Howard Mumma

"Aquello me sorprendió. Yo asumí que un hombre tan culto como él seguramente había leído la Biblia en su lengua materna, aunque sólo fuera por su valor literario. Tras un instante continuó con su argumento: —En su sermón, usted hablaba de Adán y Eva, el árbol, la serpiente y la espada encendida. Dijo que todos nosotros somos actores en un drama y que ese drama era el nacimiento de la conciencia. Howard, ¿podría usted, por favor, contarme cómo define conciencia? Originariamente, había escrito y preparado el sermón en Ohio y no me esperaba esa pregunta. ¿Qué propició ese debate? El material sobre Adán y Eva y la creación es interesante pero ¿por qué tomó Camus este punto como partida? ¿Estaba pensando en la relación entre un Dios del universo y el mal y las atrocidades del nazismo de Hitler? ¿Estaba valorando el relato bíblico de la creación y la existencia del mal en la naturaleza del hombre? Titubeé un momento mientras pensaba. Entonces le di la vuelta a la pregunta: —Bien, Albert, ¿cuál es su interpretación de la conciencia? Pensó un instante y entonces dijo: —Me gusta la definición freudiana de conciencia. En la psicología freudiana, conciencia es la interiorización de las lecciones morales que, siendo niños, recibimos de nuestros padres y maestros. —Esa parece ser una definición bastante buena de conciencia, aunque tengo que pensar un momento sobre ella… Para mí, conciencia es un sentimiento innato de lo que está bien y lo que está mal. Es como la intuición moral y se suele aceptar sin discutir. La conciencia cristiana, sin embargo, es diferente. La conciencia cristiana está basada en una ley, la cual el individuo es consciente de no haber creado, pero que determina sus valores éticos y morales.
La conciencia es una voz interior que guía al individuo al amor de Dios y a aborrecer el mal, una directriz que pone orden en la vida personal y social del individuo. Para mí el nacimiento de la conciencia provocó el cambio del hombre-animal al hombre-ser humano. Antes de que Dios creara la conciencia no había nada dentro del hombre-animal a lo que Dios pudiera apelar. El libro del Génesis dice que fuimos hechos a imagen de Dios. Presenta a Dios diciendo, «vamos a hacer al hombre a nuestra propia imagen, a imagen de Dios lo creó». Camus pareció profundamente interesado cuando preguntó: —Pero Dios no es visible, nadie lo ha visto nunca, ¿no es correcto esto? —Ciertamente, la imagen de Dios que porta cada ser humano no puede ser concebida en términos físicos. Dios no es físico. Jesús dijo que Dios es un espíritu. La gente de fe, por lo tanto, ha sentido siempre que la imagen de Dios es una capacidad de discernimiento espiritual, una toma de conciencia entre el alma humana y Dios. El Antiguo Testamento se refiere a ella como «la voz quieta y queda», y Jesús como a «la luz que está en ti». Sea como sea que la describamos, es la señal de Dios sobre nosotros. Camus asintió: —Le estoy entendiendo perfectamente. Pero déjeme que le pregunte, ¿usted interpreta el relato del Jardín del Edén como fiel a los hechos… es decir, histórico? Aquel era un tema con miga y podíamos haberle dedicado el resto del día y no discutir ninguna otra cosa. Dije: —Cuando se trata de la verdad histórica del relato, hay dos métodos de interpretación. Puedes tomar el relato como un hecho literal: nuestro primer antepasado fue un hombre llamado Adán; Adán sucumbió a la tentación que le ofreció su esposa; comió de la fruta prohibida, cometiendo entonces el pecado original; nosotros somos todos sus hijos y hemos heredado su culpa. Por lo tanto, todos nosotros permanecemos bajo la condena de Dios. —Si ves el relato de esta manera, piensas en la caída de Adán como si hubiera ocurrido hace muchos años. Si el relato es un hecho histórico, deberíamos odiar a Adán por haber metido en este lío a toda la humanidad. También deberíamos odiar a Dios por culparnos a nosotros por lo que hizo nuestro antepasado. Para mí, hay una manera mejor de entender el relato: Adán, en hebreo, significa «hombre». Por tanto, lo que tenemos delante no es la historia de lo que le pasó a un hombre, sino una dramatización de la manera en que son las cosas para todos nosotros. Camus se animó con esta idea. —Sí, sí, yo intento hacer esto con mis propios escritos. Es una característica de toda buena literatura. Adán aquí es un espejo de la naturaleza humana. —Correcto. Este relato no es un trozo de historia ancestral enterrada en el lejano pasado. Es en realidad una proyección nuestra en el acto de ser nosotros mismos. Mirando en el espejo de Adán, vemos que el hombre es una mezcla del bien y el mal. Camus sonrió. —Como dijo Pascal: «El hombre es la gloria y la escoria