Aquí está el mundo aparente y adentro el mundo sellado y ambos me son
recíprocos y en ambos escarbo
buscando la fuente que me derrama.

Humberto Díaz-Casanueva


Cauce de la vida

Cuando un viento nupcial levantó sus solares pechos
un beso le detuvo adentro esa estrella de piel blanca;
por amor, su cuerpo es la más tierna pausa de la muerte;
su leche, por el hombre, disuelve sus láminas puras.

Un infante, hijo aún de su abismo, busca la greda viviente,
busca la frente febril para sus sueños en borda oscura,
las prisiones para su corazón todavía anegado de dioses
pues sólo posee ese secreto que es anterior al alma.

Se tienta una vena la madre, ahí nadan dos ojos sueltos
que tal vez no atinan a fijar sus estambres invisibles,
y esos pies que le golpean pidiéndole un camino terrestre
los encuentra, cuando duerme, hollando su propio rumbo.

Cuando la madre dormía, el niño le sopla su nombre
y le ruega calme su miedo de aproximarse al mundo,
porque ya vive, el destino terminó los nudos a su alma
y su memoria está olvidando su verdadero origen.

Humberto Díaz-Casanueva


El niño de Robben Island

El niño blanco y el niño negro... sacan cristales
de las aguas en que estalla el magnánimo sol
críos del caballo alado... sólo inmaturos hallan
la bienaventuranza

Con mi cara de águila acecho la exhalación
de una fugitiva lámpara
dentro de la lámpara... háganme quemar.

¡Columpiarse en los árboles...coger nidos
repletos de copos de nieve... asustar a los cuervos!
percibo criaturas esenciales en la identidad de lo
Uno

Cáusame estupor lo lúcido lo inteligible de una
presencia embrujada
nada es semejante a dos niños del linaje del Hombre.

Humberto Díaz-Casanueva



FROTÁNDOME LIJA LEO UN MENSAJE HERIDO

Yo no quiero escribir
Poemas
Sino salmodias
Emblemas
Tactos purificantes de
Signos
Rebosantes de silencio
Yo quiero escribir
Oralmente
Me pongo la boca
Desprendida de una Estatua
¡Habla oh escritura
Reconstituida!
Siento
Exhalaciones de
Lenguas
Encaramadas en el
Eco
Quiero emitir mi
Aliento
Chirriante de
Palabras
En el oído de un
Hombre
Que no se dé cuenta
No son palabras
Son raspaduras
Del ave del Agüero
Mis ojos son un poco
Táctiles
Mis manos se secan
En medio de
Sombrías acechanzas
Mis pies están
Envueltos en una
Telaraña que suena
Mi corazón sube y
Baja
En un agua dorada
Saboreándola
Hasta que aparece el
Bronce
Llamándonos
Ahora
El viento tiene una
Pelambre fúnebre
Husmeo
Restos de hosannas
Mis sentidos
Ya no son
Puramente
Escamas de mi Ser
Los verídicos se
Asocian
Al habla secreta de
Las Quimeras
“Mira
Creo que he envejecido
Los hongos caminan
Sobre mi piel”
“Sí
Uno acaba por hartarse
De su propia
Agonía”
El agua produce
Negruras del
Olvido
El Tigre
Más y más rayas
A veces
Veo que la Luna
Tiene
Mis dos remos
Sólo he producido
Un torbellino de
Calaveras
En el corazón del
Hombre

Humberto Díaz-Casanueva
Fragmento


II

¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas!, por qué el perro no calla y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra
y todo zumba como un despeñadero
y mi ser desolado tiembla como un gajo.
Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están tatuando, son tus besos que están devorando.
¡Ay, madre! ¿es cierto, entonces?, ¿te has dormido tan profundamente que has despertado, más allá de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?
¡Hiéreme, oh viento del cielo!, con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro.
Hiéreme, memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.
A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos,
y el monarca en la otra orilla restaña la sangre,
y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.
¿Acaso no ven al niño que sale de mí llorando, un niño a la carrera con su capa de llamas?
Yo soy, pues, yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos,
pero únicamente hijo de ti. ¡Oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!

