“Así es el ser humano. Comenzad a alabarlo y entonces ya podéis hacer con él lo que se os venga en gana, pues os lo habéis metido en el bolsillo.”

Milán Füst
La historia de mi mujer


"¿Cómo se puede saber lo que una persona quiere y cuando lo quiere? ¿Cuándo ve como una falta de valor que no la bese y cuándo como una virtud supraterrenal?"

Milán Füst
La historia de mi mujer


"Leo: Vamos a cambiar este mundo y la miseria inherente...hacer que las aguas y los vientos se detengan...El mundo respira atrapado en las nubes que claman al sol. Dejé el libro y me quedé en silencio. Muy tranquilo y en paz. Sentí cada palabra y no me avergoncé de mi fatal desdicha. Era católico. Abrí el compartimento secreto de mi pecho y deposité el tesoro aprehendido en los libros. Hemos de admitir, sin mentir, que tenemos miedo, que tememos la miseria y la desgracia.
El fuego crepitaba en la chimenea y me vi rodeado de nuevo por el abrazo desolado de la melancolía. El cielo descolorido de Londres cruzaba el patio de enfrente como un grito que dividiera el silencio en algún lugar, como el bostezo del mundo que certifica el paso del tiempo."

Milan Füst
Advenimiento

"Ni siquiera se puede llegar al fondo de las cosas. Y le puedo dar las vueltas que quiera, no se puede vivir hasta el fondo, en su totalidad, porque esta vida es invivible y al parecer nosotros sólo rozamos su superficie, apenas su espuma."

Milán Füst
La historia de mi mujer


“No es bueno perseguir lo que ya pasó.”

Milán Füst
La historia de mi mujer



"No hice nada ni dije nada en el momento ni el lugar en que hubiera sido apropiado actuar o hablar."

Milan Füst


"No somos asustadizos, la muerte no nos preocupa mucho. Ya por el solo hechos de que no apreciamos demasiado la vida. Mi amado padre, una media hora antes de morir, se expresó del siguiente modo:
-Estoy hastiado de esto, pero muy hastiado. –Y dejó a un lado el periódico que tenía entre sus manos. Y después incluso corrigió sus propias palabras-. Estoy hastiado de vosotros. –dijo con todo pragmatismo.
Y poco después falleció piadosamente.
Porque así somos nosotros. No nos gusta vivir, somos pesimistas, permítaseme escribirlo aquí, y con el mismo término, soy pesimista, si bien no en el sentido en que lo entienden los filósofos. Mucho más sencillo.
-¿Has visto alguna vez un lechón? –Me preguntó mi padre en una ocasión-. ¿Y bien? Es un animalito suave, y a este animalito se acercan seres extraños que lo toman en sus manos, que se lo quieren comer: entonces está claro que chilla. Y ésa también es tu tarea en la Tierra –me alentó muy amistosamente el anciano caballero.
Sí, esa es mi tarea y la tarea de mi alma. Pues de que el ser humano no lo tiene bien aquí en la Tierra jamás me ha cabido duda alguna. No es sólo mi opinión, es una opinión que llevo en la sangre. Que este mundo es una amarga broma, y ser hombre una infamia. Porque en el mundo se abusa del alma que se le ha dado al ser humano, se le engaña y se le llena de ilusiones con todo género de promesas. ¿Cómo expresarlo? El hombre acarrea con la importancia de la existencia, es más, con la pretensión de la eternidad, ¿y cuál es su destino? El miedo y la huida, el horror al peligro de la muerte desde el primer instante de la existencia, ¿hay alguien que pueda entenderlo? ¿Que este pequeño fuego que se ha recibido prestado amenace sin cesar con la extinción? ¿Y qué debo pensar del resto? Hago acopio de mis recuerdos como un acumulador, de los cuales sin embargo pierdo una parte, mientras que la otra se transforma, la distancia y el tiempo van modificando su forma y nadie sabe nada de todo eso. De manera que ésa es mi propia historia, sobre la cual nadie tiene noticia, y ni yo mismo me la creo al final. Y eso, además, tampoco es suficiente. Pues a fin de cuentas uno quiere un pelín más, luego más y más, mi deseo es insaciable… ¿Y no es igual que cuando uno bebe demasiada agua? Ya podría uno pegarse un tiro de tanta agua que ha bebido y aún tendría sed. En una palabra, al alma le resulta incomprensible este mundo, aquí quiero desembocar, en que el mundo no es la patria del alma, porque lo que hay en el mundo es diferente de lo que el alma esperaba y deseaba… Pero entonces, si el mundo es extraño para el ser humano, ¿para quién es apropiado?"

Milán Füst
La historia de mi mujer


"Todo consiste en eso: cambios lúdicos; en vano buscamos algo detrás que nos dé mayor sosiego, una concepción planificada o un objetivo de mayor rango, porque detrás no hay nada."