del universo». Me gustó aquello y dije: —Sí, eso es exactamente lo que el relato está diciendo. Con ese tema resuelto, Albert continuó con su búsqueda: —¿Dijo algo acerca de que el hombre había sido hecho como Dios? —«Dios hizo al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó», dije citando el pasaje pertinente. El hombre tiene capacidad para la verdad, lo bello y lo bueno. Como tal, se diferencia de todas las demás criaturas sobre la tierra. Esta capacidad es la imagen de Dios; esto es la conciencia. —Sonreí, orgulloso de haber encontrado finalmente mi definición. —Pero describió a Dios como un hombre, caminando por el Jardín. Si esto no es literal, ¿qué quiere usted decir? —Bien, cuando el hombre cultiva su relación en la intimidad con Dios, se suele decir que «camina con Dios». Este mundo creado en el cual vivimos es el Jardín por el cual caminamos. En hebreo, Edén se traduce como «delicia», «embeleso» o «placer», pero hay otro elemento en el Jardín, el mal representado por la serpiente. Dentro de la naturaleza humana, por tanto, está el Edén, que es la parte hecha a la imagen de Dios, y también está el mal, la serpiente. Como desafío de la voluntad de Dios, Adán y Eva comieron del fruto prohibido y en consecuencia perdieron el paraíso que Dios les había dado. Son obligados a ganarse el pan con el sudor de su frente, aislados del deleite que es Dios. El autor del libro del Génesis habla de forma figurativa pero el significado es suficientemente claro. El bien y el pecado forman la espada de doble filo de la naturaleza humana. Ambos descansan sobre la personalidad dividida que tan bien conocemos. —En Fausto, Goethe toma conciencia de este hecho y grita, «¡dos almas, ay, se alojan dentro de mi pecho!». Así que, ¿es esto lo que ve cuando mira en el espejo? ¿Ve a Adán, parte ángel, parte demonio? Asentí. —Veo una criatura hecha a imagen de Dios, aunque también nos ha alcanzado la mordedura de la serpiente. Camus frunció el ceño un instante. —¿Cuál es la naturaleza de esta serpiente, desde un punto de vista religioso? —La respuesta está aquí, en este mismo relato. La serpiente vino a la mujer y le dijo, «¿os dijo Dios que no comierais de ninguno de los árboles del jardín?». La mujer le contó, «podemos comer del fruto de los árboles del jardín pero Dios dijo “no comeréis del fruto del árbol que está en el medio del jardín, ni tampoco lo tocaréis, para que no muráis”». Pero la serpiente le dijo a la mujer, «no moriréis, porque Dios sabe que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal». Así que la mujer tomó el fruto y comió. También le llevó a su marido y él comió. »El relato no decía nada acerca de sexo, como se suele pensar. Lo que decía es que un hombre y una mujer recibieron una orden concreta de Dios, pero había algo en la naturaleza de ambos que era como la serpiente y que les hizo pensar que Dios no sabía de lo que hablaba. Sucumbieron a tal tentación y desafiaron la voluntad de Dios, haciendo valer su propia voluntad por encima de la de Él. En otras palabras, lo que hicieron fue bajar a Dios de su trono de poder para ocupar ellos su lugar, haciendo de sí mismos unos dioses poderosos. La cuestión, Albert, la cuestión que nos roe a todos es si Dios quiso que esto ocurriera y, si así hubiera sido, ¿por qué? Su respuesta fue: —Una vez se me estropeó una máquina de escribir. El técnico dijo que la tecla que más se solía tener que reparar, era la «I». Me contó que en toda su experiencia arreglando máquinas de escribir, esta era la tecla que más a menudo había tenido que reparar. No es que la «I» sea la que más se usa, sino que se golpea con una peculiar fuerza[1]. Me reí entre dientes mientras me acomodaba y le dije: —Albert, a la luz de la Biblia, ese es el significado del pecado. Si toma el término y lo deletrea, la letra central es la «I». Esa es la mejor manera que conozco de exponer la cuestión. El pecado está desplazando a Dios de su lugar central en nuestras vidas, colocando a nuestro Yo en el centro[2]. Adán es una imagen de la naturaleza humana, y toda nueva vida que se introduce en el mundo nace con una tendencia a hacer lo mismo. Usted y yo no podemos venir al mundo sin traer con nosotros una voluntad que intenta tomar el lugar de Dios. Ese fue el problema de Adán y Eva. Es el principal problema para la mayoría de nosotros. Nos negamos a darle a Dios el lugar de Dios; queremos este lugar para nosotros mismos. —Está hablando de Hitler —replicó Camus. —Por supuesto, fue un caso extremo, pero estamos hablando también de todo ser humano y de la base de todo el mal. —Hay muchos problemas que surgen de esto, de que los seres humanos intentan hacer de Dios —dijo Camus. —Tiene usted toda