Arte del Batihoja

A Maribel, a José María
Acaricié palabras como si fuesen seda
y como el batihoja hice panes de oro
pensando recubrir con ellos el tesoro
de la infancia, los años, la herida más aceda.

Si era cierto el encanto de la honda arboleda
donde nos saludaba el ruiseñor canoro,
¿no será que ese canto se ha convertido en lloro
y el bosque de los sueños en desnuda alameda?

Bajo aquellas palabras que escribiera hace años
escondí con cuidado pasiones no cumplidas,
fallidas ilusiones, la expulsión del edén…

Hoy de nuevo se muestran, y me enseñan el daño
que con su ocultamiento le hice yo a mi vida;
panes de metal frío con que apresé a mi ser.

Fernando Ortiz Fernández



"Así se sigue, pasando los tirantes por todos los puntos de los dos cueros alternativamente de una y otra boca, hasta que quedan ambos bien sujetos; para lo cual a medida que se enlazan las correas se van atesando con las manos y al final con el auxilio de un palito que hace las veces de palanca. En el cuero chachá se hizo un agujero más que en el menú. Al llegar el último tirante al cuero chachá, después de haberse unido todos los puntos, dicho tirante se pasa por el agujero séptimo y luego se anuda pasándolo también por el segundo y sucesivos hasta el que sirvió de punto de arranque. Montado ya el cordaje de los bajantes bitensores se les da otro tirón para acentuar su tirantez y que jalen más y más los dos cueros; y, al fin, se quitan los cordelitos o alambres que mantuvieron la tensión provisional y montensora de cada cuero. Terminadas estas operaciones, que se llevan bien una jornada, el tambor se cuelga a la sombra y al aire, nunca al sol ni al calor de candela. Al día siguiente otra vez a la faena. Se comienza por jalar más los tirantes y cueros y estos quedan ya bien encabezados o encajados. Pero aun hay que completar el aparato tensor. Esos tirantes de piel están entonces tan tensos del uno al otro cuero del ilú que, si los pulsan vibran y suenan como una cuerda del contrabajo; pero aún esto no es suficiente para la tensión definitiva como se dirá.
Los bajantes, tirantes longitudinales o tína-malú del tambor, que atan cuero con cuero, están ahora separados de la cintura de la caja, una vez zafada la faja o alambre que provisionalmente los ceñía. Pasados varios días, cuatro a lo menos, cuando los tirantes ya se han secado y están algo más tensos, se procede a tejer los tirantes transversales o tinaowó, o sea hacer la cadeneta. La cadeneta consiste en enlazar unos con otros los tirantes longitudinales por medio de otras tiras de piel; análogas a las anteriores, que se colocan transversalmente, en el lado del chachá, rodeando la caja con tres o más vueltas o cadenetas a cierta distancia una de otra. La tramazón de la cadeneta tiene ciertas dificultades, pues si se olvida un punto de manera que un bajante quede más suelto, y por tanto menos tenso que otro, o estos quedan con tensiones desiguales y propensos a rajarse cuando son golpeados con insistencia. La cadeneta se va entretejiendo con los bajantes cuando estos están aún apartados de la cintura. Terminado el tejido de la cadeneta es cuando se le pone al tambor en su cintura la faja definitiva que es la que acaba de cerrar los tirantes. Esta faja del ilú consiste en unas largas correas de piel de toro, sucesivamente empatadas, que se van enrollando en muchas vueltas como en un carrete, comenzando donde termina la cadeneta y extendiéndose hasta la mitad de la distancia entre la cintura y el borde de la boca grande."

Fernando Ortiz
Los tambores Bata



Esta misma mañana

Ante el balcón, en mi butaca,
aunque el cielo es azul, y al fondo suena Bach,
estoy un poco harto.
Pasé hace mucho el medio del camino.
Puse mi anhelo en la poesía.
¿Acaso mide el tiempo lo que vale
si el camino interior es lo que importa?

A la vida y al arte las rige el mismo canon,
un cangilón de noria
–saca del viejo pozo el agua nueva
y hace posible el mundo, la música de Bach, la azul mañana clara–.

