El poeta como los pájaros

El poeta como los pájaros
recoge las desperdigadas migas
que la gente deja al pasar.
¡Es tan cotidiana el hambre de su alma!

Etelvina Astrada


En mi país
no se puede morir de modo natural
o cuando a uno se le da la gana.
En mi país,
la muerte no es un suceso biológico.
La infancia se detiene de pronto y no crece,
y el joven no descansará en años envejecidos,
ni el viejo podrá ser más viejo todavía.
En mi país,
no se lleva la fatalidad en la sangre,
ni la muerte está predicha por los oráculos,
o sucede como un golpe del destino,
un solo golpe en seco
que nos descose la nuca
con una muerte indolora, incolora, insípida.
En mi país se muere antes de pisar una falsa cáscara
y por eso,
ya no existe el azar, lo fortuito.
En mi país,
nada es permitido,
ni tan siquiera de ser unos muertos bellos,
muy poéticos,
inmensamente poéticos e inmortales,
muertos con muerte propia,
de nuestra propiedad absoluta y muy privada.
Tampoco se nos permite ser lerdos,
o torpes, o empecinados,
ni ser dueños aunque más no sea
de esa muerte anónima en los hospitales,
o agonizar hogareñamente,
como sucede en otras partes del mundo,
recatados e íntimos en la penumbra,
en un lecho aséptico, tendido por los nuestros,
meneado por el llanto de nuestros-deudos.
Nada se nos permite,
ni siquiera un poquito de locura,
escoger una reja de una ventana cualquiera
y anudarse una soga a lo Nerval.
En mi país,
la muerte es una peste,
pero no es una pústula, una lepra, una gangrena,
un castigo de las alturas
en siete plagas.
Es una enfermedad mucho más grave,
gravísima,
es un gusano en las neuronas,
en los testículos,
en el corazón.
Mi país,
es la MUERTE.
Una gigante muerte asesina, poderosa en el poder
mágicamente evaporable,
sin hedores,
una muerte con muertos
pero sin cuerpos.
Por eso,
en mi país,
no hay sepultureros,
no se dicen responsos,
ni se compra un pedacito de paz eterna.
Los muertos no descansan.
En mi país,
ya no se escuchan las campanadas a muerto,
se perdió la costumbre de los decesos personales.

Etelvina Astrada


Golpeando

Hay una clase de héroes,
varones ilustres,
casta nacida de dioses o diosas,
o algún humano bastardo;
hay una clase de héroes y hazañas,
repetida odisea con las mismas tizonas
y un verbo que insiste en infinitivo
como orden, como una secreción
de las glándulas y de los atrofiados glandes.
Golpear, golpear!
y luego la historia de la infamia
con un gerundio:
Golpeando!
y por eso, hace mucho
que aguantamos el golpeadero,
y por eso, hay
golpes de pie,
golpes de mano,
golpes de vista,
golpes de fortuna,
golpes de gracia,
golpes de ira,
siempre en la golpiza,
en el golpeteo,
en la golpeadura,
en el golpe,
en el golpe,
en el golpe,
en el golpe de estado,
porque también es un estado el golpe,
pero como a golpes vivimos
y nos hacemos de golpe,
se acabarán para siempre los golpes.

Etelvina Astrada



Soy materia inflamable

Soy materia inflamable,
vivo en combustión,
incendiaria del corazón,
terrorista angélica,
subversiva desde el pecho hasta las espaldas,
desde el pubis hasta la sien.
Soy una drogadicta del amor.
Es mi punto de referencia,
la cima más alta
y el barro más barro en el llano.
Delirium tremens e in extremis.
Súmmum en el límite.
Desovo el amor a perpetuidad,
bella criatura del sueño y los espejismos,
espesa lava de las oscuras bocas de los volcanes
que el corazón calcina
y en el rescoldo todavía yazgo,
todavía aguardo
el último resplandor del universo.
Calzo mis zapatos
que se caminan solos,
cualquier día
o un lunes de entre tantos
que me aparta del mundo.
Se llevan clandestinamente
el hábito de mi bostezo
todavía humano.
Calzo mis zapatos
que se caminan solos,
huérfanos de la medida de su dueño.
Hoy me duelen la pena
y me quedo a la diestra
de dos huellas gemelas
sin saber de quién han sido
en esta partida.

Etelvina Astrada









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