Abraham Sutzkever

Bajo tus estrellas blancas

Bajo tus estrellas blancas
Acerca tu blanca mano.
Mis palabras son lágrimas
Que en ella quieren descansar.

Mira, oscurece su brillo
Sótano de mi mirar
Y no tengo ni un rincón
Para dártelas a ti.

Todavía quiero, Señor, fiel
A ti confiar lo mío,
Ya que en mi se gesta un fuego
Y en fuego arden mis días.

Pero en sótanos y en hoyos
Llora asesina calma
Corro alto, sobre tejados
Y busco: ¿dónde estás, tú?

La extrañeza me persigue
Por escaleras y patios,
Cuelgo una cuerda averiada
Y así te canto a ti:

Bajo tus estrellas blancas
Acerca tu blanca mano.
Mis palabras son lágrimas
Que en ella quieren descansar.

Abraham Sutzkever


Ejecución

Cavo una fosa como se debe y ordenan
y busco consuelo en la tierra entretanto.
Un golpe de azada y aparece debajo
Debatiéndose, patético, un pequeño gusano.
Mi azada lo corta y sobreviene un milagro:
El gusano partido se hace dos, se hace cuatro.
Otro corte de nuevo y ya son cinco gusanos;
¿Y todos estos seres creados por mi mano?
Vuelve el sol y entonces mi animo sombrío
Y la esperanza fortalece mi brazo:
Si un gusanito no se rinde a la azada,
¿Es que eres, acaso, menos que un gusano?

Abraham Sutzkever


"Ellos no podrán desarraigar mi lengua. Despertaré a todas las generaciones con mi rugido."

Abraham Sutzkever


Improvisación

No acumules avariento tus horas;
Que el tiempo no se haga más el payaso
Tiéndelas por sobre todos los abismos
Y atrapa en una red al ocaso.

Que se echen a nadar los mares
Y salten precipicio abajo
Con tal de burlar a la muerte
No te arrodilles en su teatro

Arráncales la máscara
Y échale tus horas rápidamente encima
Los ancianos mueren en plena juventud
Y los abuelos son sólo niños disfrazados

Abraham Sutzkever


La primera noche en el gueto

“la primera noche en el gueto es la primera noche en el sepulcro,
después uno se acostumbra”, así es como consuela mi vecino
a los verdes cuerpos entumecidos tendidos en el suelo.
¿Podrán naufragar barcos en tierra?
Yo siento que bajo mis pies naufragan barcos y sólo el velamen
se arrastra por encima, deshilachado y pisoteado,
sobre los verdes cuerpos entumecidos, tendidos por el suelo.

Llega hasta el cuello…
Sobre mi cabeza pende una larga canaleta
cosida con hilos estivales a una ruina. nadie
habita sus cuartos. solo aullantes ladrillos
arrancados, con trozos de carne, de sus muros.
En otros tiempos, una lluvia solía desgranar su música en la canaleta,
leve, blanda, bendiciendo. Madres solían colocar baldes debajo
a recoger la dulce leche de las nubes
para lavar el pelo de sus hijas y que las trenzas felizmente brillen.
Ahora las madres ya no están; las hijas tampoco, ni la lluvia,
sólo ladrillos en una ruina; ladrillos aullantes
arrancados con trozos de carne de los muros.

Es noche. Un negro veneno gotea. Soy un rescoldo
traicionado por la última chispa y abismalmente apagado.
Solo la ruina es mi hermana. Y el viento húmedo
que sin aliento cayo sobre mi boca, con suave piedad
va con mi alma, que se separa del trapo de la osamenta
como se separa la mariposa del gusano. Y la canaleta
cuelga todavía sobre mi cabeza en el espacio
y fluye por ella el negro veneno, gota a gota.

Y de pronto, cada gota se vuelve un ojo. Estoy completamente
empapado de ojos luminosos. Una red de luz recogiendo luz.
Y encima de mí, la canaleta cosida ala ruina con hilos de araña,
un telescopio. Penetro a nado por su tubo y las miradas
se unen luminosas. Allí están, como ayer,
las familiares estrellas vivientes de mi ciudad.
Y entre ellas, también aquella estrella tras—sabática
a la que labios de madre elevaban una bendición: feliz semana.

Y comienzo a sentirme mejor.
No existen quien pueda enturbiarlo, destruirlo,
y yo debo vivir, porque vive la buena estrella de mi madre.

Abraham Sutzkever



Llegaste desnudo

Llegaste desnudo
todo en fuego.

Tus ropas,
—cosidas por dedos maternales
como si las agujas interpretaran piano
sobre seda y terciopelo—
tus ropas, cayeron quemadas en la sombra.

