A Rosalía

Non convén chorar máis.
Ela chorou por todos e para sempre.
Calemos...
Eu véxote así:
crespós nas estrelas,
ollos abertos de nenos mortos cravados nas salas do pazo

Calemos...
Nos currunchos acendéronse os altares do silenzo;
choiva de frores de estameña nos tristes pasadelos.
Coa túa boca torta chamas a mortos
e náufragos dende a solaina,
antre a brétema, en serán infinda.

Delantal de camposanto e campás antre mar e brétema;
barco negro e morto no camiño;
pómulos marelos deformes pola door;
balcón endexamais aberto cheo de paxaros e follas secas;
seios exprimidos hasta a derradeira gota de luz;
maos antre mirto e lúa, debaixo da auga verde do estanque.

¿Qué fas na serán que está esmorecendo sempre
ou na noite que endexamais se rematará ?
Sin corpo, sin traxe, sin bruído,
coroa de somas, música de pianos enloitados...
(Chove sobor das rosas e da escalinata do pazo).

Luís Pimentel



El amigo

Era yo el único,
el escogido entre todos,
que sabia que ibas a morir.
Esquivabas mis miradas,
que angustiosamente sorprendías.
Los dos estábamos en el secreto.
Yo oía el rumor de la muerte
que lentamente trabajaba dentro de ti,
cuando guardabas silencio en aquellas
tertulias inolvidables.
Procurábamos siempre
no quedar solos jamás.
Me ocultabas tus manos
con una angustiosa torpeza:
quizá creyeses que era allí
donde yo leía tu muerte.
Y no era en tus manos
ni en tu frente ni en tus ojos
ni en tu nuca,
que es por donde la muerte
nos empuja suavemente.
Yo no podía saber cómo había llegado
esta noticia a mi alma…
Una tarde lenta de provincias,
te vi mas solitario que nadie.
En torno tuyo, se hizo
como una niebla de ausencia,
como un purísimo silencio de estrellas.

Por todo esto sabía
que me odiabas y me amabas.
Pero, cuando llegó aquella
hora única y solitaria
me llamaste.

Luís Pimentel



En el depósito de cadáveres hay un niño

Ya se marchó el ministro del Señor
-visita de cumplido-
y su hisopo llenó de rutina.
Tú creías que era un sonajero,
y te quedaste muerto jugando con la lluvia.

El depósito de cadáveres es grande para ti.
Y la negra mesa.
Y tu sombra.
Y el silencio de cemento húmedo.

Tú y yo nos entenderemos eternamente.

Llega hasta aquí una canción herida
que se cae y se levanta.
Viene del misterio de los remansos,
en el río, bajo los chopos,
donde las barcas atadas
vigilan las estrellas que quieren ahogarse.

La ciudad no sabe nada de estas cosas,
y en tu cuerpo aún ha quedado
una luz tenue que alumbra el depósito:
la muerte, que ha untado tus mejillas
de una cosa demasiado seria.

Pero en tus ojos aún existen
diminutos jardines extendidos
por los que jamás anduvieron tus pies,
tu pequeñita sombra.

Estás conmigo,
con las manos cerradas, apretadas,
sin querer soltar ese trocito de silencio
que te llevas de este mundo.

Luís Pimentel


LA POESÍA ES EL GRAN MILAGRO DEL MUNDO

Te enseñaré sin gritos.

El poeta es un maestro sin ira.
Te llevaré a mi reino,
donde te aguarda
la bandera de la esperanza.
No te mostraré aquélla
triste, abatida sobre el mástil,
solitaria bajo una lluvia cenicienta.

Estoy arrepentido de pensar
que el más zafio y bruto de los hombres
no pueda descalzarse
para entrar en nuestro reino.

(¡La poesía es el gran milagro del mundo!)

Yo haré que veas a través de tus manos toscas
la luz de tu sangre.
Puliremos tu frente de cuarzo
hasta hacerla casi luna.
No te haré levantar pesadas piedras
ni subir al monte más alto,
donde está clavada
la bandera de mi verso,
ni sostener con tus hombros las noches.
Todo esto lo ha hecho ya el poeta
por ti, para ti y para el mundo.
Te prometo que quedarás absorto,
mirando a las estrellas.
Llegará tu rudo sentido del tacto
a conocer las rosas invisibles en la noche.
Oirás el rumor de tu propia sangre
y el silencio que todos llevamos
cuando digas:
los senos de mi amada…
Quedarás deslumbrado por su luz,
bajo la sombra verde en el bosque.

(¡La poesía es el gran milagro del mundo!)

Haremos música de tu vocerío.
Aquí estamos con tu lenguaje vulgar.
Nombrarás cualquier cosa
–árbol, caballo, piedra…–
y los verás nacer con su vida más íntima,
con sus contornos más puros.

