"Apenas había tenido tiempo de identificarlo como un delfín cuando me encontré en medio de una manada. Se elevaron a mi alrededor suspirando con fuerza, brillantes sus negros lomos al arquearse a la luz de la luna. Debían ser unos ocho, y uno salió tan cerca que con nadar tres brazadas podría haber tocado su cabeza de ébano. Jugando entre saltos y resoplidos cruzaron la bahía, y yo les seguí a nado, contemplando cómo subían a la superficie, respiraban hondo y volvían a zambullirse, dejando sólo un creciente anillo de espuma en el agua arrugada. Finalmente, y como obedeciendo a una señal, se volvieron y enfilaron hacia la boca de la bahía y la lejana costa de Albania; yo me erguí para verlos alejarse, nadando por el blanco surco de luz, con un centelleo en el lomo al elevarse y dejarse caer pesadamente en el agua templada. Tras ellos quedó una estela de grandes burbujas que temblaban y relucían un instante cual lunas en miniatura antes de desaparecer bajo las ondas."

Gerald Durrell
Mi familia y otros animales



"Buscando la elefantería, recorrimos gran parte de la península y el pájaro que más vimos fue, sin duda, la martineta, una especie de tinamú. Es un ave pequeña y rolliza, parecida a la perdiz, del tamaño de un gallo bantam. Su plumaje es un rico atavío de marrones otoñales, salpicados y veteados de dorados, amarillos y cremas en un precioso e intrincado dibujo. Tiene las mejillas de un crema pálido, con dos rayas negras que se destacan sobre el fondo, una que va desde el rabillo del ojo hasta el cuello y la otra desde el borde del pico hasta el cuello. En la cabeza tiene una cresta alargada de plumas oscuras, que se curva como una media luna sobre su cabeza. Tiene los ojos grandes y oscuros, y un aire general de histeria inocente.
Se veían martinetas por todas partes a lo largo de las rugosas carreteras, en grupitos de cinco o diez. Ridículamente mansas, se quedaban en medio de la carretera mirando con los ojos muy abiertos cómo se acercaba el Land Rover, sacudiendo la cabeza de modo que sus tontas crestas se agitaban y ondeaban, y no se molestaban en apartarse hasta que no frenabas a unos pocos pies de ellas y tocabas la bocina. Entonces, estirando el cuello y manteniendo la cabeza baja como si buscasen algo perdido en el suelo, escapaban a la maleza. Eran de lo más reacias a volar, y para obligarlas, tenías que perseguirlas a través de las matas, a lo largo de distancias considerables. Cuando pensaban que te acercabas demasiado, se lanzaban al cielo con aire de desesperación.
Era un vuelo curioso, laborioso, como el del pájaro que nunca ha aprendido a usar las alas como es debido. Daban cuatro o cinco aletazos fuertes, se deslizaban en el aire hasta que sus cuerpos regordetes las arrastraban casi hasta el suelo otra vez, y luego, con otra serie de alocados aletazos, se deslizaban un poco más allá. Mientras volaban, el viento que pasaba entre sus plumas producía un sonido curiosamente quejumbroso, que subía y bajaba como el de una flauta conforme aleteaban y planeaban. Su afición a estar en mitad de la carretera se debía al hecho, creo yo, de que sólo en esas superficies de tierra desnuda podían construir sus mejores baños de polvo. En algunos sitios habían hecho unos hoyos bastante grandes en la tierra roja, y se podía ver a tres o cuatro de ellas esperando pacientemente su turno, mientras un miembro de la bandada rodaba y pataleaba absurdamente en el baño agitando las alas para echarse el polvo sobre el cuerpo."

Gerald Durrell
Tierra de murmullos


"Como dicen los griegos, una casa no es un hogar a menos que tenga una golondrina anidando debajo del alero, así que creo que una casa no es un hogar hasta que no tiene un perro."

Gerald Durrell



"Durante un viaje de este tipo uno se encuentra con muchas clases de aventuras, algunas divertidas, otras emocionantes y otras molestísimas. Pero éstos no son más que los aspectos interesantes de muchos meses de trabajo y preocupaciones que acompañan a la realización de un viaje para recoger animales. Sin embargo, cuando uno se sienta a escribir un libro acerca de ello, todas las preocupaciones, molestias y desilusiones parecen desaparecer de la memoria y lo único que queda para contar son los momentos más entretenidos."