Fernando Ortiz


Interior

Quién sabe si aquella luz viene de fuera o de adentro
de los alzados visillos. Ni a qué lado del espejo
surge esa mano de niebla que va dibujando un sueño
de relojes y almanaques, de puertas y verdinegros
salones acristalados que son del agua el reflejo.
Agua de un río muy hondo que viene desde muy lejos.
—Aquí las cosas nos miran con grandes ojos secretos—.

Con parsimonia el reloj suena en el patio en silencio.

Fernando Ortiz


La hora

Lucha el poeta en contra de la nada
y a su fin sin destino llama Dios.
Que nadie piense de la vida en pos,
después el paraíso. Dije Nada.

Cuando llega la hora ya acotada
si acaso, despedirse, un“Adiós".
Qué inocencia pensar que después los
arcángeles esperan a la entrada.

Quevedo Otero, Brines… Así, todos
los que tal piensan, piensánse ceniza.
Mas muchos siguen la porfía en vano,

soñando en el vacío encontrar modos
de que la Parca sea olvidadiza:
El sueño de una noche de verano.

Fernando Ortiz



La poesía

¿Qué era para ti la poesía?
Tintineo de palabras, alabeadas sílabas,
el ritmo mágico del verso,
un oficio sutil, un sí no es docto.
Paraísos no hay más que los perdidos
–lo dice Marcel Proust–
y el poema el espejo donde se reflejaban.

¿Qué es para ti hoy la poesía?
Recuerdo un verso de Cernuda:
«Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.»
El poder del deseo hace el poema,
devuelve sangre a las sombras del Hades,
sean entes de ficción,
seas, tú, lector, o quien ahora, sin fe ni certidumbre, escribe.

Fernando Ortiz


La soledad

La soledad, la lámpara, la mesa,
aquí el recado de escribir dispuesto.
¿Es eso compañía?
Quizá la solución sea el amor.
¿Y cómo se ama?
¿Lo supe alguna vez y lo olvidé?
Quizá nunca lo supe y ahora me doy cuenta.
Escribí libros de poesía.
Quise decir palabras bellas y a la vez verdaderas.
Pues el tiempo se acorta,
¿irreal fue mi vida, humo dormido, niebla?
Amargo es despertar, malgastado el pasado
si quedan menos horas
y en éstas sólo ves vacío.
¿Qué te dicen los años?:
Araña con tu pluma tu presente
y pon verdad
para que así ilumine tu pasado el futuro.
¿Dónde la compañía?:
La soledad, la lámpara, la mesa,
he aquí el recado de escribir dispuesto.

Fernando Ortiz



Sobre el oficio

A Carlos Otero

Nos exige, en principio, libertad interior;
–y esto es sentirse ajeno y excluido,
primero ante uno mismo, también ante los otros–.
En él no existe el triunfo, ni la gloria, ni tan siquiera la literatura,
y lo que los demás toman por éxito suele ser el fracaso.

El precio de este oficio es malvivir;
ya que, quien lo ejercita,
coloca su interés en valores de muy rara demanda.
Así, después de un largo aprendizaje
de dudas, soledad, despojamiento,
su dicha y su destino es trazar unos signos.
Y estos signos son vanos, y él lo sabe.

Fernando Ortiz


Verbum

La palabra es altiva señora de los hombres
que en sí nada contienen y que por eso invocan
a su forma sagrada con mísera esperanza.
Pues sin ella, ¿qué harían? Se dejarían caer
al vacío sin fondo. Porque llega un momento
en que se vuelven grises los colores más vivos
que la infancia dibuja. Es cuando la pasión
se va desvaneciendo en el pecho cansado.
Y se secan los ojos. Y se doblan las piernas.
Pero la mente aún lúcida confía en la palabra
pues es ella la cifra de todo lo que amamos:
la caricia del agua y el olor de la yerba,
nuestras lejanas lágrimas en la infancia perdida
y hasta el dorado sueño de que quizá retorne
el violento perfume de la dicha.

Mas los sueños se pagan. Para aquellos que osaron
abrir de par en par sus alcobas más íntimas
les llegará, envuelta en el frío de noviembre,
la importuna visita, la vieja prostituta
de repulsivo afeite. Aspirarán entonces
los fétidos olores de las flores podridas.
Y habrán de revestirse de coraza de bronce
cuando sepan que todo lo que aprender lograron
con el único empleo laborioso del verbo
era sólo el presagio del último silencio.

Fernando Ortiz











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