Humberto Díaz Casanueva
Réquiem


La aparición

Tengo hambre
hambre demente en la boca
en el chasquido del Ojo
en los pies
febricitantes
 
Sostenedme
porque tambaleo en mi imagen
crepita el grito
el tacto oprime lo yermo
 
Me está punzando la piedra
que da luna
luna
¡Oh adentro de mí!
Quemadura del león que me dilata
 
Vienen días inconclusos
no obstante
la llaga es noble y azulada
Me dan ganas de besar gaviotas
 
Insomne
lleno de una oscura certidumbre
extiendo
la fugaz piel de leopardo
sobre la cama
 
Así cubro el purísimo fulgor de una
aparición
tan súbita
tan milagrosamente cierta
tan hecha de latidos
en el pánico
de lo demasiado hermoso

Humberto Díaz-Casanueva
Fragmento


La intolerable unión de los despojos

Todo se ha consumado de
golpe
Como una trompeta
te has partido en dos
y sale un chirrido
no sale de ti
sino de la sorda conclusión
del tiempo

Sale el fantasma
que porfiaba en las
conversaciones
Recuerdas?
Recuerdas el súbito crujido
de la seda?
La insurrección de las
sillas?
La camisa cada vez más
lívida?

Decías
Entré!
Pero nadie entraba
Pero un remolino de música
consumía el espacio
y quedábamos atónitos
sosteniendo
la cúpula encendida de
otro mundo

Ahora
el fantasma tiene aberturas
de boca
y nada dice
Nadie dice nada

Las cosas se apagan
lentamente
En tu feroz mordaza
quedan palabras quedan
besos

Nadie dice nada
porque nada tiene sentido
Lo irrevocable
es una verdad vacía
que nos acecha
sin razón verdadera

Al contemplarte
nos contemplamos
petrificados
vivos!

Oh forma! Oh crepitación
de la forma
que nos liberta de la nada
al mismo tiempo que a ella
nos conduce!

Debo alabar o
execrar
tu muerte
como el desdoblamiento
infinito
de una presencia apenas
perceptible
No sé
Tengo vendada el alma

Sólo quiero
ungir tus ojos con el
claror de mi vida

Te recuerdo
como un caballo espumoso
tascando
el freno de la muerte
como un cíclope
luchando contra una pared
cornuda
Tierno
cazando una estrella
perdida
en tu cuerpo

Humilde
cuidando una paloma
coja
Iracundo
ante la mesa vacía
del pobre

Te has juntado
contigo mismo?
Y de qué te vale
el cumplimiento de una
soledad
más vasta?
Allí
no sé dónde
tallando con tus dientes
un bosque de marfil
sin intención valedera?
Sólo abundabas en tu
prójimo

Humberto Díaz-Casanueva



La visión

Yacía obscuro, los párpados caídos hacia lo terrible
acaso con el fin del mundo, con estas dos manos insomnes
entre el viento que me cruzaba con sus restos de cielo.
Entonces ninguna idea tuve, en una blancura enorme
se perdieron mis sienes como desangradas coronas
y mis huesos resplandecieron como bronces sagrados.
Tocabas aquella cima de donde el alba mana suavemente
con mis manos que traslucían un mar en orden mágico.
Era el camino más puro y era la luz ya sólida
por aguas dormidas, resbalaba hacia mis orígenes
quebrando mi piel blanca, sólo su aceite brillaba.
Nacía mi ser matinal, acaso de la tierra o del cielo
que esperaba desde antaño y cuyo paso de sombra
apagó mi oído que zumbaba como el nido del viento.
Por primera vez fui lúcido mas sin mi lengua ni mis ecos
sin lágrimas, revelándome nociones y doradas melodías;
solté una paloma y ella cerraba mi sangre en el silencio,
comprendí que la frente se formaba sobre un vasto sueño
como una lenta costra sobre una herida que mana sin cesar.
Eso es todo, la noche hacía de mis brazos ramos secretos
y acaso mi espalda ya se cuajaba en su misma sombra.
Torné a lo obscuro, a larva reprimida otra vez en mi frente
y un terror hizo que gozara de mi corazón en claros cantos.
Estoy seguro que he tentado las cenizas de mi propia muerte,
aquellas que dentro del sueño hacen mi más profundo desvelo.

Humberto Díaz-Casanueva



Réquiem

I

Como un centinela helado pregunto ¿quién se esconde en el tiempo y me mira?