Milán Füst
La historia de mi mujer


"Y no es que yo fuese un cínico, sino que me gusta la imparcialidad a la hora de examinar las cosas: en aquel momento aún era así. Jamás había pensado, por ejemplo, que el universo hubiera empezado a existir sólo por complacerme cuando yo llegué al mundo. Tampoco se me había ocurrido que a una mujer no le hubiese estado permitido vivir ningún tipo de vida hasta conocerme."


Milán Füst
La historia de mi mujer


"Y sí alguien no es fiel, entonces ¿qué pasa? ¿La susodicha no puede ser ya ni cariñosa, ni bella, ya no se puede ni siquiera quererla? Sólo que vosotros también tendríais que tomar conciencia de esto, puesto que es la realidad. Que podamos amar a dos o más personas a la vez pues el ser humano es así."

Milán Füst
La historia de mi mujer


"Yo había acudido a él con las siguientes preguntas, por lo demás ridículas: -¿Cómo es posible que yo dé un traspié después de otro en este mundo, como si estuviese borracho? ¿Que no sepa ordenar de ninguna forma esta dichosa vida mía? Todo está mal haga lo que haga. Ni yo puedo aprobar nada de cuanto hago ni digo. ¿O hay otros a quienes les ocurre lo mismo?
El psicoanalista se rio.
-Hasta a mí me ocurre -opuso con serenidad-. ¿Y cómo habría de ser de otro modo? Este mundo no está hecho de forma que se le pueda ordenar. Obzwar ["por más que"] -añadió luego, y meditó un momentín-. Obzwar -repitió.
Era alemán el infeliz, y hacía ruido al masticar nueces, porque, según me explicó, quería quitarse el hábito de fumar.
-Hasta fumar, por si fuera poco; pero ¿qué le vamos a hacer? Si es así como se ha establecido la regla. Que al final tenga uno que renunciar a todas las costumbres a las cuales consiguió habituarse con tanta dificultad. ¿Por qué no se escapa usted? -me preguntó de repente-. Si alguien se puede dar el lujo, que Dios lo bendiga. -Comenzó a retorcerse las manos para ilustrar mi caso.
¿No era un hombre afortunado quien podía permitírselo? ¿Tenía yo una idea de lo afortunado que era? ¿De cuán privilegiada era mi situación? ¿Ser un capitán de barco, que se encuentra en condiciones de dar la espalda a toda esa miseria? ¿O era una obligación pasarse la vida entera haciendo siempre lo mismo?
¿Gimoteando por la misma mujer?
-No funciona, no funciona -dijo rígido-. Que se vayan al diablo. Todas. Encendió un cigarrillo de la ira. Y lo esencial: era al analizar mi situación que se había puesto furioso. Y eso, pese a todo, era algo muy amable de su parte.
-¿O cuántas veces quiere pasar por la misma experiencia? La cosa no funciona. ¿Cuándo va a escuchar por fin su propia voz?
Con lo cual quebrantó por completo mi resistencia. Ha de saberse que de eso se trataba, eso era lo que anidaba en mí desde que tengo memoria, y seguía ahí latente. Que yo no quería creerme a mí mismo. Porque de ¿cuántas otras maneras tenía que darme a entender mi mujer que no me quería? ¿No era suficiente lo que había demostrado hasta ese momento? ¿Y yo me seguía rompiendo la cabeza con que si me quería o no me quería? Como si hubiese tenido que probar lo más recóndito de todas aquellas amargas dudas que arrastraba conmigo desde la infancia, el hecho de no entender ni alcanzar a conocer del todo esta vida.
Y entonces le confesé que justo ese era mi plan. Que llevaba semanas dándole vueltas. Marcharme de viaje sin siquiera decírselo a nadie. Que Dios me bendiga. Y negaría hasta mi nombre, tal como se niega el nombre de quien ya no está vivo; de modo que nadie sabría si yo estaba o no en el mundo.
Y que era por eso que había ido a buscarlo. Pues quería que, antes de marcharme a Londres, alguien diese testimonio de mi existencia dado que yo no tenía a nadie. Ni tendría a nadie en el futuro porque eso era lo que quería. Y que él qué pensaba, ¿daría resultado o no?
-Es cuestión de tomar una decisión firme -me respondió el psicoanalista con toda tranquilidad. Yo, por ejemplo, si estuviera en su lugar, lo haría; y aunque me costase la vida lo haría de todas formas. 'He muerto', es como reza la verdadera determinación -afirmó el señor psicoanalista-. Pero antes de morir volví a tomar fuerzas y me marché corriendo. Recibí una pequeña moratoria, la de poder vivir todavía un poco en alguna parte, como un extraño que ha caído allí por casualidad. ¿Y no es así la verdadera vida?
-¿Y no consiste todo en eso, por lo demás? -preguntó triunfante. ¿En que uno vuelva a recibir una moratoria, y de nuevo otra?"

Milán Füst
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