"Ninguna otra región de Chile tiene tanta riqueza folclórica como la isla-archipiélago de Chiloé. Es la única zona... en que la fantasía de un pueblo, ha logrado estructurar un verdadero mundo mítico, de indudable valor folklórico, literario, lingüístico, sociológico y arqueológico... las leyendas y los mitos que siguen allí como elocuentes testimonios, como perennes frutos de la gran riqueza imaginativa que se caracteriza la mente virgen de los isleños."

Antonio Cárdenas Tabies


"Vine al mundo el 13 de junio de 1927, hijo de María Ana Tabies Díaz y de Leonardo Cárdenas Cadin. Era el segundo de seis hermanos, 
Al decir de mi madre, yo era un niño enfermizo y hubo que hacer varias promesas a los santos patronos de las capillas de la Isla para que pudiera vivir. Debí haber bebido repugnantes cucharadas de aceite de lobo para el estómago y recibido baños de agua bendita para ahuyentar a los brujos.
Algo contaba a mi favor: el haber nacido de pie, ya que ello traía un poco de suerte. A medida que crecía marcaban mi altura con rayas en la pared. Según los isleños al que lo miden no crece mucho, de ahí que solo haya alcanzado al 1,65 metros de estatura.
Parte de mi niñez tal vez debí pasarla durmiendo en una cuna y el resto viajando de “cheque”, esto es, atado con un rebozo a la espalda de mi madre mientras ella trabajaba en la tierra o mariscaba. A los dos años recién me bajarían a la tierra para dar pasos con mis propios pies...
Mi madre trabajaba en la agricultura con mi hermana mayor, mientras mi padre viajaba a las Guaitecas
embarcado en una chalupa o cortaba madera en
las montañas. Eran tiempos malos, se ganaba poco y
el progreso lento. Allí, en ese mundo rudo y fantástico, fui creciendo. Lo primero que aprendí fueron los cuentos populares que escuchaba de labios de mi madre cuando les narraba a otras personas y mas tarde a nosotros. No cabe duda que era una buena narradora. El que sabia cuentos terminaba contratado por los vecinos para contar historias en las noches; en eso me entretenía cuando llegaba el silencio. Era la costumbre en este lugar. Los relatos los aprendía fácilmente y de la noche a la mañana me convertí también en narrador de cuentos.
En esta Época me pedían prestado para acompañar a las jovencitas a la Iglesia o a los almacenes que existían en Huildad abajo, distante unos 2 kilómetros. de nuestras viviendas. Fue mi primer trabajo, ese de “bote terrestre”, un cargo de responsabilidad ya que debía cuidar a mi compañera para que nadie se le acercara, y si esto sucedía, estaba obligado a dar cuenta de inmediato a su padre. Rara vez se acercaban los mozuelos, porque el conversar con la niña significaba que a esta le darían una paliza, y si el “bote” no daba cuenta, también era castigado y nunca mas podría serlo. Creo que de “bote” gané mas plata que en cualquier otra actividad. Sin duda en estas costumbres los españoles habían dejado sus normas tradicionales.
Tenia siete años cuando abandoné el oficio de “botero” o cuidador de mujeres solteras, y me matricularon en la Escuela Mixta No 111 de la localidad.
No se alentaban muchas esperanzas de que yo aprendiera a leer y a escribir. Mi padre había aprendido a firmar en el regimiento cuando hizo el Servicio Militar, y mi madre nunca fue a la escuela. Mi profesor se llamaba Francisco Guichapani, normalista egresado de la Escuela Normal de Valdivia; era muy serio y recto, jamás lo vi reír. Lo tuve de profesor los primeros años, y después lo fueron Marta González y Lautaro Vera Andrade, a quienes recordé más tarde en un libro de poemas para niños escrito hace algunos años..."

Antonio Cárdenas Tabies










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