"La soberbia humana no tiene límites: nuestra pluma se rehúsa a escribir ciertas impiedades. ¡Hubo temerarios que remedaron, siquiera de un modo imperfecto, esas admirables fundaciones de la Justicia, que son el Infierno y el Cielo! De tan descaminadas tentativas, la más moderna corresponde al siglo XI. El heresiarca persa Hassan ibn Sabbah erigió en la cumbre de una montaña un paraíso artificial, dotado de quioscos, de músicos ocultos, de divanes y de doncellas; lo surcaban riachos de miel, de leche y vino. Oportunas dosis de hachís adormecían a los sectarios que, sin entender cómo, se encontraban de pronto en el paraíso o fuera de él. Estas falsas visiones de un mundo sobrenatural estimulaban y afianzaban su fe. Tal es el origen auténtico de la considerable secta de los Asesinos, cuyo nombre deriva del hachís; el curioso lector consultará el capítulo XXII del libro primero de Marco Polo, titulado: Del Viejo de la Montaña. De su palacio y jardines. De su captura y muerte. ¡Inescrutable azar de la Providencia! Un déspota maquinó un paraíso; un soberano, sabio y santo, cayó en la inversa tentación de urdir un infierno. Tres siglos antes de la era cristiana, Asoca, emperador de la India, ordenó a sus arquitectos y albañiles, la erección de un infierno terrenal, rico en montañas de cuchillos y piletas de aceite hirviendo. Un monje budista, que recorría la comarca, fue el penúltimo de sus huéspedes; los alguaciles lo arrojaron a una de las terribles piletas, cuyo aceite, al contacto del cuerpo venerable, se convirtió en agua tibia, florecida de lotos. Asoca no desoyó esta advertencia y ordenó la demolición del recinto, no sin antes agotar las torturas en la persona del administrador. El peregrino budista Sung Yun ha referido el caso."

P. Zaleski
Tomada del libro El libro del cielo y del infierno de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, página 110

No hay comentarios: