Aniversario

Unas pocas flores, viejo.
La misma versatilidad
con que la nada nos corrige:
cansancio en el cansancio.
Y también la oración.
El sueño del Paraíso filtra imágenes
para lo inútil de tu muerte.
Pero estos códigos de luz son cardos
que enmascaran deseos y los libran
a sus mandatos de materia.
El yeso cae: una humedad continua
y centenaria rodea a la familia.
Hay un vitral con una virgen rota.
Y siento ahora lo que ya no sos:
una enorme mirada,
un saludo encarnado sólo para mí,
a través de mí, en la orilla
de unas palabras que recuerdan.

José Emilio Tallarico


Boleto de ida

Uno no está de vuelta,
sigue con varios boletos en la mano,
pretende barajarlos
antes de que en la próxima estación
un guarda verifique las leyes del azar,
y uno le encostra el número justo,
el horario preciso,
y la frente arrugada también,
como esos viejos cowboys de Hollywood
que parecen haber pensado asiduamente
en sus feroces destinos 

José Emilio Tallarico


Contra Todo Pronóstico

Pusiste una distancia y la distancia quedó.
Los parques se mezclaron con la vida.
Extraña música: calles donde no sabe uno distinguir
la procesión del funeral, donde los grises prevalecen
y las gentes olvidan cómo era eso de volver al deseo.
Uno o dos gestos por considerar,
una pasión retráctil porque claro, estaba ese abismo
del que hablan los desafortunados.
Dos o tres besos se acurrucaron
bajo el manto del pecado cortés.
Contra todo pronóstico: he ahí tu imagen,
objeto de delicada reverencia, tibia, inclasificable.

José Emilio Tallarico


De la sagacidad

                          a Rimbaud

Nunca llegué a sentar a la Sagacidad en mis rodillas
tampoco la injurié.
El hedor de su aliento: ¡un abismo!
Preferí ser austero y distraído;
decir: "pronostican lluvia" o,
"cómo tardan en jubilarse las palomas".
Todavía dormita su viejo amor por mí, estremecido.

(Temo que alguna tarde se ofrezca ataviada
con una bombachita sedosa, lujuriosa,
rociado con "Trésor" de Lancôme el poderoso escote
y no me quede otro remedio que morir.)

José Emilio Tallarico



Escena familiar

Sé que negamos algo, hijo,
y nos reímos:
jueguitos de video hasta las doce.
Una madeja de reflejos antes de dormir
y, claro, tu deseo es quedarte,
como yo, en el living,
a la espera de algunas palabras.
Me pregunto qué rostro considerarás
del tipo que lo impide.
Fría, la noche enciende imágenes estables,
y este vistazo rutinario
me demuestra que en sueños todavía ríes,
como si desde lejos te arrullaran
los callados objetos de la habitación
y los asuntos de tu alma.

José Emilio Tallarico


Espejos

Debería acudir más a los espejos,
confiar más en su capacidad
de exhibir esos espacios fabulosos
donde habitan las emanaciones de la luz
y los pertrechos de la sombra.
Una mueca procaz, un monólogo magro
es cuanto puedo concederles,
ellos replican con el paso
de un hombre desvelado en su noche de libros.
Hay un espejo que enmarqué al amparo
de un bricolage compulsivo, está en el living.
Otro, muy pequeño, lo compré porque tenía
una imagen de Lennon que parecía un holograma.
Casi nunca los toco.
Será que ya nos precisamos menos.
La mano está más cerca del saludo nostálgico
que de procurarles brillo.
También la época hizo lo suyo para crear opacidad
y tal vez sea bueno ahora negociar
un saludable desapego.
Redefinir ecos, formas y hechizos.
No sin culpas, claro.

José Emilio Tallarico



Ventanas 

Tres ventanas se abren a la playa
y dejan ver el mar.
Entre ventanas ventana
hay dos espacios de pared pulida
donde la imaginación proyecta
el movimiento lento de las olas,
y el conjunto adquiere
un aspecto de pantalla gigante.
Los sectores de mar imaginado
dependen del grado de atención
del observador: saben ser inestables.
A reces se completa el horizonte
y otras veces el mar no tiene la entereza
de ocuparlo todo.
Al caer la luz suponemos que triunfa el mar:
lo dicen la rompiente y el silbido del viento
(en el oído se ocultaban).
Las ondulaciones de la playa,
el tempo de las olas, ya afrontan lo oscuro.
Pronto sería tierra de nadie,
arena marginal: ausencia.
Debemos convertir en música 
este comienzo de la noche. 

José Emilio Tallarico





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