El milano de los mares

Bebamos, gocemos, y en sangre teñidos
Cien cráneos rompamos, no hayamos piedad;
Mil muertos hollemos sobre ellos dormidos,
Y audaz nos despierte rugiente huracán.
Que el buque se encuentre de miembros sangrientos
Cubierto, y de rojo nos tiñan los pies.
Que apaguen las olas los sordos lamentos
De aquel que expirante su muerte prevé.
Que rujan los truenos, que nuestra victoria
Bramando del cielo pregone la voz,
Pues solo matando se encuentra la gloria
Y al fin si matamos también mata Dios.
Bebamos, borrachos el hacha empuñemos,
Brillantes los ojos indiquen furor;
Con ríos de sangre tan solo soñemos,
De gritos de muerte durmamos al son.
Que estalle iracunda tormenta horrorosa,
Que el rayo los cielos veamos rasgar,
Con furia indomable la mar caprichosa
Que el buque sacuda creciendo en afán.
Que el agua y la sangre nos mojen ¿qué importa,
Si el vino espumoso nos presta calor?
Bebamos, brindemos, la vida es muy corta.
No importa; retemos al mundo y a Dios.
Sones del Milano los que horribles canto,
Así entonan beodos roncamente
Mientras la noche extiende el negro manto
Sobre el dormido mar calladamente.
Y nubes que sombrías, silenciosas,
Allá en el horizonte se ocultaban,
Se extienden en figuras caprichosas
Mientras ellos su canto comenzaban.
Las tinieblas aumentan, llegan, crecen,
Recubre al horizonte negro velo
Que se extiende sin fin, y desaparecen
Revueltos en la oscura mar y cielo.
Un buque, a quien las sombras circundando,
Confuso e invisible hacen muy luengo,
Es quien está en su seno albergue dando
A una tripulación de almas de fuego.
La forman cien piratas, bravos, fieros
Que del mundo terror a centenares

Enemigos vencidos, prisioneros,
Arrojaron al fondo de los mares.
Feroces son: miradlos en la orgía.
Inmunda bacanal mejor sumidos,
De aspecto horrible, sucio y faz bravía,
Estúpido mirar y ojos hundidos,
Borrachos caen pero blasfemando
Se alzan luego con bocas espumantes
Y otra botella apuran pronunciando
Mil palabras obscenas, delirantes.
Y vuelven a caer pesadamente
Palabras murmurando incomprensibles,
En tanto el viento agita sordamente
Las olas con sus alas invisibles.
Y se insultan y arrojan con estruendo
De botellas los cascos ya vacíos
Con ellos la bodega recubriendo
Y al cielo desafían siempre impíos.
Van cayendo uno a uno, amontonados
Se agitan sobre el sucio pavimento
Y uno solo los mira aletargados
Distraído, sin voz, sin movimiento.
Es un gigante vigoroso, fuerte,
De barba larga, espesa, enmarañada,
Que una estatua asemeja por lo inerte
Y aterra allí mirarla colocada.
Su indefinible abigarrado traje,
El anchísimo, velludo pecho enseña
De piel curtida cual la de un salvaje
Que el coloso en lucir no se desdeña.
Su hercúleo brazo tiene arremangado.
En la ancha mano apoya la cabeza
Y el codo en tosca mesa sustentado,
Revela en su ademán honda tristeza.
Alguna vez sonríe; aterradora
Es la sonrisa que en sus labios vaga
Y un ligero carmín su faz colora
De un fuego interno chispa que se apaga.
A veces con mirada desdeñosa
Contempla a sus dormidos compañeros
Que a impulsos ruedan de la mar furiosa
Que el buque hace crujir con golpes fieros.

Otras presta atención y oye del viento
Al chocar en las velas los chasquidos
Pronunciando en voz baja un juramento
Con los ojos al cielo dirigidos.
Al fin se pone en pie; sobre cubierta
A un mástil arrimado vese luego
Contemplando la frente descubierta
Cual el mar se enfurece, con sosiego.
Su poblada melena el viento agita:
La obscuridad le envuelve, le rodea
De sus ojos tan solo el fuego imita
La mirada que a veces centellea.
Dos horas pasan en que el viento arrecia
Las olas crecen, con el buque juegan
Y él permanece allí porque desprecia
Las olas que van y las que llegan.
Y crece el huracán y en furia crece
La mar que se revuelve alborotada
Y que goza en mirarla así parada
Pues deja oír sonora carcajada.
Y el buque salta, cruza, rompe, hiende,
Las olas ocultándose bajo ellas.
Pero pronto orgulloso, altivo asciende
Y la escena iluminan las centellas
Rugiente el trueno ronco retumbando
Sobre los velos que extendió la noche
La voz de Dios parece amenazando
O al mundo dirigiendo algún reproche.
Y brilla el rayo rápido vibrante
Las sombras disipando débilmente
Un momento no más, un solo instante
Para hundirse en el mar rápidamente.
Y con estruendo aterrador prosigue
Rugiendo el trueno, el huracán bramando
Su furia sin que nada lo mitigue.
Siguiéndola el pirata contemplando.
Mas no sonríe ya: sino que inquieto
La oscuridad indaga y afanoso
Procura descubrir algún objeto
Que allá divisa sobre el mar furioso.
Ve allá a lo lejos cuando el rayo alumbra
Un buque que aparece y que se oculta

Que si a veces el mar al cielo encumbra
En su seno otras veces le sepulta.
Con voz que al trueno y al huracán domina
¡Presa a la vista! fuertemente grita.
Y un rayo en su mirada que examina
el objeto que el mar rugiendo agita.
Y pronto soñolientos la cubierta
Llenan los hombres que el Milano abriga
Tendiendo en derredor la vista incierta
Dispuestos del combate a la fatiga.
En desorden el traje, armas siniestras
Empuñan que al mirarlas horroriza:
Con furia las oprimen en las diestras.
Y se anima su faz dura, cobriza.
Y procuran la presa que codician,
Al alcance tener de sus cañones
Y el pensamiento abrigan y acarician
de vencerla luchando cual leones.
Y unas veces las olas los alejan
De la presa que hacer luchando quieren
Y a ella aproximarse otras los dejan
Y ellos con gritos el espacio hieren
Del trueno que ruge, ¿qué ronco bramido
Qué estrépito horrible la voz apagó?
¿Por qué los piratas con fuerte alarido
con ¡hurras!, saludan tan hórrido son?
La muerte invisible su aliento infectado
Lanzó a los cañones con torvo mirar
Las tablas del puente del buque atacado
De sangre muy pronto teñidas están.
Comienza el combate que el rayo ilumina
Al trueno responde la voz del cañón
Y sobre las aguas el viento camina
Movibles montañas formando veloz.
¡Viva! ¡Oé! valientes, son nuestras sus vidas
Luchando vencimos… ¡bien venga el botín!
¡A ellos! que viertan las anchas heridas
de sangre enemiga torrentes sin fin.
¡Qué caigan! ¡Que mueran! ¿Quién vence al pirata?
Ni ruda tormenta ni fuerte huracán
El mundo le tiembla cobarde y le acata
Las olas y el viento sumisos le están.

Andrés Muruais Rodríguez









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