Las agujas, las agujas,
a ellas lograste resguardarlas
Llegaste desnudo.
tu soledad comprende
la entereza de tantos.
En una pupila un lobo;
en la otra tu madre.
Y ya habrá de resultaste imposible
separarlos.

¿Quién puede vestir
tu tremendo vacío?
Incluso si Isaías te encontrara
profetizaría
con parpado plomizo
y labio avergonzado.
No exijas consuelo, entonces,
de tu propio hermano. 

Entre vosotros dos se extiende
una rebelión de Varsovia
como un eterno Sambatión de llamas
que apedrea
con el destino judío
incluso en sábado.

¿Cómo pueden los de aquí creerte
que en Varsovia
defendías Jerusalém?
¿Qué en la republica de los muertos
dabas forma
a la intima, joven república viviente?

Pero el volcánico latido del país ha de creerte;
aquel latido que percibieras
cuando tu corazón detuvo su latir por un momento.
Y cuando le acerques tu oído
como un velero se acerca al secreto de las olas,
ha de alzarse una voz
como la exegesis de un versículo:
—Eres mío;
bendito seas en tu venida.
Mi jardín es tu jardín,
mis ovejas son tuyas;
con la misma ferocidad con que disparabas tu fusil,
planta aquí tu viñedo.

Abraham Sutzkever


Mi salvadora

Dime que te une a mi, luminosa abuela,
para esconder a un extraño en tu casa
y traerme, tan familiar y dulcemente, leche,
una piel de oveja para calentar mis pies,
pan tibio, sueño humano, y una sonrisa
como el canto de las arrugas de tu piel.

El viento tejía tiendas de nieve
y yo erraba como el viento entre ellas;
a mis espaldas me perseguía un mundo,
un mundo alzado contra el mundo,
mientras a solas por campos nevados
me calentaba con fulgores lobunos la osamenta.

Otrora hubieron madre y cuna;
hoy el hogar se hunde bajo nubes de guerra.
Me conjuré: Que sea lo que Dios quiera,
intentaré entrar a la séptima choza
en busca de una palabra consoladora.
Golpeo y comienza a rechinar la puerta.

Me recibiste con el halo de una vela
como si mi visita no fuera inesperada.
En un destello instantáneo se descubrió para ti
mi rostro y con el voluntad;
no te asustaron mi barba congelada
ni mi puñal al cinto, aguzado para matar.

Me excavaste bajo el umbral una cueva;
trajiste una lámpara de aceite y cobijas
con blandura de cabellos maternales;
aire e infancia que no tienen hora ni lugar,
y una hoja de papel como un brote de guinda
para que mi canto pudiese brotar.

Y cuando comencé a escupir sangre en el refugio
me cargaste en brazos hasta tu casa
me acostaste en tu cama, y de noche
llamaste un medico para que me curara;
y entre el ardor desmesurado de la fiebre
te vi de rodillas, con un crucifijo, al lado de la cama.

Después, tu compasión se me hizo una cadena;
la nieve no cubría las sombras del gueto.
En sueños me martirizaban pequeñas criaturas:
“—Trocaste nuestras lagrimas por pan y descanso.”
Y en una noche de frío y luna,
camino del gueto me eche de nuevo al campo.

Pero tú me perdonaste la huida
y me traías pan incluso lejos de tu casa.
¡Hasta que un día legaste trayendo
lo que por tanto tiempo había esperado,
el sagrado alimento que cura y sacia:
entre la miga del pan, una granada!

Y cuando la granada apunto al enemigo
resplandeció ante mí tu bondad silenciosa.
Veía como me cargabas desde la cueva en brazos
por escaleras y puertas hacia un sol que quema…
¡y de pronto tu mano se tiende sobre la mía,
y la granada se arranca de nuestras manos y vuela!

Abraham Sutzkever



Mientras escribía con ojos cerrados…

Mientras escribía con ojos cerrados un poema,
sentí de pronto arder fuego sobre mi mano;
y cuando desperté, brotaba como una flor,
de las negras llamas del papel,
el hálito de un nombre: DIOS.
Pero, maravillada y temerosa,
mi pluma borró ese nombre
y escribió en su lugar
uno más familiar: HOMBRE.

Desde entonces, como un pájaro invisible,
me persigue siempre una voz
que picotea en las raíces de mi alma:
“¿Por quién me has cambiado?”

Abraham Sutzkever



“Si llevas tu infancia contigo, nunca te harás viejo.”

Abraham Sutzkever


Y será el final de los días...

Y será al final de los días;
sucederá entonces: El hijo del hombre
no llevará más hasta su boca hambrienta
pan, ni carne vacuna,
ni higo, ni miel;
probará apenas una palabra o dos
y quedará saciado.

Abraham Sutzkever













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