Los cuatro elementos

A ti reintegraré mi cuerpo, tierra.
Agua, a tu ciclo volverá la parte
de mí que es agua. A ti devolveré,
aire, cuanto de mí al aire pertenece.

Como un niño que acaba de construir
un castillo en la arena y lo abandona
(aire, agua, tierra) al viento y la marea.

Y si vida y espíritu no son
sino particulares formas
de la conflagración de cuanto existe,
a ella devolveré la llama que arde en mí,
y así la deuda quedará saldada.

José Manuel Benítez Ariza


Poética

Es posible que estemos confundidos;
que acaso por haberles
hecho excesivo caso a los dictados
de una noche confidencial,
o a los razonamientos
precisos del insomnio, muchas cosas
que parecían claras
permanezcan oscuras. Y que hayamos
olvidado otro modo de pensar
anterior, más abstracto, parecido
a ese juego de niños que consiste
en encajar figuras en un hueco
con forma de manzana, de triángulo,
de estrella (más bien pienso
en un niño obstinado, que se empeña
en poner el triángulo en el hueco
de la estrella)… O, tal vez,
en el fondo se trate de otro juego
más simple, consistente en juntar cosas
desiguales, que evocan otras cosas:
un caracol, un ábaco, un sombrero
que son el tiempo, el miedo, la cercana
presencia de la muerte (de la muerte,
que es un niño que encaja una figura
de pájaro en el hueco de una luna);
para acabar sacando del sombrero
–y aquí es inevitable hacer de mago,
son gajes del oficio–
un paraguas que se abre y del que salen
palomas silenciosas que nos dejan
un nudo en la garganta. Y uno, en ese
momento, balbucea como un niño
(otra vez ese niño de antes, ya
cansado y aburrido)
y se escucha a sí mismo y se consuela
buscando en el dibujo de la alfombra
la pieza que le falta, la silueta
cambiante de la nube
que se le escurre siempre entre los dedos.

José Manuel Benítez Ariza



Viaje de estudios

(Habla C.)

El aire es de cristal y la ciudad
está guardada dentro de una urna.
Inútilmente alargo la mano hasta tocar
su superficie satinada.

Y esa luz en los techos de los coches:
élitros bajo el sol filtrado entre los árboles.

Ahora todo está desenfocado.

Mis recuerdos operan, no sobre la experiencia directa de las cosas,
sino sobre recuerdos anteriores,

y las imágenes que guardo
de la ciudad no son de la ciudad,
sino meros reflejos de reflejos,

la foto que se superpone
a la imagen real de lo vivido,

la rosa que es la rosa que es la rosa.

Y he perdido las fotos como perdí mi infancia.

Y ya no soy quien era entonces.

Y si me acuerdo ahora de París

(aquellos élitros que destellaban
bajo las ancas poderosas
de la Torre –Bergère ô tour Eiffel–)

es porque ya mi infancia se me ha borrado igual;
es porque ya cumplí los dieciséis;
es por la lejanía de mis padres
y sus abrumadoras convicciones
y su asfixiante intimidad
y sus cenas con vino
y sus extenuantes confidencias,
y su decirme cómo era,
cómo tiene que ser, París,

donde nunca han estado.

José Manuel Benítez Ariza









No hay comentarios: