El pulpo

El pulpo extendió sus brazos: era un pulpo multiplicado por sí mismo.
Carlota lo miró horrorizada y corrió a la puerta. ¡Maldita costumbre de encerrarse con llave todas las noches! ¿En dónde la habría dejado? Regresó a la mesita. La llave no estaba ahí. Se acercó al tocador. En ese momento se enroscó en su cuello el primer tentáculo. Quiso retirarlo pero el segundo atrapó su mano en el aire. Se volvió tratando de gritar, buscando a ciegas algo con qué golpear esa masa que la atraía, que la tomaba por la cintura, por las caderas. Sus pies se arrastraban por un piso que huía. El pulpo la levantaba. Carlota vio muy de cerca sus ojos enormes. Era sacudida, volteada, acomodada y recordó que entre aquella cantidad de brazos debía haber una boca capaz de succionarla. Se refugió en su desmayo. Al volver a abrir los ojos se hallaba tendida en la cama. Un tentáculo ligero y suave le acariciaba las piernas, las mejillas. Otro jugaba con su pelo. Carlota comprendió entonces y sonrió.

Elena Milán



Frente a frente

Como puta vieja añoras tu juventud y repites anécdotas, pero sabes que nadie cree en ti, ni tú misma. Sigues siendo codiciosa y despiadada: aún representas peligro: todavía son buenos tu puntería y tu caballo y puedes pagarte todo, incluso gigolós. En la cima de tu historia fuiste generosa tras ser bien pagada, y bastante hábil para salvas las apariencias, tanto, que mi padre creía en ti, que eras el camino seguro. Cuando renegaste de tu principio se supo engañado y sin salida, y se volvió silencioso. Cuando yo te escupí la cara, tuvo miedo. Permitió el exabrupto, jamás la acción. Me volví clandestina; algo se había agrietado para siempre. Ya no te llamabas esperanza, ni futuro. Él alcanzó a oler tu descomposición. Estuvo en tu subasta: a cuánto el camión de arena movediza, y hubo otra quebradura. Ahora ya no hacen falta permisos. Sus hijos te miramos de frente. Conocemos tus más recientes zarpazos, penosos esfuerzos para ponerte de pie, avanzar de nuevo. Y sus hijos, los que nunca fueron tuyos, te preguntamos cómo va tu oficio, buscona, y no te perdonamos.

Elena Milán








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