Carolina Dávila



Oscura, húmeda, viscosa por el calor, amontonada
la cáscara del café llega al metro de altura
y sobrepasa el muro que retiene
lo inútil, la masa espesa
blanda, separada del grano

…………………….El grano puro se esparce en sendas placas de cemento
…………………….al sol

La piel podrida se toma las grietas
se desborda
se cubre con los huevos de las moscas

Ahí
la chucha, la zarigüeya, intacta
Su piel sin desgarradura
domina el desperdicio

En el cuarto de herramientas
cadenas de pared a pared
un tendedero de básculas
ganchos, baldes, pólvora y escopetas

Con el tintineo la unión
con la unión la sangre
el rompimiento
y las moscas que vuelan lejos de sus crías

Carolina Dávila


Postal de Buenos Aires

Esta ciudad está viva
y es como la gorda mujer que canta mientras todo tiembla

Como esa mujer a la que no le importa que el mundo
vaya a pique
porque se levantó hermosa
o se maquilló demasiado
o usó zapatos altos, unos zapatos rojos, altísimos
que le alargaban las piernas

Y es también como esa mujer que soñó algo obsceno
muy sucio
y sonríe toda la jornada,
                          frente a la pantalla
                                                   en su oficina.

Sí, esta ciudad está viva
y es una mujer

O tal vez es un film italiano largo, muy largo
que en el minuto noventa y cinco se harta de sí mismo
y entonces canta, vibra
y decide ser un homenaje
algo menos real y más histriónico

Yo
(que sé de ciudades que también son mujeres)
lo noté de inmediato
en sus adoquines flojos
en sus balcones desvencijados
en su lluvia,
              más pasional que cualquier llanto,
que viene fuerte y se detiene
como una mujer que cede y luego se arrepiente
para al final ceder de nuevo.

Carolina Dávila













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