la razón. Usted ha escrito mucho sobre el tema del exilio. Usted sabe mucho más sobre el exilio que yo —contesté. —Sí, pero continúe. Quiero escuchar lo que tenga que decir. Así que continué: —Bueno, echemos otra mirada al relato. Cuando Adán y Eva oyeron el ruido de Dios que paseaba por el Jardín, ¿recuerda usted lo que hicieron? —Sí, lo recuerdo. Huyeron y se escondieron entre los arbustos. Me sonreí un poco. —¿Y después qué? —No lo recuerdo. —Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?» y Adán contestó: «Le he oído en el jardín, he sentido temor y me he escondido». Dios dijo: «¿Has comido del árbol del que te ordené no comer?» y Adán contestó: «La mujer a quien me disteis como compañera me ofreció el fruto y comí». Entonces Dios le dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?». La mujer dijo: «Bueno, la serpiente me sedujo y comí». Por ello el Señor Dios los expulsó del Jardín del Edén a labrar la tierra de la que provenían. Cuando el hombre y la mujer, que habían vivido en tan feliz e íntima unión con Dios, intentaron asumir el control y colocarse en su lugar, fueron expulsados, aislados, separados y distanciados de Dios. De repente, Camus alzó los brazos y dijo: —Howard, ¿recuerda lo que dijo san Agustín: «Tú nos hiciste y nuestros corazones estarán inquietos hasta que encuentren su descanso en Ti»? Se le iluminó la cara de forma dramática. Camus estaba entusiasmado con mi explicación de cómo el hombre había sido expulsado del Jardín —expuesta a raíz de su interés por el exilio del hombre—. Me dije para mis adentros que aquí se encontraba un hombre camino de convertirse en cristiano. He aquí un momento crucial, un punto de inflexión en la vida de este hombre. Podría decir por la luz de sus ojos, la expresión de su cara, que Camus estaba experimentando algo nuevo en su vida. —Es una gran historia —dijo. —Pero no termina ahí. Hay más. El problema no acaba con el exilio del hombre de la presencia de Dios. Escuche el relato: como todos sabemos, dos hijos nacieron de Adán y Eva. Sus nombres eran Caín y Abel. Un día Caín le dijo a su hermano: «Vamos al campo». Cuando llegaron allí, Caín se abalanzó sobre su hermano y lo mató. En otras palabras, el pecado de colocarnos a nosotros mismos en el lugar que pertenece a Dios no sólo provoca el alejamiento de la presencia divina, sino que también crea problemas entre otros seres humanos y entre nosotros. ¿Por qué mató Caín a Abel? Porque estaba enfadado con él. ¿Por qué estaba enfadado con él? Porque estaba celoso de él. Porque «el Señor tuvo en consideración a Abel y sus ofrendas, mientras que por Caín y sus ofrendas no tuvo consideración alguna». »Simplemente, Caín no pudo aguantar ver a Abel por delante de él. No pudo soportar la idea de que Dios tuviera la última palabra. Así que se tomó la justicia por su mano y mató a su hermano. ¿No es este el origen de todos los problemas familiares —envidia, ira, celos, rebelión y egoísmo—? Es la reivindicación de que uno tiene su manera de obrar por encima de la de los demás y el rechazo de que Dios tenga la suya propia. Albert se detuvo a pensar. Se produjo un largo silencio antes de que dijera: —Howard, si esto es cierto, y te paras a pensar en ello, es también la base de nuestros actuales problemas raciales. —Rigurosamente cierto. A pesar de que nuestro Dios es lo que diferencia a las personas y que a la luz de la Biblia, en Cristo todas las diferencias humanas son erradicadas, aún nos agarramos a nuestra doctrina de la supremacía blanca, al menos en Estados Unidos. —No, no sólo allí. Esta es la misma lógica que avivó el nazismo: la superioridad de la raza aria. La he visto en Europa durante muchos, muchos años. Nuestro sentido de omnipotencia se resiste a abandonarnos. Continuamos haciendo de Dios. Hasta un ciego puede ver el distanciamiento entre los grandes grupos en nuestros países. —Recuerdo a un hombre sabio que decía a un amigo, «todo el problema de nuestro mundo es la carencia de un apostrofe». Cuando el amigo quiso saber lo que quería decir, él le contestó: «Bien, mira a Adolph Hitler, a Mussolini, a Joseph Stalin y a Hideki Tojo. Lo que ves es esto: hombres intentando ser dioses en vez de intentar ser de Dios» . Sí, el pecado es rebelión, y la rebelión trae la guerra. Y esta guerra no sólo enfrenta a los hombres con su Creador y con otra gente, sino también contra sí mismos. —Bien —dijo Camus—, es una historia magnífica y he aprendido mucho de ella. —Hay mucho más —dije—. Creo que sacaría provecho de una traducción moderna si de veras quiere entender el cristianismo. De esta manera, cuando nuestra conversación terminó, salí inmediatamente a buscar una traducción francesa de la Biblia."

