Claude de Lorraine garrapatea en el reverso de un grabado que muestra, tal vez, a Ítaca:

La luz es de quien la sueña. Toda aguja apunta a Arcadia. Los dioses, los héroes, los ángeles todos son pequeños, muy pequeños frente a la distancia.

El único dios verdadero es el horizonte. 

Gaspar Orozco




El que come hikurí come un espejo, una raíz de reflejo potentísimo, cuya nitidez llega a ser insoportable. Cada partícula del mundo está ahí proyectada: se estremece como el agua o el fuego, emite una radiación que corresponde a su lugar exacto en el alma. Y tú te estremeces también dentro ese temblor. Y tu cabeza y tus ojos y tu pecho y tus manos despiden lumbre que se enreda con los hilos de la tierra. Es mediodía pero en tus ojos es medianoche. Las piedras cantan con el aire. Alcanzas a ver desde lo alto de este cerro tu casa de la infancia. Y tú jugando alrededor con tu sombra. Comienza a caer una lluvia muy delgada. Cuando abras los ojos estarás lleno de cristales. Y el mundo será blanco.

Gaspar Orozco



El relámpago en su huida abandona la ciudad que erigió en la tierra. Está deshabitada, pero eso sólo lo sabrás al recorrerla. Su frágil y dulce arquitectura es, sin embargo, engañosamente peligrosa. Es fácil quedarse atrapado entre sus muros, observando los infinitos cambios de sus arcos y columnas. Sobre todo, evitar el agua nocturna que se recoge en los estanques, las fuentes y los nichos: que la imagen del visitante nunca llegue a tocar su oscuro espejo.

Y sin embargo. el caminante deberá encontrar la luz que, tras toda desaparición, permanece.

Gaspar Orozco



Encontré el árbol, pero el árbol no ardió. Su llamarada no se veía a lo lejos. Su fuego no iluminaba la noche. No me guiaba más que a la sombra. En ese momento me di cuenta que el que se consumía era yo. De mis ojos nacía un resplandor que se vertía en el resto del cuerpo. Vi mis manos: ardían sin peso envueltas en llamas, como mojadas por un delgadísimo alcohol. Te llamé, pronuncié como pronuncié alguna vez tu nombre en una noche que aún no se ha acabado: mis palabras se elevaban y se perdían en el cielo nocturno como globos que devoraba el mismo fuego que los hacía ascender.

Gaspar Orozco



Todo poema es un escrito póstumo

Todo poema es un escrito póstumo
el que escribió esto ya está muerto
cada palabra es una paletada de tiempo sobre la anterior
no hay tiempo ni de fabricar a gritos una despedida
el cero es un pozo sin fondo
vivo en caída libre dentro de él
el poema es una piedra estrellándose contra el agua
aún no escucho nada

Gaspar Orozco














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