Árboles

Crecen hacia la lluvia, y en un impulso simultáneo regulan su caída. De la tierra sensible toman el resudor copioso que han dejado escurrir. Muy de mañana, entre las hojas danzan los últimos resabios del chubasco.

Remontan por filones radicales la solución acuosa destilada en quietud, y la resguardan, previsores, en las vejigas generosas que ellos mismos fabrican. Higos, manzanas, cocos.

Paralíticos, se retuercen en busca de un avance, un gesto traslativo, un pasito delante. Y sin embargo, una velocidad anómala circula por su cuerpo como aceite de luz.

“Árboles”: el plural se corrige a la vista de un roble singular: alguien viene a leer en los anillos de su cuerpo la cifra de una edad. Pero el tiempo del árbol es más hondo. Sobre la piel inerte lleva inscrita una fecha, las huellas de un adiós. ~

 Eduardo Hurtado
 

Mar

Las olas son la moda de los mares. Lo demás es antiguo, aunque los hombres le dispensen una mirada inaugural.

En nuestros días escépticos, los dioses se refugian en los lechos del mar. Las playas son su límite, casi nunca infranqueable. Desde su oscuro, los dioses nos envían informes fragmentarios de alguna eternidad: leños difuntos, borbotones rojizos, conchas vacías.

Todo mar es ambiguo. Si lo vemos al sesgo, bajo un sol de verano, él rectifica el sueño de la muerte, nos concede una nota de quietud. Si una racha de insomnio nos aqueja, entonces se levanta turbulento, huye desde sí mismo hacia otros mares, ondula, se lamenta ruidoso y metafísico.

He aquí el mar: noches de alianza, rumorosas; tumbas abiertas de par en par. ~

 Eduardo Hurtado


 

Agua

Abajo, más al fondo, en celo, recostada, existe el agua.

A fuerza de vivir absorto y cabizbajo, la escucho perfilar un recorrido contiguo a los zapatos. En el piso agrietado se dilata, densa y brillante, mudable y obstinada: charcos, hilitos en desliz hacia el drenaje.

La gravedad la imanta como un sueño vicioso. Y ella se estira, se contonea obscena, hace una pausa y se dispersa entre los poros minuciosos del polvo y el asfalto: vidriosa, incontenible, sustancia enamorada de un cielo negro.

La pesantez y el tumbo la reclaman –y la muy loca delira, como animal en celo se vacía, elude los dictados de la forma.

Ama el sol, que la somete a una mudanza eterna, al ciclismo de ser. Y atrás de las paredes se refugia, se acoge a la indulgencia de la sombra, sigue los cauces que promueven su marcha vertical. Pero al girar el grifo vuelve a las andadas: se arroja, se disipa, huye de toda tesis, de la inútil, fugaz definición.

Eduardo Hurtado



Árboles

Crecen hacia la lluvia, y en un impulso simultáneo regulan su caída. De la tierra sensible toman el resudor copioso que han dejado escurrir. Muy de mañana, entre las hojas danzan los últimos resabios del chubasco.

Remontan por filones radicales la solución acuosa destilada en quietud, y la resguardan, previsores, en las vejigas generosas que ellos mismos fabrican. Higos, manzanas, cocos.

Paralíticos, se retuercen en busca de un avance, un gesto traslativo, un pasito delante. Y sin embargo, una velocidad anómala circula por su cuerpo como aceite de luz.

“Árboles”: el plural se corrige a la vista de un roble singular: alguien viene a leer en los anillos de su cuerpo la cifra de una edad. Pero el tiempo del árbol es más hondo. Sobre la piel inerte lleva inscrita una fecha, las huellas de un adiós.

Eduardo Hurtado



Ciclo

De marzo el júbilo
y la flor.
De junio el sol y el agua.
De octubre la hojarasca.
En febrero la nieve liquidada
y las hojas deshechas
                            y un ocioso candor.
Del mar,
la espuma.
Del sol,
este último vapor sobre la playa.
De todo,
        nada.

Eduardo Hurtado



El deseo, el mar

1.

Un mar inolvidable…
¿Pero quién se conforma
con recordar el mar?
 
2.

Al mar volvemos
a constatar
que no es el mismo.

3.

Un polvo somos,
un rastro
          imperceptible
que dejamos.
Amo esta playa,
su oficio irreprochable
—y por las tardes vuelvo
a constatar sus últimas mudanzas.

Eduardo Hurtado



ES DE PESSOA (AUNQUE TAMBIÉN LO NIEGA)

Pero finge sin fingimiento…
PESSOA
No es mío, no es mío
lo que escribo.
¿Con quién estoy en deuda?
¿De quién soy el heraldo?
¿Por qué insisto en mentir
y firmo con mi nombre
lo que jamás fue mío,
lo que alguien más me dio?
Pero si no hay remedio,
si mi destino es ser
la vida de otra voz
que en mí quiere vivir,
debo darle las gracias
a quien me ha separado
del silencio y el polvo.
Sólo he sido
y seré
la sombra del que tañe,
un fingidor.

Eduardo Hurtado



Literatura

Nacida contra el blanco:
sueña mares y tierras,
velocidad, estanques,
historias con futuro
–el futuro impaciente
de una puesta de sol.
En su pizarra
caben las curvas y las rectas,
el horizonte al fondo,
el mapa de los fósiles,
las huellas de algún pájaro.
Pero está cerca:
es la línea en el polvo,
la vida de los muertos;
es la voz que convoca
a danzar otra vez
junto a la piedra.
Sus normas no son ley.
Se gasta y se recrea.
Es un código vasto
como el sueño y el agua.
Comienza en el misterio
–y no lo niega.

Eduardo Hurtado


Mar

Las olas son la moda de los mares. Lo demás es antiguo, aunque los hombres le dispensen una mirada inaugural.

En nuestros días escépticos, los dioses se refugian en los lechos del mar. Las playas son su límite, casi nunca infranqueable. Desde su oscuro, los dioses nos envían informes fragmentarios de alguna eternidad: leños difuntos, borbotones rojizos, conchas vacías.

Todo mar es ambiguo. Si lo vemos al sesgo, bajo un sol de verano, él rectifica el sueño de la muerte, nos concede una nota de quietud. Si una racha de insomnio nos aqueja, entonces se levanta turbulento, huye desde sí mismo hacia otros mares, ondula, se lamenta ruidoso y metafísico.

He aquí el mar: noches de alianza, rumorosas; tumbas abiertas de par en par.

Eduardo Hurtado


Poética

Aspirar al silencio
y oponerse al dominio
de la palabra flor
sin omitir
las cuatro apariciones
de su nombre.

Eduardo Hurtado










No hay comentarios: