Culpable

Un hombre había cometido un crimen sangriento. En el fondo de su ser no existían los datos que en el exterior, a decir de Lombroso, revelan al criminal y, a pesar de no ser un asesino, en un momento en que las circunstancias se lo exigieron, había matado a otro hombre. Acongojado por la culpa, sin tener a mano un confesor, ni siquiera un espejo, y ante el temor de delatarse durante el sueño, salió al campo, hizo un hoyo, de una anchura tal en la que apenas su boca cupiera y ahí, de hinojos, con un gran grito que le salió quién sabe de donde, confesó a la tierra su crimen. Descargado de su yerro, volvió al hogar. Iba contento y el aire le acariciaba el pelo, ensortijándolo; pero ese mismo aire le llevó una voz, que él creyó reconocer como la suya. Una voz que relataba su delito. Cuando descubrió que el hoyanco que había horadado tenía otra salida —“quizá coincidió con el túnel de un topo”— el hacha del verdugo cercenaba su cuello.

Edmundo Domínguez Aragonés

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