"Hay en España una noble y famosa ciudad llamada Estela, y no exageramos si, considerando su emplazamiento y la fertilidad de las tierras adyacentes y la densidad de su población, aseguramos estar por encima de todos los demás lugares del contorno. Allí vivía un burgués llamado Pedro Engelberto, quien, famoso por su agitada existencia y lleno de bienes de fortuna, pasó casi toda su vida, incluso la vejez, en la sociedad mundana. Al final, tocado por el que inspira cuando se le escucha, renunció al siglo y tomó la cogulla en un monasterio cluniacense que hay no lejos de allá, Nájera. Allí estuve yo dos años después de la conversión de ese hombre, y me dijeron que había contado una visión memorable que sólo por su relato ha llegado hasta nosotros.
Fue en los días en que Alfonso, el rey de Aragón, se levantó en armas contra sus enemigos en el reino de Castilla. Entonces decretó que todos los caballeros de su reino contribuyeran a su hueste con un jinete o un infante. Obedeciendo esta orden yo mismo mandé a la batalla a Sancho, uno de mis servidores obligados. Después de una ausencia no larga, volvió a casa con el resto de los que habían tomado parte en la expedición, y al poco tiempo le acometió una debilidad corporal que tras un breve agravamiento acabó con él.
Pasados cuatro años, yo estaba en mi cama en Estella, junto al fuego, pues era invierno, apareciendo cuando todavía tenía los ojos bien abiertos Sancho. Él se sentó junto al fuego, y removiendo los carbones una y otra vez, como si quisiera que dieran más calor y más luz, se me mostró con una evidencia que no admitía ninguna duda. No llevaba traje, ni otro indumento que unos miserables andrajos para evitar su desnudez. Yo le pregunté: «¿Quién eres tú?», y él me contestó con mucha humildad: «Yo soy Sancho, tu criado». «¿Qué haces aquí?», le dije, y él me contestó: «Sigo mi camino a Castilla y llevo conmigo una hueste numerosa, pues debemos hacer la penitencia justa por nuestros estragos en el mismo lugar en que los cometimos». «Y ¿por qué has vuelto acá?» «Porque», dijo, «tengo alguna esperanza de perdón, y tú, si tienes piedad de mí, puedes adelantarme la hora del descanso». «¿Cómo?» «Yo te lo diré. En esa expedición de que tú sabes, azuzado por la licencia que la guerra lleva consigo, entré con unos compañeros en una iglesia, donde robamos todo lo que encontramos, llevándonos incluso los ornamentos sagrados, por cuyo pecado yo estoy atormentado con espantosos sufrimientos, por lo cual te ruego que como amo mío hagas cuanto puedas para proporcionarme los beneficios espirituales que necesito. Ante todo te pido que digas a tu esposa, mi señora, de mi parte que sin demora pague los ocho sueldos que me quedó a deber por mi servicio, de manera que ese dinero que en mi vida se habría gastado en mis necesidades corporales, ahora se dé a los pobres, de manera que así me sirva a mí, lo cual me es a cual más urgente.»
Entonces se oyó otra voz fuerte y con un sonido muy áspero, pareciendo venir del lado de la ventana, hablando en estos términos: «A este hombre no le puedes preguntar muchas cosas, pues es poco el tiempo que lleva entre nosotros, pero yo que llevo ya cinco años en esta vida conozco las que además me han contado otros espíritus». Yo estaba sorprendido de oír esa segunda voz, y deseando ver al que hablaba, volví la vista a la ventana. Entonces, a la luz de la luna, que ya estaba alumbrando toda la casa, vi a otro hombre sentado en la parte baja y vestido como el primero. «¿Y quién eres tú?», le pregunté. Contestando él al momento: «Yo soy compañero de este otro que ves, y con los suyos y otra hueste voy también a Castilla. Y yo sabía dónde estaba el rey Alfonso de Castilla, pero dónde está ahora no lo sé. Pues él estaba padeciendo sufrimientos amargos entre las ánimas en pena, pero entonces le tomaron a su cargo los monjes de Cluny, y yo no he vuelto a saber de su paradero."

Pedro el Venerable (Maurice de Montboissier)
De miraculis I,28


"¿Vosotros pretendéis ser los que verdaderamente observan la Regla? ¿Cómo podéis presumir de respetarla vosotros (los del Císter) que no os ocupáis de cumplir el breve capítulo que dice claramente y en pocas palabras que el monje no debe solamente declarar con la boca que es más bajo y vil de todos sino sentirlo en el corazón?» Es decir, Pedro responde a las acusaciones pidiendo humildad…
¿Es ésta observancia la que oponéis a nuestra supuesta relajación? Solamente existe una observancia de la Regla y es el Amor.
Hemos hecho voto de observar la Regla, lo cual quiere decir que del voto no hemos excluido la caridad.
Si excluimos la caridad, no podemos decir que hemos hecho el voto de observancia."

Pedro el Venerable









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