Alguien me dice: ten cuidado...

Alguien me dice: Ten cuidado
con Rosa que la matas,
las rosas, no tocarlas mejor,
no se te quede el corazón sin Rosa.

José Antonio Muñoz Rojas



"¿El fútbol? El fútbol me gusta verlo, porque me gusta la competencia... Pero sólo en la televisión..."

José Antonio Muñoz Rojas



Esta mañana amanecí con un poema

Esta mañana amanecí con un poema
en la cabeza. O dónde estaba que a poco
de levantarme estaba en el papel.
Y me dio alegría encontrármelo
así, como quien no quiere la cosa,
la misma alegría que a veces
me ha pasado, que es andar la tierra
en las Chozas (de eso hace tiempo)
y encontrarme una piedra rara y
darle un puntapié y resultar que era
un hacha prehistórica, del paleolítico creo
(sucedía con frecuencia en aquella tierra).
No es que el poema tuviera el valor
de un hacha prehistórica, pero encontrarse
un poema una mañana cualquiera,
que estaba alli, en la tierra, en el alma,
y que al darle un punta con qué pie
saliera… Estaba esperando
lo mismo que un hacha prehistórica:
el puntapié.

José Antonio Muñoz Rojas


Etereidad

Y se queda uno con la esperanza,
colgando de su delgado hilo
de tantas cosas colgando,
de tantas esperanzas deshaciéndose,
con tanto temor oculto,
con tantos olvidos como caben
en un instante, tantos olvidos
vividos y padecidos,
como para llenar una estrella.
Y esa mujer que llegó hoy con su misterio,
con su etereidad, que lo hace posible,
que la define y la sostiene
y ha dejado la casa
llena de su misterio.

José Antonio Muñoz Rojas


La madre

La madre soñaba oscuramente:
Será rubio, tendrá estos ojos mismos,
le amarán las muchachas. Una tarde,
de pronto, llorará junto a una rosa.

Le crecerá la angustia sin saberlo.
y cada nuevo umbral será una herida.
Temblará al traspasarlos, hijo mío.
Acaso una paloma, acaso nada.

El viento por la frente; las caídas
hojas que se acumulan; los rumores
del corazón callados: nadie sabe
las formas repentinas de la dicha.

Yo lo siento aquí hondo, en mis entrañas,
el río de tu vida, que me deja
una nostalgia antigua, una dulzura
vieja en mi corazón, como la sangre.

Me hace toda ribera, toda muro
donde pasan las aguas de tus años.
Vuelvo otra vez a ser niña que juega,
corriendo como niña entre las rosas.

¡Oh sueño en mis entrañas! ¡Oh alto río,
resonando de siempre en mis entrañas!

José Antonio Muñoz Rojas



"La noche antes nos lo imaginábamos viniendo por las realengas entre los demás de la piara, el que había de ser nuestro borreguillo pascual, la alegría de nuestras primaveras. No dormíamos. Noche larga, noche de albos vellones, de balidos cándidos, de esperanza y angustia, de miedo a que no acabara nunca. Porque la noche podía no acabar, y no llegar la mañana, y nosotros quedarnos sin nuestro borrego. Y eso era lo peor que podía pasar en el mundo. Oíamos todas las horas bajar lentas del reloj, rodar y extenderse por la noche. Se hacía largo y quebradizo el puente de hora a hora. No acababa nunca. Por fin, las dos. Todavía quedaban siete horas inacabables. Ya a la madrugada venía un sueño incoercible que nos plantaba ante la luz de la mañana recién hecha.
[...]
Andaba por la tierra. Era un animalillo gris, algo menor que un garbanzo, todo de conchas pequeñas, que encajaban divinamente unas con otras. Estaba muy bien hecho. Nosotros no teníamos más que tocarle con una briznilla de hierba y se hacía una bola. Parecía bicho humilde y muy ocupado. En cuanto lo dejábamos en paz seguía su camino. Debía tener mucho que hacer. Le llamaban la cochinita. Era uno de nuestros amigos del jardín. Con las hormigas no había que contar. No se detenían nada, no se podía jugar a nada con ellas. Matarlas o dejarlas. Además picaban.
Había muchos insectos. Unos se veían y otros se oían. Unos daba horror verlos, como los ciempiés o las lombrices. Otros gusto, como las libélulas, los tabarros. Los tabarros eran felices con la fuente. Se encaramaban en una hoja, hacían de ella barco y allá iban a la felicidad. Se remontaban. Del agua al aire, del aire a sus casitas, en los tejados, tan bien hechas. Luego estaban las santateresas, arrodilladas, verdes, dedicadas a algo superior que no era lo de todos los insectos. Aparecían inesperadamente, se quedaban, a lo mejor mucho tiempo, estáticas. ¿Por qué?"

José Antonio Muñoz Rojas
Las cosas del campo



Me dicen que os diga

Soy un poeta que tiene
la voz temblorosa, y no sabe
qué clase de luz se le viene a las manos,
y cómo disponerla, y decirles
a los demás la clase de luz
que se le viene de pronto, sin saberlo, a las manos.