Mira esa hormiga,
ese trocito de polvo oscuro…
¿Qué delicados dedos de alfarero
pudieron modelar tan diminuto corazón,
que late ahora bajo los altos árboles?
¿No percibes que se ha movido el silencio?
Es esa ave nocturna
que ha cruzado el bosque:
dulces, sordas plumas,
abanico de la noche.

Sombra del aire en la hierba, 1959 (póstumo)
Traducción de Miguel González Garcés.

A POESÍA É O GRAN MILAGRE DO MUNDO

Insinareiche sin berros.

O poeta é un mestre sin ira.
Levareite ó meu reino,
onde te agarda
a bandeira da espranza.
Non che amostraréi aquéla
triste, abatida sobre o mastro,
solitaria baixo unha chuvia cincenta.

Estóu arrepentido de pensar
que o máis brosmo e brután dos homes
non poida descalzarse
pra entrar no noso reino.

(¡A poesía é o gran milagre do mundo!)

Eu faréi que olles a través das túas maos toscas
a luz da túa sangre.
Puliremos a túa frente de seixo
hasta case facela lúa.
Non che faréi erguer pesadas pedras,
nin subir o monte máis alto
onde cravada está
a bandeira do meu verso,
nin soster cos teus hombros as noites.
Todo esto xa o ten feito o poeta
por ti, pra ti e máis pra o mundo.
Eu asegúroche que quedarás enviso
fitando prás estrelas.
O xoto palpexar das túas maos
chegará a conocer as rosas invisibles na noite.
Sentirás o borboriño da propia sangre
i o silencio que todos levamos
cando digas:
os seos da miña amada…
Quedarás deslumbrado pola súa luz,
baixo da sombra verde no bosque.

(¡A poesía é o gran milagre do mundo!)

Faremos música do teu vocerío.
Eiquí estamos coa túa lingoaxe vulgar.
Nomearás calquera cousa
–árbol, cabalo, pedra…–
e veralos nacer coa súa vida máis íntima,
cos seus contornos máis puros.

Olla esa formiga,
ise argueiro mouro…
¿Qué delicados dedos de alfareiro
puideron modelar tan pequechiño corazón,
que latexa agora baixo dos altos árboles?
¿Non te decatas de que se movéu o silencio?
É esa noitarega
que nesgóu o bosque:
doces, xordas plumas,
abanador da noite.

Luis Benigno Vázquez Fernández-Pimentel, más conocido como Luis Pimentel


Los niños

Escondido su terror
entre los pliegues del manto
de las madres,
asusta sentir su corazón veloz
dentro de un pecho tan mísero.
¿Cómo se sostiene o defiende
tanta fragilidad?
(¡Una hoja en el viento!)

¿Recordáis, como rosas que llegan de la sombra,
esas filas de miradas de los expósitos
en domingo?

(Y no hablemos de la infancia de los príncipes).

¡Oh, las navajas siempre abiertas
para herirlos,
dentro del terror de sus sueños!
Y en los oscuros rincones
sus silenciosas lágrimas.

El niño no conoce la muerte;
pero a veces nos llega un grito
de un mundo desconocido para el hombre.

¿Y esa pregunta honda
que se para un instante en sus ojos?
¿Y esa luz penosa, dulce,
sobre una frente blanda y tierna,
de dónde viene?

Pero existen niños solitarios,
extraños niños
que conocen la muerte.

Luis Pimentel


Oración a nuestros pies

¡Qué esfuerzo, Señor, para no ser cuarzo!
Olvidadas rosas de marfil que la noche pule.
¿No temblasteis de miedo al contemplarlos desnudos?
Allí la sangre es ya resplandor,
es donde la luz tiene su ultimo refugio.
Pies de Cristo en la cerrada urna del amanecer;
una lluvia de lirios lívidos sobre ellos cae.
La playa desierta guarda sus huellas,
y soportáis ese pesado fuego de la frente,
velando una modestia en la sombra.

Luís Pimentel


¿Tú qué sabes…?

¿Tú qué sabes de las miles de horas,
de los siglos que hicieron falta
para que tus senos soporten ahora la luz
en un equilibrio perfecto,
para que iluminen esta milagrosa estancia?

¿Y ese gran esfuerzo de infinitos instantes
para pulir el marfil de tus muslos
y para que tu frente
pueda ser coronada por las rosas?

Miles de días y de noches
para que la dureza de tus pies
se transforme casi en suaves alas.

Para que tu voz no pese en el aire,
cuántas herramientas se habrán gastado.
Cuántos silencios
para que ahora puedan tus manos
cortar una rosa en la noche.
Cuánto tiempo mirando al cielo, a la tierra,
cuántas miradas perdidas
para que ahora
puedas llorar dulcemente.

Luís Pimentel









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