"El padre Crespi vino a Ecuador en 1922 comisionado por el Vaticano –comienza Conza–, teóricamente para que cristianizara a los nativos del Oriente ecuatoriano, los entonces salvajes jíbaros. Algo que resulta difícil de creer teniendo en cuenta aquellos años, después de la primera guerra mundial y con un clima de incertidumbre en Europa, ¿a quién le podían preocupar los jíbaros del Ecuador, que por su carácter eran un pueblo desconocido en todo el mundo? La gente cuenta que lo mandaron a recoger las cosas y tesoros que había en la cueva de los Tayos, pero ¿cómo podía saber el Vaticano eso? Sabemos que el Vaticano tiene uno de los servicios de inteligencia más poderosos del planeta, pero tanto…
Ustedes vienen de allí, han visto cómo son los caminos. Imaginen, en los años veinte, lo que tenía que ser llegar al Oriente en mulas desde aquí. Cuenca era un poblado que vivía con la mayor parte de sus habitantes en la miseria, peor que los indígenas cañaris. La civilización nos creó necesidades que aquí no se podían cubrir. Y de repente aparece un sacerdote salesiano, extraño… (ya han visto sus fotos, con una sotana negra que nunca lavaba, barba y pelo de pordiosero), un tipo raro pero que era un genio en hidrológica, músico, y el primero que trajo el cinematógrafo al Ecuador. »Sus filmaciones fueron famosas –continuó Conza, que estaba desatado–; hizo el primer documental sobre el pueblo jíbaro, pero a alguien no le interesó que saliese a la luz y se incendió la habitación donde se guardaba. Lo mismo pasó con las piezas que le daban los nativos en la selva de los Tayos, miles de piezas, que también a mí me extraña que se las dieran…, podían darle una, pero conocemos a los shuar, no dan nada por nada y debieron de creer que Crespi era un enviado, pues en aquel tiempo ningún blanco había llegado a su territorio desde la conquista española. »Crespi era muy loco hablando –le disculpa Conza–, decía que esas piezas eran de oro y bronce, pero la verdad es que eran de latón y no tenían valor, según decían los expertos. »Pero lo extraño es que sin saber de dónde salía el dinero, repentinamente Crespi comenzó a construir una iglesia, un colegio para los huérfanos de la ciudad, comedores para los más desfavorecidos, montó el primer cine en Cuenca, donde ponía películas del Gordo y el Flaco o de Charlot, las primeras películas que se veían en Ecuador. Una riqueza que nadie podía explicar.» Su disertación continúa. «Para los habitantes de Cuenca, Crespi era un santo. Cuando confesaba, las colas de gente eran de kilómetros y el sacerdote podía estar quince horas seguidas confesando, no dejaba a nadie sin consuelo. Él no se levantaba del confesionario hasta que se iba el último de sus feligreses. La gente creía que era un santo que realizó montones de milagros y curaciones entre los desahuciados. Hay datos, fechas, testimonios y pruebas de sus trabajos.
Incluso, Crespi construyó un museo con las piezas que no envió al Vaticano, piezas que hablaban de otras culturas, o como decía el sacerdote, que eran la verdadera historia de la humanidad. Un museo que no duró mucho, al poco tiempo ardió igual que la habitación donde guardaba la película original de los guerreros shuar. El fuego parece que es lo único que purifica todo y hace desaparecer los males de la tierra."

Raúl Conza
Tomada del libro Civilizaciones bajo tierra de Juan José Revenga, página 264-265-267




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