No sabría deciros, si alguien
no estuviera por dentro diciendo:
“Di ahora: La luz tenía esta forma,
y una vez comenzado sigue siempre”.

No sé muy bien qué luz sea esta;
no sabría deciros de la voz.
Soy un poeta a quien se le dice.
Escucho. Os hablo. Acaso me entendáis.

De esto que digo apenas sé la forma.
Siento una resonancia, pego el oído.
Se viene la palabra como un agua.
“Diles esto. No digas otra cosa”.

No es triste ni alegre. No es triste
ni alegre un poco de ceniza.
Es un poco de ceniza. Si lo vemos,
decimos: Es sólo un poco de ceniza.

Claro que no digo lo que tengo pensado,
porque tampoco lo sé muy bien. Me dicen
que os diga. Nunca dicen:
“Diles algo que entiendan”. Simplemente:
“Diles”, y a veces solamente
es como un poco de ceniza.

Como una chispa de luz que la ceniza
llena olvidada, y otras veces
es un derramarse de algo como la tristeza
o la alegría.
No me hagáis responsable.
Más vale que paséis sin parar.
Uno es un poeta que ve de pronto una rendija
abierta a una luz indudable.

José Antonio Muñoz Rojas



" ... No me hables de nuncas que no existen,
sino de siempres nuestros para siempre..."

José Antonio Muñoz Rojas


Pensar que nunca más esta hermosura...

Pensar que nunca más esta hermosura,
pensar que ya mañana estos vocablos,
pensar que estos colores, estas nubes.
¿Y no pensar? Las rosas no pensamos,
casadas al instante lo seguimos
hasta la muerte. Nuestra vida canta
con olor, suavidades, la dulzura
del existir aprisa o lentamente.
Lo demás tiene nombre sin historia.

José Antonio Muñoz Rojas



Tu oficio, poeta…

Para que algo quede de este latir,
para que, si alguien quiere mirarse, pueda;
para calmar quizá alguna sed, y que alguien diga
«a mí me pasó algo semejante».

Los poetas estamos para eso:
para ofrecerles tránsito a los demás,
para que se encaramen sobre nuestros latidos, y que divisen
un poco más allá, en medio
de tanta oscuridad como nos circunda.
A veces nada tiene sentido, ni siquiera
que me des la mano o ese
limón redondo tan bello en la vereda.
A veces lo que tiene sentido no tiene sangre,
ese poco de sangre por la cual se muere.
Todo es ganas de morir de otra manera,
ganas de imitar a los ríos y que la tierra vea
que hay otras aguas y otras penas, y los cielos
contemplen misericordiosamente
nuestras peregrinaciones.

Tu oficio, poeta, es contemplar,
que todo se te escriba dentro; luego,
quizá leer allí mismo, quizá decir a los otros
lo que allí mismo, escrito, tú lees.

José Antonio Muñoz Rojas



"¡Ya estaban aquí! Claro. Eran ellas. Las musarañas, insectos, animalillos, ángeles. Algo tenían que ser. Si no, no cabía que, sin presencia de alguien, se cambiara tan hondamente el contorno. Así, cuando estábamos solos sin estarlo, cuando nos divertíamos sin reír, cuando soñábamos sin sueño, las musarañas estaban presentes, angélicas, efectivas, consoladoras. Lo malo es que, a veces, descansábamos en su esperanza y no venían. Nos quedábamos sin consuelo, sin musarañas. Estábamos verdaderamente solos. Y era horrible."

José Antonio Muñoz Rojas
Las musarañas



"Yo sólo soy un hombre que ha intentado escribir y ha escrito sobre lo que tenía alrededor –en muchos casos este pueblo ¿comprende usted?– y yo... de todas esas cosas que usted dice, muchas son bastante accidentales... Los premios no vienen por méritos sólo; los premios vienen muchas veces por una serie de coincidencias de amigos, de incidentes, de cosas... que no son, ciertamente, que uno tiene premios porque tienes méritos... No; a mí los premios me han venido, muchos de ellos, por accidente... De modo que, dejando aparte el mérito de lo que haya escrito, todas las circunstancias influyen... Yo he escrito un par de libros que pueden estar bien –«Las cosas del Campo», «Las musarañas»... libros de ese tipo– que como usted sabe son alrededor de este pueblo. Yo me crie en este pueblo, tuve una infancia feliz –aunque mi madre murió siendo yo muy niño y viví con mi abuela– una infancia, en aquella estupenda y desgraciadamente destruida casa... Yo he tenido una infancia feliz y esa infancia se la debo al pueblo. Por otra parte, se la debo a circunstancias... Porque yo he tenido en mi vida amigos, grandísimos amigos que me han ayudado muchísimo... Yo muchas veces me he preguntado «Y esto por qué, por qué...» Porque eran simplemente amigos. Ésa es la verdad..."

José Antonio Muñoz Rojas











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