Dora Andara

Casa de Diciembre (I)

Te esperaba,
estación de intrépida niñez,
(tuyo es el tesoro de estar).

Traerías para mí un columpio
sujeto a tu amable frío.
Mi vida mecería una vez más
en los hilos generosos de tus lluvias.

Te esperaba.
Dichosa, caminaría en ti
la rica neblina de mi barrio.

Adoraría tu luna de nuevo
como a un cierto
e imposible amor.

Te esperaba.
Sólo llegaron días.

Te aguardo
como quien vela un relámpago.

 Dora Andara


Casa de Diciembre (II)

… donde ser feliz consiste
solamente en ser feliz.
Fernando Pessoa
Mira cómo tejen los aires estos días
y en su intrépida inocencia sobrepasa el viento las horas.

Observa cómo de verde se tiñe
la lluvia entre las ramas (manos de ávidos pintores).

Detente,
recoge los pedazos de luna dormidos en los pozos.

Bebe del sol que ha llegado ahora en su abrigo de niebla. Guarécete
en estas mañanas de oro.

Toca las manos temblorosas de este frío amoroso. Procúrate una habitación
en la pequeña nuez que acarició la ardilla.

Ten presente
hasta el último de tus poros.

Quédate,
infinita y cierta,
en esta, nuestra Casa de Diciembre.

Dora Andara


La chácara

A mi madre

Por toda lengua te concedieron
un silencio apedreado.

Carretenas y carretenas,
así nombraste los interminables y hoscos parajes
que con pies desnudos y una gallina en brazos
—del tamaño de tus cuatro años—
doliste por días incontables
entre la procesión de los huyentes hambrientos.

En los pocos soles que te duraron los tuyos,
bajo cielo y copas de árboles por todo techo,
enjugaste el llanto con la mano de la brisa,
el sudor entre el pelaje de una cabra,
el miedo a los bichos nocturnos con la luna fresca,
sobre todo, la sangre en la carne rota con la carne.

Cuando fuiste entregada a tus amos,
te aferraste a tu tapara de leche
y así viste desfilar por años las palabras y el rejo
contra el cuerpo,
lejos del oro de la tierra

Como el buey golpeado y recio,
sanaste bajo las jamugas.
Flor con pétalos de aire
te acogiste al precepto del silencio puro y redondo
y comprendiste lo necesario:
el dolor no tiene nombre
pero tampoco olvido

Por eso la lengua que me legaste, mamá,
está surcada por tu flecha
siempre punzante en la chácara
que resguarda mi corazón.

Dora Andara


Peregrino

“…a tierra que fluye leche y miel”
Éxodo

Cuando tú llegas
la mano de Moisés abre los mares,
entre humanos —vencedores por certezas vencidos—
a limpio tacto avanza el cuerpo peregrino.

Cuando tú llegas
—carnita entusiasmada—
tierra de leche y miel
la vida se desnuda.

Dora Andara



Un exilio entre otros exilios. Otro momento de lo humano, otros nombres, otro matiz que aún no alcanza el cuerpo de la letra, un cuerpo al que no ha llegado su propia voz. 

I
Un cuerpo sujeto a la praxis de otros. El del paciente que se deja, la ilia de José Solanes.

II
Él es mis piernas, vive en cada uno de mis pasos, casi como mis padres. Nunca supe cuándo dio el definitivo, cuándo atravesó el largo pasillo con el igualmente largo nombre de cromointerferencia de color aditivo. Hasta el mejor cirujano puede dejar un corazón sin suturas.

III
Allí está, recibiéndome con una fiesta en su sonrisa y esos ojos tan limpios.

“Ahora trata de subir lentamente la pierna. ¿Esto duele?”.

Con ella me daba el poco occidental lujo de hablar desde las articulaciones, desde los huesos. Mis mensajes jamás fueron texto borrado sin respuesta, raramente hablé con la contestadora.

Una ausencia de batas desechables, la camilla desnuda, un informe escrito a mano… clara escenografía de un espacio en mudanza, al que ya no se pertenece. Un presente que, sin querer advertirlo, me colocaba en el pasado. Un adiós fuera del abrazo y un mensaje de texto que no borro: “Me voy el viernes”.

Lo agradezco. Pero sí, eso duele.                        

IV
Veinte años de conversas sobre arte, filosofía, poesía. Veinte años de facturas, prescripciones, llamadas, récipes, informes.

Veinte años que ahora simplifica una voz malhumorada: “El doctor se fue… ya le busco su historia, llévesela”. Diez páginas, una despedida que no fue. Veinte años de cuerpo ofrendado. El cuerpo fuera de la historia, la historia del cuerpo.

V
No practicaba la medicina tradicional china, mas en sus manos mis piernas recuperaban su antigua dicha animal: Asia desplegaba sus milenios.

Yēd, yï, sām, sé, ng, lug… todavía me sorprendo contando en cantonés mientras cumplo con la tarea de rutina. No hizo de su partida una agenda secreta, intercambiamos nuevas sobre nuestras vidas en la distancia, le pregunto, me orienta, nos encontramos en la red. Eso hace bien pero mis rodillas acusan el golpe: en el desierto ningún ejercicio virtual podrá rehabilitarme de su partida.

 VI
Cuando el primero se fue, tocó recorrer calles, páginas, revisar agendas telefónicas, buscar sustituto. Acudí a la primera consulta con un derecho vestido de ruego: “Si se va, le agradezco me informe”. Sostuvimos una relación de segundas nupcias médicas. Un decenio en el que la vida parecía vida querida. Finalmente sobrevino la consternación: el adiós convertido en contestadora. El nuevo tratante abrirá otra historia.

VII
Mi acto de fe en quien quedó en su lugar se convirtió en el camino al cadalso. No sé hacer amigas de consulta; como no sea pagar a duras penas los honorarios, no tengo nada que ofrecer a cambio de un poco de cuidado. Pagué con cuerpo. Hoy busco con urgencia ampollas para la inflamación y una ética extraviada.

VIII
Son algunas de las penurias del otro exilio, el que deja el largo pasillo de la cromointerferencia aditiva, ahora convertida en sustractiva.

Dora Andara












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