Agrio el grito del pájaro, graznido

Agrio el grito del pájaro, graznido
matinal que arrancaba
la piel del sueño, la mañana insólita
brotada de mis párpados
a la vigilia permanente, estéril.

Nos rodeaban las voces, las extrañas
lenguas, fonemas puros
–piedra angular del diálogo de castas–
que convertíamos en fuentes ávidas
de sol y sal, de sueño.
Vivíamos unidos a la sombra,
el agua, descubriendo en el granito
el corroído amor de las estatuas.
El mineral de la ciudad llegaba
a deslumbrarnos –desnudez de ciegos
en el candente asfalto –nos ahogaba
la huella de sus signos.
En el páramo
descubrimos los dados que rodaban,
vertiginosos naipes –amor lejano–
en el hastío de la tarde.

Raúl Deustua


Arquitectura del poema

Mais sa douceur aussi est mortelle.

La exacerbación de los sentidos: una música infinita. Vivir en el rumor inaudible de la noche como una serpiente de mar que muerde las estrellas.

Destruir a Dios y devolverlo a su raíz primera, al árbol sin frutos, pleno de amor y desolación. Si se pudiese defender la muerte como se defiende un paisaje húmedo y fértil, una sombra que vibra entre los dedos y nos hace un daño múltiple. ¡Estoy de pie en esta selva de cielos y metales! Todo árbol es la sombra de un lejano pastor, un inmenso oleaje que rompe los días, nuestro tránsito de sueño a sueño, a cada instante.

Soy, Dios, primer Dios, tu dedo vacilante sobre el seno de un niño que juega con el polvo de tu nombre. ¡Cuántas leyes has devuelto al polvo!

Trato de llegar como un eco, sin rodear la larga playa sembrada de caracoles y medusas, de heladas corrientes bajo las constelaciones del Sur y los desiertos. La playa se elevaba contra el tiempo y éramos una infinita brisa de ojos mutilados y veraces, un súbito asombro en las mañanas de helechos y senderos. Hay ahora una pequeña humillación del tiempo. Estoy en el fondo de una caverna que se abre al sueño y a los dedos íntimos, severos, de la risa.

Devolver a Dios a los caminos, enseñarle las casas destruidas en la sombra de los cactus, ponerle en la frente su nombre de justicia y darle el pan de cada hombre como su gesto más rotundo.

Dios lo verá desde su altura pequeñísima. Verá a ese hombre de rostro desvelado, su hambre de puntillas y el sabor acre de las hierbas. Y estaremos descubriendo una voz que disemina el viento del verano, un eco polvoroso de la sombra calcinada de Dios, con su levante de palomas amargas y terribles. En el desierto se oirá la voz, el perro que guarda el horizonte y lo lleva entre las fábricas de pesadas arquerías.

Miro atrás y veo un mar sombrío, un llano que devora la infancia de los sauces, de los robles. He de guardar silencio y mirar al templo que se derrumba en las playas, en la arena metálica de Dios y su sentido.

¡La atroz lucidez de tu nombre, tu exactitud apuntando a mi recelo de fiera tambaleante! ¡Ah, la embriaguez, la taciturna embriaguez de la noche, de mis noches!

Me detengo a decir, una vez más que sólo resta determinar mi principio y mi fin, y mi sombra entre los muros. Me pongo de cara al resto de la noche y sobre su hombro veo surgir la luz como una lanza que penetra hasta el silencio.

El sabor del estío y las piedras que llamaba en mi socorro… Nos queda hoy el movimiento de las dunas, la faz del poema en el desierto, y respiramos el amargo liquen que alimenta una serena reserva de crustáceos.

(Estoy de pie en plena lucidez, como un fantasma de vértigo, de altura prodigiosa que abate los troncos más recios, la muralla relumbrante del sol y de la luna y sus vedados templos de arena junto al mar.)

