“Tuve la sensación de ser arrastrada, pero no contra mi voluntad. No me opuse porque quería marcharme. Fue como si me elevara en un ascensor a gran velocidad. Luego reconocí la voz de mi abuela fallecida. Escuché su voz llamándome, pero no era una voz procedente de las cuerdas vocales. Simplemente me miró y yo comprendí. A medida que distinguía a las personas, me daba cuenta de que estaban hechas de luz. Con aquellos a los que reconocí fue como si nunca hubiéramos estado separados. Había amor, cariño y protección. Sentí intensamente que había sido llevada a ese lugar para estar protegida. Me sentí divinamente...
... No lo hacían por mi boca con comida, sino que me alimentaban con algo desconocido para mí. Sólo puedo describirlo como algo burbujeante. Después vi a un tío que había fallecido a los 39 años y a un mar de gente. A muchas de esas personas no las reconocí, pero me sentí profundamente conectada con ellos, al sentir que eran mis antepasados. Lo que me sorprendió fue el modo tan diferente de comunicarme con aquellas personas. La cualidad de la comunicación es mucho mejor que la terrestre. No tienes que buscar las palabras exactas para expresar tus pensamientos. Durante esta experiencia la comunicación se produce a la velocidad de la luz. Fluye de forma instantánea. No hay malas interpretaciones. Lo que se dice es la verdad.
Pregunté a mi abuela si la luz a nuestro alrededor era la luz de Dios. Esta pregunta causó mucha risa en quienes me rodeaban. Mi abuela respondió: “No, cariño, la luz no es Dios. La luz fluye cuando Dios respira”. También me sorprendió la diferencia en los colores que estaban ante mí, pues eran mucho más intensos y hermosos que los vistos en la experiencia normal. Yo era compositora de música, así que me sentí fascinada al observar que cada uno de los seres que estaban a mi alrededor emitía una nota musical, como una vibración que, combinada con otras, producía una bella armonía. En ese momento comencé a explorar mi propio estado no físico y me di cuenta de que había retenido mi apariencia normal. Me llevé las manos a la cara y al verlas supe que estaba allí y podía sentirme. Lo raro fue que no me sentí muy diferente a la forma en que me siento aquí. Y sin embargo…no sé cómo explicarlo, no tengo palabras. No había densidad en la carne. Mis manos carecían de densidad, pero las sostuve frente a mí para asegurarme de que estaban allí. En todo caso en mi entorno era como si los cuerpos estuvieran flotando en el aire; había luz y sombra, pero no parecía proyectarse en ningún sitio. Eso me hace pensar que tal vez no estaba en el paraíso, sino en un espacio intermedio donde me cuidaban.
Cuando vi mi cuerpo no quería volver a él. Tenía un aspecto espantoso. Parecía que estuviera muerta. Me asusté y no quise mirarlo. Le dije a mi tío que no deseaba volver. Entonces él me contestó que no podría quedarme y que mis hijos, que todavía eran pequeños, me necesitaban. Yo, egoístamente, insistí en que los chicos se las arreglarían bien sin mí. Él me respondió que regresar al cuerpo era como tirarse a una piscina, sólo había que saltar. Pero yo seguí negándome hasta que mi tío me empujó. Golpeó mi cuerpo en el momento en que mi corazón estaba siendo activado por segunda vez. En ese instante el ritmo era satisfactorio y estaba viva, aunque me sentía incómoda. Durante un buen rato me sentí furiosa con mi tío por empujarme hacia mi cuerpo, pero él tenía razón. La vuelta al cuerpo fue como si hubiera saltado a una piscina, a un estanque de agua helada. Sentí dolor.”

Pam Reynolds
Relatoi de la ECM  que experimentó







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