Gerald Durrell
Tres billetes hacia la aventura



"Hasta que no comprendamos que la vida animal sea digna de la consideración y el respeto que otorgamos a los libros antiguos, los cuadros o los monumentos históricos, siempre estarán condenados los animales a vivir una vida precaria al borde del exterminio, dependiente de la existencia de la caridad de unos pocos seres humanos."

Gerald (Gerry) Malcolm Durrell


"La erosión, desertificación y contaminación se han convertido en nuestro destino. Es una extraña forma de suicidio, ya que estamos haciendo a nuestro planeta sangrar."

Gerald Durrell


"La isla se torcía como un arco mal hecho: sus dos puntas tocaban casi los litorales griego y albanés, y las aguas del Mar Jónico quedaban apresadas dentro de la curva como un lago azul. Teníamos en la villa un porche espacioso enlosado y cubierto por una parra antigua de la cual pendían como lámparas los grandes racimos de uvas verdes; desde allí la vista, pasando sobre el jardín rehundido lleno de mandarinos y los olivares de verde y plata, abarcaba hasta el mar, azul y terso como el pétalo de una flor. En el buen tiempo comíamos siempre en el porche, sobre la desvencijada mesa de mármol, y era allí donde la familia tomaba todas sus decisiones importantes. La hora del desayuno era la más propicia a la controversia y la disensión, pues era entonces cuando se leía el correo y se hacían, rehacían y desechaban planes para el día; en aquellas sesiones mañaneras se organizaban las fortunas familiares, aunque un tanto imprevisiblemente, de modo que la simple petición de una tortilla podía desembocar en una expedición de tres meses de acampada en una playa remota, como ya había sucedido en una ocasión. Al reunimos, pues, a la luz quebradiza de las primeras horas no estábamos nunca muy seguros de cómo iba a empezar el día. Al principio había que andarse con ojo, porque los ánimos estaban susceptibles; pero poco a poco, bajo la influencia del té, el café, las tostadas, la mermelada hecha en casa, los huevos y la fruta surtida, la tensión mañanera iba cediendo y una atmósfera más benigna tomaba posesión del porche.
La mañana que anunció la llegada del conde entre nosotros no fue distinta de las demás. Todos habíamos llegado a la última taza de café, y cada uno estaba enfrascado en lo suyo: mi hermana Margo, con la rubia melena recogida con un pañuelo, estudiaba dos cuadernos de figurines, tarareando para sí con voz alegre pero desafinada; Leslie, acabado el café, se había sacado del bolsillo una pistolita automática, la había desarmado y estaba limpiándola distraídamente con el pañuelo; mi madre hojeaba un libro de cocina en busca de una receta para el almuerzo, moviendo los labios en silencio e interrumpiendo a veces la lectura para dejar la mirada perdida en el espacio mientras trataba de recordar si disponía de los ingredientes necesarios, y Larry, envuelto en un batín multicolor, comía cerezas con una mano y con la otra sostenía el correo.
Yo estaba muy ocupado en la tarea de alimentar a mi última adquisición, una grajilla que comía tan despacio que la había bautizado con el nombre de Gladstone, porque me habían contado que aquel estadista lo masticaba todo varios cientos de veces. Mientras esperaba que deglutiera cada bocado, dirigía mi mirada monte abajo, hacia el mar seductor, y meditaba el plan del día."

Gerald Durrell
El jardín de los dioses



"La última vez que vi al Hombre de las Cetonias fue un atardecer, estando yo sentado en un altillo que dominaba el camino. Venía evidentemente de alguna fiesta y había tragado cantidad de vino, pues hacía eses de lado a lado del camino, tocando con la flauta una tonada melancólica. Grité un saludo, y sin volverse me hizo una seña estrafalaria. Al doblar el recodo se silueteó un instante sobre el pálido color lavanda de la tarde. Vi su sombrero andrajoso con las plumas al viento, los abultados bolsillos de su abrigo, las jaulas de mimbre llenas de soñolientas palomas a su espalda, y sobre la cabeza, dando vueltas y más vueltas a lo tonto, los puntitos minúsculos de las cetonias. Torció entonces la esquina y no quedó sino el cielo pálido con una luna nueva suspendida como una pluma de plata y el blando gorjeo de su flauta perdiéndose en el crepúsculo lejano."

Gerald Durrell


"Vivir en Corfú era como vivir en medio de la más desaforada y disparatada ópera cómica."

Gerald Durrell





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