Basso Ostinato

Fue fácil descubrir que estabas siempre entre los días.
Que al fin, siempre, de entre un montón de días,
regresabas. Este era el hecho.
Que volvías a alejarte
y de nuevo volvías.
Siempre.
Como un viejo reloj,
como una maquinaria un poco descompuesta,
sin espacios iguales.
Algo era siempre fácil de prever,
algo era siempre igual:
volvías.

Ahora
aquella máquina irregular
pero temblorosa
no señala espacios iguales ni desiguales.
No indica nada
como no sea silencio,
muerte,
olvido.
Antes de este silencio
ya sin edad,
peso ni número,
una cifra, una fecha
era de nuevo el comienzo de algo. Algo
que volvía a repetirse solo por tu regreso.
Ahora están borradas las cifras,
perdidos los nombres.

Rodeado de silencio
busco y confundo cartas y almanaques.
Ah, no es fácil descubrir que lo único vivo
es el obstinado silencio.
Casi tu muerte,
tu olvido.
Levanto esta lápida
y grito adentro de su oquedad.
Tu olvido agranda mi grito,
el eco de un gemido
que se une a otro eco, y a otro, y a otro.
Ahora, un día más
entre un montón de días,
termino por descubrir
que hoy no es igual que antes.
Impasible, cumplo el ceremonial.
Me miro al espejo. Yo soy ése,
el mismo,
pero ya nada es igual.
Grito tu nombre,
creo tu voz,
tu imagen.
Y desesperadamente te recuerdo.

Sé que de algún modo mi grito te arrebató a la muerte,
que de algún modo su temblor conmueve ahora el silencio,
de algún modo destruirá al olvido.

Sigfrido Radaelli


Ya no sé entonces

Ya sé, los dos sabemos
que si te alejás hoy es para volver mañana.
O sea que mañana te veré nuevamente.
Está bien.
Pero si hoy te alejás para volver sin plazo,
si es eso lo que ocurre,
o sea que ya no sé si te veré mañana
o en un mes
o en un año,
ya no sé entonces si nunca volveré a verte.
¿Y entonces, Dios mío, hoy es la última vez que
te veo
y esta tarde la última,
son estos minutos los últimos?
Ahora sé qué es no saber nada de nada.
Todo ha cambiado de golpe. Enfrente de mí
un agujero inmenso y negro, y en mis oídos
resonando
un eco lastimero y largo.
Hablo y me detengo,
vuelvo a hablar solitario, escucho asombrado
mi voz
y vuelvo al silencio.
¿Qué sentido tienen ya las palabras
o los murmullos o el recuerdo o las pruebas
del amor?

Sigfrido Radaelli









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