Escuchaba las olas en esas tardes sin límite. Veía, sí, veía mi sombra agigantarse y hacerse el mar mismo como una cáscara de luz. Era mi infancia y el mar que lavaba mi pereza de siglos, mi descarnada voluntad, y veía desfilar un ave y otra que cejaban en su empeño frente al sol.

Estar junto al mar como una piedra azogada, vertical, rota y tambaleante, lleno de la plenitud del misterio, pero listo a la huida como un monje más o una trunca columna de cenizas y restos de papeles violáceos y turbios.

Esta es la verdadera razón que guía a las aves matinales, el instinto roído por la lluvia, por la reseca arena que desprende el cielo. Quisiera devolver mis años a su pureza integral, cederlos al tiempo mismo del recuerdo. La desolación tardía no me salva, ni la congoja me arrebata más allá de toda muerte.

Y repito al tiempo, al resplandor de las hogueras, a los duros jinetes que incendian las cosechas, les repito tu llamado, tu reconocimiento del trigo y las arenas. Y me pregunto: ¿adónde me llevas que no pueda contemplar esta dulce gangrena de las rocas y los pólipos, estas resacas y mareas que inventas, como yo, cuando el alba se transforma en viento y sol y rostros y más rostros, en sombrías latitudes que despojan tu nombre y lo devuelven a los astros?

(Subsiste una ciudad aferrada a duras rocas, y el mar la golpea con sus láminas de cobre, con sus antiguos guerreros devoradores de islas y sirenas.)

¡Arquitectura del poema! Lenguas sonoras y cargadas de blancos metales que devora un año desprovisto de nieves y de lluvias. ¡Embriaguez de la noche, su luz sobre mi mesa, embriaguez de este canto que viene rodando desde el tiempo!

¡Arquitectura del único poema… de la voz que permanece y no se entrega!

Hay trozos de columnas lavadas por la lluvia, como una esfera recortada, como una moneda pesada y antiquísima, como la tierra nueva restableciendo el orden de las cosas, la perenne geometría de las formas y del mar. ¡Vuelvo al mar siempre en un impulso de cerrados horizontes!

Nada existe ya. Un desierto sin arenas y sin rocas, un páramo detenido en un silencio espeso y árido, un espejo de imágenes vacías, devoradas por una ausencia dolorosa y rota a trechos por tu nombre oculto, virgen, tu nombre que se posa y nos destruye en un amor inmenso de mares y aldeas. ¡Estoy solo en esta piedra de tu iglesia! ¡Resta un helado viento sobre el mar!

Raúl Deustua


En la máscara atónita del sueño
a veces resta algún fragmento, alguna
señal del tiempo, particularmente
el no vivido, el que se pierde en aras
de la llamada transparencia o sombra:
da lo mismo si el sueño es de vigilia
o si su rostro es la nocturna, hermética
aventura en que se hunde siempre el hombre.

Raúl Deustua



"La poesía no ha muerto ni puede morir [...] Vive pero un poco escondida, un poco entregada a la búsqueda de siempre."

Raúl Deustua


No tengo nada que encontrar en la realidad,
un paisaje agotado por los viajeros
que me han precedido en el ejercicio de estas contemplaciones. 

Raúl Deustua



Plaza lunar

Rotundidad de noches, piedras que alzan
su latido lunar. Ásperamente
ha vibrado el silencio entre los muros
altísimos de nieve.
Un caminante
ha circundado la fuente. Agua negra
en la cual todo espejo se deshace.
El oscilante rostro ha navegado
como un pesado pez de sangre ajena.

Raúl Deustua
Surrealistas & otros peruanos insulares




Si inalterable el sueño no volviera
a mí como una mano...

Raúl Deustua



¿Y el Perú? Su limpia arena de metales
que corro a duras puñadas contra el viento,
que entrego a escondidos olores vegetales,
a familiares noches que alimento? 

Perú de blandas piedras y altas sierras,
de hombres que uno a uno suman cero
y abandonan la flecha con que yerras
el tiempo, la sombra, el pordiosero.

Raúl Deustua









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