Alternativa

La máquina del tiempo se detuvo y salí al aire primaveral de las postrimerías del siglo diecinueve. Mi misión era impedir a toda costa el nacimiento de Siegfried Schmidt, el peor tirano de siglo veinte.

No me proponía ejercer ninguna clase de violencia; simplemente iba a localizar a un jovenzuelo llamado Johann Manfred Schmidt para regalarle treinta mil marcos de la manera más discreta posible. Tal suma le permitiría aliviar su precaria situación económica y trasladarse a Berlín para completar sus estudios, como siempre había sido su deseo, evitándole así el conocer a la que de otro modo llegaría a ser su esposa y la madre de Siegfied.

Después de haber cumplido satisfactoriamente con los detalles del plan delineado regresé al siglo veintiuno.

“¿A qué viene esa sonrisa bobalicona; Horscht?”. Me preguntó el doctor Steinitz amargamente cuando salí de la máquina del tiempo. “Has fracasado. Adolph Hitler apareció en la historia a pesar de tu intervención.”

Lo miré extrañado. “¿Adolph Hitler? ¿Quién demonios es ese Adolph Hitler?”

Manuel R. Campos Castro



Jus Primae Noctis
(Derecho a la primera noche)


El señor feudal era un hombre alto, delgado y anguloso, de modales refinados. Los recién casados lo miraron azorados, con un pavor no exento de respeto.

“Vengo a reclamar mis derechos -dijo el señor suavemente-. La primera noche me pertenece.”

Los aldeanos no se atrevieron a replicar. El blanco caballo sin jinetes que se encontraba junto al del barón piafó. El soldado que lo sujetaba de las riendas le acarició el pescuezo para calmarlo. El señor feudal sonrió.

“Vas a venir conmigo al castillo, pichoncito -dijo-: verás que te va a gustar.”

Acto seguido obligó a su corcel a dar la media vuelta y se alejó en dirección del fuerte señorial, no sin antes haber hecho una seña a sus guardias. Los soldados sujetaron al novio y lo montaron en el caballo blanco.

La novia se quedó llorando en la aldea.

Manuel R. Campos Castro







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