Algo pasa temblando, algo estremece el follaje de la noche, el sueño errante afina mis sentidos, el oído mortal escucha el quejido del perro de los campos.

Mirad al que empuja el árbol sahumado y se fatiga y derrama blancos cabellos, parece un vivo.

Pero no responde nadie sino mi corazón que tiran reciamente con una larga soga.

Nadie, sino el musgo que sigue creciendo y cubre las puertas.

Tal vez las almas desprendidas anden en busca de moradas nuevas.

Pero no hay nadie visible, sino la noche que entra a menudo en el hombre y echa sellos.

¡Oh, presentimiento como de animal que apuntan! Terrible punzada que me hace ver.

Como en el ciego, lo que está adentro alumbra lo distante, lo cercano y lo distante júntanse coléricos.

Allá muy lejos, en el país de la montaña devoradora, veo unas lloronas de cabelleras trenzadas que escriben en las altas torres, me son familiares y amorosas, y parece que dijeran “unamos la sangre aciaga”.

¿Hacia dónde caen los ramilletes? ¿Por qué componen los atavíos de los difuntos?

¿Quién enturbia las campanas como si alguien durmiera demasiado?

Aquí me hallo tan solo, las manos terriblemente juntas, como culebras asidas, y todo se agranda en torno mío.

¿Acaso he de huir? ¿tomar la lancha que avanza como el sueño sobre las negras aguas?

No es tiempo de huir, sino de leer los signos.

¡Cómo ronda el corpulento que unta la espada! Las órdenes horribles sale a cumplir.

De pronto escucho un grito en la noche sagrada, de mi casa lejana, como removidos sus cimientos, viene una luz cegada, una cierva herida se arrastra cojeando, sus pechos brillan como lunas, su leche llena el mundo lentamente. 

II

¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas! Por qué el perro no calla y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra y todo zumba como un despeñadero y mi ser desolado tiembla como un gajo.

Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están tatuando, son tus besos que están devorando.

¡Ay, madre!, ¿es cierto, entonces? ¿te has dormido tan profundamente que has despertado más allá de la noche, en la fuente invisible y hambrienta.

¡Hiéreme, oh viento del cielo! Con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro.

Hiéreme memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.

A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos, y el monarca en la otra orilla restaña la sangre.

Y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.

¿Acaso no ven al niño que sale de mí llorando, un niño a la carrera con su capa en llamas?

Yo soy, pues, yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos, pero únicamente hijo de ti, ¡Oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!

III

¿Puede callar el hombre si está roto por los hados? ¿jactarse de rumiar su polvo? ¿le basta el silencio como un caudal sombrío?

¿No pertenecen los sordos himnos a los vivos de la coraza partida?

Aunque las palabras no puedan guiarnos debajo de las piedras por que están llenas de saliva, (son los carozos que arroja la caravana)

Yo he de cantar por que estoy muy triste, tengo miedo y las horas mudas mecen a mi alma.

Yo vuelvo el rostro hacia el lugar donde la sombra cubre a su recién nacida.

Palpo la piedra obscura que junta los labios, la mojan lágrimas y se enciende un poco y tiembla como si todavía quedaran sílabas cortadas.

Tu eres y no otra, tú que me estás mirando de todas partes y no me pudiste mirar de cerca, cuando las gradas de piedra aparecieron.

Vi de lejos el ángel que hendía la montaña,

Vi tu corona de sudor rodando por la noche,

Tu regazo lleno de hielo.

Ahora estamos de orilla a orilla y te llamo y los árboles se agitan como si fueras a aparecer alumbrada por el cielo.

Madre, ¿qué estás haciendo tan sola en medio del mar?

Y solamente responde mi propio corazón como un bronce vacío.

¿No tienes una cita conmigo? ¿no me dejarás entrar en el valle donde vagabundean las castas y los cuerpos desahogados perseveran?

¿O tal vez no puedo traspasar el umbral porque los muertos se arrojan coronas unos a otros y no me es dado entender los huesos ávidos?

Pero tú sólo estás dormida,

Bañada por la luz perpetua del amor

Y tu abrasada voluntad vaga entre las cosas terrenas como un coro desvelado que crece y me arrebata cuando te llamo en el silencio.

Humberto Díaz-Casanueva


Yo soy Uno pero
no idéntico

Humberto Díaz Casanueva














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