I

Poesía: a veces te cierro las puertas y no te dejo hablar. Sólo, a solas y por largos momentos observo en silencio el polvo de oro que vierte el sol sobre los muros de la tarde. Ese polvo de oro que pronto se convierte en densa sombra. En noche tierna y poblada de anónimas prisas callejeras mezcladas con el gemido de algún pájaro invisible.

Te cierro las puertas de mi garganta y mis dientes en silencio te mastican triturantes hasta agotar el último sorbo de saliva. Mientras espero (aferrado a una gota de alcohol multiplicada a la penúltima potencia) a que te escapes y me abras los labios con tus ojos.

II

Cállate los ojos y escucha cómo la tierra gira y grita sin pregonar ni preguntarte   por  esperanza  rincón  o bruma

Cállate los dientes y no tirites ni parpadees ni jerímas que ya de ti la terramunda nada saber busca ni quiere pero en ningún momento deja de gritar y girar

Gira y grita no triga gira y nada ella te pide para dejar que la lluvia caiga sobre el turbio mar y la noche fría y oscura y sin respingos y sin más duelos que tus atrófidos y desnúdicos recuerdos vágosos

Cállate el corazón y ya no esperes ni ver ni sentir cómo se hunden y revuelven los cadáveres en la movediza arena de tus sueños al revés tus sueños ya sin ojos ya sin manos ya sin pies

Sólo tú alma sola sólo tú en una infinita y dadivosa deriva nocturna

III

Ahora que las cosas iban por el buen camino de la brisa y la risa abrazadas entre la ocre arena y las argentas olas y al compás de una canción apenas musitada.

Ahora que el horizonte nos alzaba su mano casi tangible pero siempre más y más distante pero siempre amistosamente cómplice. Abriéndonos aun más cielo y mar para invitarnos a perdernos en sus laberintos etéreos  para dejar marca de la huella de nuestro deseo en sus paredes eternamente  inalcanzables.

Ahora es otra vez nunca más el amor contigo.

IV

Ahí está el poema: en el corno que es audible pero invisible. En los pájaros que celebran el crepúsculo y que a trino suelto delimitan su territorio sin estropear el vuelo de los otros. En el lúgubre lamento de los perros avizores de la muerte. En las grietas de la tierra que se ahondan bajo mi andar y en las respuestas e interrogantes que oculta el azul espacio  de infinitos y vacíos. En las petrificadas muecas de los rostros de cáscara de coco y en las alas rotas de los ángeles de madera, ahí, está el poema. 

Ahí está el poema: en los poros de la roca volcánica; en el silencio de las voces pero no del trueno. Ahí está, en espera del anzuelo, de la red, en espera del vuelo.

V

Deberíamos prestar atención a la manera en que el viento revuelve las hojas muertas.

Abril es el mes más cruel del año. Esto es algo que la gente sabe desde mucho antes que Elliot. De hecho, Abril hace ya rato que pasó. También Junio.

Además esas no son hojas muertas sino cadáveres de las guerras revisitados una y otra vez  por las noticias.

Deberíamos prestar atención no sólo a la manera en que las noticias revuelcan los hechos dejando huecos ranuras líneas quebradas entre la Realidad el Espectáculo y el Horror.  Ya es hora de saber lo que las amargas lágrimas de una viuda de guerra significan para sus traumatizados hijos.

Estamos ya inundados por la indiferencia, y de brazos cruzados tomamos la guerra como nuestro destino final?

VI

Los días pasan y yo creo que son todos míos, todos míos. Sin respeto los dejo pasar, como si –gratuitamente—volvieran a repetirse. A menudo ni siquiera les pregunto ni su nombre ni su fecha ni su luz ni su sombra. Así –a menudo– repleto de indiferencia los dejo, en silencio –pobres días míos-  acumularse como libros que nunca habrán de habitarse.

Luego –con trémulo temor pulsante—los cuento y es entonces que veo el abrupto fondo negro fondo impostergable. Y es entonces cuando escucho a lo cerca y a lo lejos –voces como avenidas que me cantan -una vez más- la balada ineluctable.  

Mario Licón Cabrera



Lectura pública

Esta noche no leeré
ninguno de mis poemas.
Esta noche quiero solamente dar gracias,
gracias a la poesía y a una banda de poetas.

A la poesía misma porque me ha dado
otra voz,
otra voz con la que puedo hablar
con los árboles y las piedras y los pájaros.

Quiero dar gracias al poeta azteca
Ayocuan Cuetzpatzin
por su vasto conocimiento del corazón humano.
A san Juan de la Cruz
por enseñarme cómo hacer el amor
con mi alma.

Y gracias a Dante Alighieri y Arthur Rimbaud por
darme tan buenas instrucciones para entrar y salir
de los infiernos.

A la poesía otra vez por darme unas manos
con las que puedo saludar al viento y tocar
el rostro de mis queridos muertos.
A Walt Whitman y Federico García Lorca
por la profunda resonancia de sus cantos y por
lo tanto que el segundo amó al primero.

A Vicente Huidobro y Nicanor Parra por
haberle quitado el vestido tan solemne
con el que Pablo Neruda vistió a la poesía,
y porque el primero me enseñó a caer
de abajo hacia arriba.

Gracias a Jorge Luis Borges porque
en su noble ceguera confundió
el paraíso con una biblioteca.
Y gracias a César Vallejo por toda su tristeza
y todas sus soledades
y toda su bravura de poeta.

Mario Licón Cabrera





No hay comentarios: