A un joven poeta

"Pálido joven con mirada ardiente,
Ahora entrego a ti tres preceptos:
Admite el primero: no vivas con el presente
Es dominio del poeta – sólo lo venidero.

Recuerda al segundo: a nadie compadezcas,
Y a ti mismo ama inmensamente.
Al tercero guarda: reverencia al arte,
Sólo a él, irreflexiva y sin objeto.

¡Pálido joven con semblante turbado!
Si a mis tres preceptos tú aceptas,
Resignado caeré por luchador derrotado,
Sabiendo, que en el mundo dejaré a un poeta."

Valeri Yákovlevich Briúsov
Traducción de Mario. A. Buela




Caballo pálido

Y he aquí un caballo pálido y el que lo monta 
tiene por nombre Muerte 
Apocalipsis, VI, 8

I

La calle estaba – como tormenta. La turba pasaba
como si los persiguiera el irreversible Hado. 
Marchaban los ómnibus, carruajes y automóviles,
era inagotable el correr furioso de la gente.

Letreros, torciéndose, brillaban con ojos cambiantes,
desde el cielo, de la terrible altura de treinta pisos;
en altivo himno se mezclaban con el estruendo de ruedas y galopes,
gritos de periodiqueros y chasquidos de látigos.

Vertían luz  implacable lunas encadenadas,
lunas, creadas por los amos de la naturaleza.
en esta luz, este zumbido – eran jóvenes las almas,
almas de los embriagados,  seres bebidos de ciudad.

II

Y de súbito – en esta tormenta, en este susurro infernal,
en este delirio encarnado en formas terrenales,
irrumpió, perforó un ajeno, discordante tremor,
matando el rumor, la conversación, el fragor de las carretas.

Se mostró en una curva un ígneo jinete,
el caballo volaba con estrépito y había en sus ojos fuego.
En el aire aún trepidaban – los ecos, los gritos,
pero hubo un instante – la emoción, las miradas- ¡el terror!

 Había en las manos del jinete un largo pergamino
letras de fuego anunciaban su nombre: Muerte…
En vivas franjas, como hebras sueltas de hilo,
en alto sobre la calle de súbito ardía el firmamento.

III

Y en un gran terror, cubriéndose los rostros, - la gente
 exclamando sin sentido: “¡Pena! ¡Con nosotros está Dios!”,
caídos al pavimento, batiéndose en una gran pila…
las bestias escondían los hocicos, en el caos, entre las patas. 

Sólo una mujer, que llegó para la venta
de su belleza, -  se lanzó en éxtasis al caballo, 
llorando besaba los cascos del corcel, 
las manos alzaba al día de fuego ondeante.

Y aún un loco, prófugo del sanatorio,
apareció, desgarrado,  con un grito estridente
“¡Señores! ¿No reconocen la mano del Creador?
¡Morirá un cuarto de ustedes – de peste, hambre y acero!”
     
IV

El éxtasis y el horror prolongaron – un corto instante.
Tras un momento, en la multitud, agitado no había nadie:
venía de calles cercanas un nuevo movimiento,
era todo brillantemente inundado por la luz habitual.

Y nadie podía responder, en la tormenta tan ruidosa,
si fue una visión desde lo alto o un sueño vacío
sólo la mujer de vida alegre y el loco
tendían sus manos a la desaparecida fantasía.

Pero a ellos también las olas de gente borraron    
como palabras innecesarias de un renglón olvidado.
Marchaban los ómnibus, carruajes y automóviles,
era inagotable el correr furioso de la gente.

Valeri Briúsov


Juventud

En el bosque seco chasquea un extenso látigo,
en los arbustos crujen las vacas,
las nevadillas azules florecen
y bajo los pies susurran las hojas de roble.

Las nubes de lluvia se pasean por el cielo,
un viento fresco sopla en el campo gris,
y el corazón se entristece en la alegría secreta,
de que la vida, como la estepa, es vacía y grande.

Valeri Briúsov



"Los principios de culturas tan diferentes y tan dispersas en el espacio como las del mar Egeo, Egipto, Babilonia, etruscas, India, mayas, Pacífico, muestran parecidos que no pueden explicarse únicamente por la asimilación o las imitaciones. Por esto habría que buscar, en el fondo de las culturas que creemos más antiguas, una influencia única que explique sus notables analogías».
«Habría que buscar, más allá de las fronteras de la Antigüedad, una X, un mundo de cultura que aún ignoramos y que puso en marcha el motor que conocemos. Los egipcios, los babilonios, los griegos y los romanos fueron nuestros maestros. Pero ¿quiénes fueron los maestros de nuestros maestros?"

Valeri Yákovlevich Briúsov
Tomado en el prólogo del libro de Louis Pauwels & Jacques Bergier, La rebelión de los brujos, página 5


"¡Qué cubras tus pálidas piernas!"

Valeri Briúsov




Yo

Mi espíritu no sucumbió al enfrentado caos,
ni agotaron mi razón fatales conjunciones.
No hay sueño o lengua que no me sean caros.
Pues canto en honor de todos nuestros dioses.

Yo elevé a Hécate, a Astarté la voz de mi clamor,
Cual sacerdote, ofrecí sangrientos sacrificios.
Loé, más que la muerte poderosa, al amor.
Y humillado me postré al pie del crucifijo.

Jardines de Liceos, Academias frecuenté
y en cera recogí los juicios de los sabios.
Como primer alumno, a todos contenté
pero del verbo el arte solo he adorado.

En isla de Quimera, entre estatuas y cantos,
sendas hallé de luz y de tinieblas;
ora amé las más carnales y brillantes,
ora temblé ante las sombras ciegas.

Y me enamoré del enfrentado caos,
y ávido busqué fatales conjunciones.
Pues sueño o lengua no hay que no me sean caros.
Y canto en honor de todos nuestros dioses…

Valeri Yákovlevich Briúsov
Traducción de Ricardo San Vicente















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