"Las mujeres somos visibles en el mundo real, el mundo de los hombres, solo mientras somos sexualmente atractivas."

Jane Bowles, de soltera Jane Auer


Querida Frieda:

No pretendo ser cruel, pero te escribo precisamente sobre aquello que considero son tus errores y espero sinceramente que lo que escribo te sirva. Como la mayoría de las personas, no puedes enfrentar más de un miedo durante tu vida. Además, te pasas la vida huyendo de tu primer miedo hacia tu primera esperanza. Ten cuidado de no terminar, por tu propia picardía, en el lugar donde empezaste. Te recomiendo que no te pases la vida rodeada de esas cosas que crees indispensables para tu existencia, independientemente de si son objetivamente interesantes en sí mismas o para tu propia mente. Creo, con sinceridad, que solo aquellos hombres que  alcanzan ese estado en el que pueden combatir su segunda tragedia interior, y no la primera una y otra vez, merecen ser considerados ‘maduros’. Cuando piensas que alguien está avanzando, asegúrate de que no esté estancado. Para avanzar, debes abandonar cosas que la mayoría de la gente no puede dejar. Llevas tu primer dolor como un imán en tu corazón, porque de allí provendrá todo el cariño. Debes llevarlo contigo a lo largo de tu vida, pero no debes dar vueltas a su alrededor. Debes dejar de buscar esos símbolos que solo sirven para ocultar su rostro. No debes ilusionarte con que son variados y múltiples, porque son siempre los mismos. Si no te interesa tener una vida tolerable, quizás esta carta no sea de tu incumbencia. Por el amor de Dios, ver un barco partir es todavía algo maravilloso de observar.

Jane Bowles


Tánger, Marruecos 1950

Yo, Jane Bowles, amo a Cherifa. Ella, Cherifa, ama el dinero. Mi dinero. Lo poco que tengo. Y la casa de la kasba. Para llegar a ella hay que perderse por el laberinto medieval de las callejas de Tánger y dejarse llevar por el olor a kif, polvo y menta. Mi casa se encuentra al final del aroma, sobre un jazmín trepador. Cherifa sabe que será suya cuando me muera. Por eso intenta envenenarme de vez en cuando. Un juego. Y en la vida lo importante es participar. Cuando vivía sola, me pasaba las tardes recorriendo la casa despacio, rozando las paredes con la mano. ¿De qué me servía un hogar sin Cherifa? Un día ya no pude más. Hoy, tiene que ser hoy. Salí a la calle y me apresuré por el camino del zoco. Encantadores de serpientes, perros, niños, vendedores de lámparas, y allí, en la entrada del mercado de las especias, Cherifa. El pulso se me aceleró al mirarla: la hermosa cabellera negra, los endemoniados ojos azules, cada gesto suyo prometiendo una mujer distinta. Cherifa se aburría en su barraca, parapetada tras las cajas de dátiles, almendras y avellanas. Mordisqueaba un anacardo simulando no verme. Me planté ante ella, puse los brazos como si fueran alas y los moví. Entendió perfectamente. Hoy, en casa, pollo. No accedería a la primera. Se cortó la garganta con un cuchillo imaginario y masculló algo sobre su familia. Volví a mover las alas con decisión, di media vuelta y eché a andar. En Tánger no hay bares para mujeres con reservados como en el Village. Pero el pollo es un bien escaso. La belleza, también. Cherifa cerró la barraca y me siguió.

Jane Bowles










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