Howard Mumma
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"Camus era realmente un hombre amable, bondadoso y en el fondo, de todos sus escritos y sus luchas con la fe y la filosofía latía un verdadero afecto por la situación de su prójimo."

Howard Mumma
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"Soy un hombre desilusionado y exhausto. He perdido la fe, he perdido la esperanza.(...) Es imposible vivir una vida sin sentido."

Howard Mumma
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"Unos años después, me encontraba de nuevo en París y me llevaban en coche por una carretera llena de curvas en la campiña francesa. Iba leyendo algunas notas mientras viajábamos y sólo miraba por la ventanilla de vez en cuando. Me di cuenta de que el conductor había mirado en mi dirección varias veces, por encima de su hombro, aparentemente nervioso, como si quisiera decirme algo. —¿Conoce usted a Albert Camus? —preguntó cuando me encontré con su mirada en el retrovisor. Debí de parecer confundido, así que añadió—: ¿el escritor? —Sí, por supuesto —contesté tras un instante, empezando a ser consciente de que no se había dado cuenta de que le conocí personalmente. —Bueno, se mató justo allí —dijo el conductor, señalando a través de la ventanilla un árbol que se encontraba a unos metros del lugar donde la carretera giraba. —¿Es ahí donde ocurrió el accidente? —Sí, señor —dijo, frenando el coche—. ¿Quiere verlo? Asentí, paró el coche a un lado, junto a la carretera y bajé la ventanilla para mirar. No pude observar ningún daño visible en el árbol, ninguna marca, ni que le faltase ningún trozo de corteza, al menos desde la posición en que yo me encontraba. No había nada en absoluto espectacular en él, sólo un árbol normal y corriente, pero yo no pude apartar mis ojos de él. No sé lo que esperaba encontrar: algún trozó del coche, alguna zona de tierra sin vegetación, alguna prueba de que aquel era realmente el sitio. Era el único árbol que había en derredor: qué extraño que su coche se fuera a chocar contra él, una terrible coincidencia. —¿Le gustaría salir y mirar más de cerca? —preguntó el conductor, y yo meneé lentamente la cabeza—. ¿Está seguro? —dijo mirando por encima de su hombro—, mucha gente se para aquí a mirar… —No —dije—, he visto todo lo que necesitaba ver. El conductor devolvió el coche a la carretera y condujo con la cara larga. Estoy seguro de que interpretó mi aparente indiferencia como una falta de respeto, pero no lo era. Me estaba lamentando por mi fracaso en devolver la fe a mi amigo, Albert, al menos la suficiente fe como para evitar lo que para mí era obviamente un suicidio. Quizá la profundidad de su desesperación resultaba difícilmente comprensible para cualquiera, quizá no. Incluso a partir de la muerte podemos a veces aprender tanto de nosotros mismos como de la experiencia de la vida. Porque la muerte puede magnificar la santidad mucho más que las palabras. Por eso, si fracasé en devolver la fe a mi amigo, quizá la memoria y el contar de nuevo nuestras conversaciones pueda ayudar a otros a superar la comprensible desesperación generada por un mundo que a menudo parece alternar entre el mal y el sinsentido. Dios nos dio el dominio sobre el mundo tal y como lo conocemos. ¿Qué es lo que hemos hecho con tal poder?"

Howard Mumma
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